El sucesor del Papa Francisco no hereda solo la Cátedra de Pedro. También debe hacerse cargo de una cuenta por pagar. Y es que la economía vaticana, pese a los avances logrados por el papa argentino, quien logró poner en orden en gran parte al Instituto para las Obras de Religión (IOR) e hizo grandes esfuerzos en favor de la transparencia, sigue navegando en aguas deficitarias. Concretamente, el déficit de la Santa Sede alcanzaba los 83 millones de euros en 2023. Esto, unido a un patrimonio inmovilizado que de poco sirve para hacer frente a las deudas, ha hecho que los cardenales electores cayeran hoy en la cuenta de una incómoda evidencia: el próximo Papa no solo deberá ser pastor y teólogo. Tendrá que ser un gestor eficaz.
Y es que este miércoles, la séptima Congregación General previa al cónclave se ocupó, en buena medida, a exponer la situación financiera de la Santa Sede a los 181 purpurados presentes, de los cuales 124 son electores. El primero en tomar la palabra fue el cardenal alemán Reinhard Marx, coordinador del Consejo para la Economía y una de las voces más influyentes del ala progresista europea. Arzobispo de Múnich y, durante varios años, presidente del Episcopado alemán, se ha mostrado siempre como un firme defensor de una Iglesia más transparente, austera y comprometida con la justicia económica, así como un aliado de la sinodalidad y de la plena participación de las mujeres en la Iglesia.
Sin presupuestos 20
En su exposición, tal como revelaba la Oficina de Prensa de la Santa Sede, “presentó un panorama actualizado de los desafíos existentes y de los temas críticos, ofreciendo propuestas orientadas a la sostenibilidad y reiterando la importancia de que las estructuras económicas sigan apoyando de manera estable la misión del Papado”.
Al concluir llegó el turno de Kevin Farrell, también vinculado a las reformas de Francisco, como prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y presidente del Comité de Inversiones. Farrell, de origen estadounidense e ideológicamente moderado-progresista, insistió en la importancia de aplicar criterios éticos a las inversiones de la Santa Sede. De hecho, el comité al que pertenece fue creado por Francisco en 2022 con la intención de “garantizar el carácter ético de las inversiones de la Santa Sede de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia y, al mismo tiempo, su rentabilidad, adecuación y riesgo”.
Después llegaba el turno del arzobispo emérito de Viena, Schönborn, quien habló sobre el IOR, conocido como el “banco vaticano”. Continuó el cardenal Fernando Vérgez, hasta hace poco presidente de la Gobernación del Vaticano, quien expuso los detalles sobre infraestructuras y bienes inmuebles. Cerró la sesión el cardenal Konrad Krajewski, limosnero apostólico y uno de los rostros más visibles del compromiso social del Vaticano. Progresista en lo pastoral, Krajewski ha sido el enviado del Papa cada vez que ha habido una necesidad urgente, como el llevar ambulancias y material sanitario a Ucrania. Así, Krajewski ilustró el compromiso social del Dicasterio para el Servicio de la Caridad.
Sin presupuestos 2025
Todas estas exposiciones tenían un porqué. Y es que la Iglesia no solo está ahora mismo en sede vacante, sino que el Vaticano no tiene unos presupuestos aprobados para este 2025. Por eso, al próximo Papa es más que probable que uno de sus primeros deberes como tal sea el de sentarse a echar cuentas, ya que, por primera vez en la historia de la Iglesia, el pasado 21 de mayo, desde su habitación en el Policlínico Gemelli, Francisco rechazaba la aprobación de unos presupuestos generales. ¿El motivo? Las previsiones que presentaron al Papa no respondían a las constantes llamadas de austeridad hechas por el propio Francisco en los últimos años con un único fin: evitar la bancarrota.
El Papa dio un plazo para rehacer los presupuestos, así como la posibilidad de seguir operando. Pero solo durante el primer trimestre del año. Será el próximo Papa quien deberá aprobarlos al inicio de su pontificado. O, incluso, no hacerlo si sigue el camino de Francisco y estos siguen sin ser lo suficiente austeros.