Juguemos juntas. No hacen falta tablero ni cartas. Tampoco dados. Tan solo un poquito de imaginación y un mínimo de sentido común. Algo que a cualquier adulto se le supone. Piensen en su foto favorita de este verano. En la playa en bañador, comiendo un helado gigante en Roma, posando frente la catedral de León… ¿Ya? Ahora imagínense imprimiéndola y repartiéndola entre todos sus contactos en redes, que van desde un amigo de la infancia al que le perdió la pista, hasta su peluquero, pasando por varios compañeros de trabajo, el obrero de la reforma o José Luis, el vecino del 5ºA. Parece algo ridículo, ¿no? Vayamos un paso más allá. Cambiemos de foto. Elijamos la más bonita de su hija. ¿Cuántos años tiene ya? Cojamos esa en la playa en bañador, comiendo un helado gigante en Roma, posando frente a la Catedral de León… ¿ya? La imprimimos y se la repartimos a todo el que la quiera. Es más, dejamos las copias en una mesa y nos vamos, sin detenernos a mirar quién se la guarda ni tampoco qué hace con ella. Suena raro. Absurdo, si lo prefieren. Pero eso, exactamente eso, es lo que hacemos en redes sociales.
Más allá de si nuestro perfil es privado o no, acabamos subiendo escenas que nunca compartiríamos con cualquiera en formato analógico por mucho que esté en nuestra lista de amigos. Porque lo digital parece estar acabando a pasos agigantados con la lógica. Y no deja de ser curioso, ya que precisamente lo digital es mucho más fácil de compartir… y de manipular. Seguro que ya han oído hablar del “sharenting” o, dicho de otro modo, esa manía de muchos padres de subir cada minuto de la vida de sus hijos a sus redes. El término suena inofensivo. Un palabro más, heredado del inglés que se cuela (sin adaptarse) en nuestro idioma. Pero, ¡ay, si nosotras supiéramos!
Cuando una sola foto no es solo una foto
“Uffffff. No te puedo contar todo lo que nos llega, pero es bochornoso”. Así arranca a hablar Selva Orejón, CEO de OnbrandinG y perito en identidad digital y ciberinvestigación. Su trabajo es justo ese: Investigar a aquellos que delinquen aprovechando el anonimato de las redes. Le preguntamos de forma directa por el fenómeno y ella, que también es madre, no puede ser más clara: “este tema me toca mucho porque tenemos en casa una de 8, una de 10 y una de 14, así que alucinas”, confiesa. Justo a continuación comienza a explicarnos por qué una simple foto no es, ni de lejos, una simple foto: “Hoy, una simple foto de un menor de edad comiéndose un helado en la playa puede ser usada sin consentimiento para crear imágenes o incluso vídeos falsos de carácter sexual. Esto ya está pasando y es asqueroso. Porn deepfake, vamos. Se usa la IA para generar contenidos hiperrealistas con la cara de una persona colocada sobre el cuerpo de otra”. Un horror, vamos. Un horror difícil de perseguir.
Sin dar detalles, profundiza un poco más:” Las imágenes luego se ponen a circular desde redes sociales hasta foros privados o plataformas de la dark web y plataformas porno. Y, aunque parezca ciencia ficción, ya ha pasado en España. En el caso de Almendralejo, varias menores de edad se convirtieron en víctimas cuando sus fotos publicadas en Instagram o WhatsApp fueron manipuladas para generar desnudos falsos con IA y viralizadas en su entorno escolar. Y ojo, que en Only Fans encima se dan de alta perfiles y luego cobran por ello…”. Esto es presente, no un futuro distópico. Y, si unos escolares en Almendralejo pueden hacerlo…¿qué no podrá hacer un delincuente especializado en eso? Un delincuente al que, por cierto, es difícil pillar: “Lo jorobado del caso es que se usan apps que están en otros países y que no tienen ni tratado internacional con Europa… así que no se puede casi ni contactar con los registradores. Apps de móvil o web apps, claro.
Además, muchas veces no se persigue como abuso de menores porque “no es real”, aunque sí puede ser constitutivo de delito por difusión de imágenes falsas o atentado contra el honor. Y en Latinoamérica no te cuento, que encima la legislación es super diferente”, concluye . Cuando le pedimos un consejo, la perito en identidad digital y ciberinvestigación, Selva Orejón nos lo da rápidamente: “Evitar publicar imágenes reconocibles de menores de edad en redes. Esto para empezar”. Y, a renglón seguido, añade: Denunciar inmediatamente si se detectan contenidos falsos, por supuesto. También, educar sobre privacidad digital desde la infancia. Y exigir leyes más claras y rápidas”.
Volvamos ahora al principio. A ese montón de fotos que cualquiera puede coger. Y reflexionemos. Reflexionemos hasta recuperar el sentido común de lo analógico. Porque no sé a usted pero a mí se me han quitado las ganas de jugar.