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Robert Prevost: de misionero agustino a León

Proveniente de una familia de migrantes, es, seguramente, el menos norteamericano de todos los cardenales norteamericanos

Robert Francis Prevost posa durante confirmaciones en la Escuela de la Policía Nacional en Lima (Perú).
EFE/ @drprevost

Después de semanas de especulaciones –además de bulos– sobre quién sería el nuevo pontífice, finalmente, unos minutos después de las siete de la tarde, el cardenal protodiácono pronunciaba las esperadas palabras: ‘Habemus papam’. Su nombre: Robert Francis Prevost, un agustino de 69 años nacido en Chicago. Es, de hecho, el primer papa de la historia de los Estados Unidos, aunque este nombre no debe haberle hecho gracia a Donald Trump. No solo porque el presidente de los Estados Unidos se preferiría a sí mismo –tal como mostraba una imagen compartida por Trump en las redes sociales, en la que se le veía vestido de papa– o al cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York; sino porque Prevost representa todo lo que Trump desprecia: proveniente de una familia de migrantes, es, seguramente, el menos norteamericano de todos los cardenales norteamericanos. Y es que León XIV ha pasado gran parte de su vida en Perú como misionero, a la diócesis de Chulucanas, creando allí su visión de lo que debe ser la Iglesia: una comunidad sinodal, de amor y cercana a los más necesitados.

Después de varios años en la misión, Prevost fue superior general de los agustinos durante dos mandatos (2001–2013), y luego volvió a Perú como obispo de Chiclayo, donde mantuvo ese mismo estilo de cercanía a los más necesitados. A ellos, de hecho, dedicó ayer unas palabras –haciendo alarde de su español– durante su primer discurso desde el balcón de San Pedro: “Un saludo a todos aquellos, en particular, a mi querida diócesis de Chiclayo en el Perú. Un pueblo fiel que ha acompañado a su obispo”, dijo el que es ahora León XIV.

‘Presidente’ de los Obispos

Su designación por el papa Francisco de que fuera el prefecto de los Obispos –así como en otros puntos estratégicos dentro de la Curia romana, como Doctrina de la Fe– ha sido ampliamente interpretada como la forma de Bergoglio de afianzar a los cabezas de la Iglesia bajo un nuevo liderazgo que apoya absolutamente la sinodalidad. No se equivocaba: ayer sentaba las bases de que, con él, la Iglesia será “una Iglesia sinodal, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca estar junto a aquellos que sufren”.

Precisamente la paz fue uno de los elementos centrales de su discurso: “¡La paz sea con todos vosotros! Queridos hermanos y hermanas, con este primer saludo de Cristo resucitado, yo también quiero que este saludo de paz entre en vuestros corazones, en vuestras familias, ¡a todos vosotros! ¡Que la paz sea con vosotros!”. Una paz, en un contexto de “III Guerra Mundial a pedazos” –como decía Francisco– “desarmada y desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, que ama a todos incondicionalmente”.

Lo cierto es que este primer discurso y su aparición ante la plaza de San Pedro ha denotado, incluso, un cambio en lo que, hasta ahora, había sido Robert Prevost: ese hombre de hablar pausado y que huía de buscar los focos, que rara vez concedía entrevistas, salía ayer con absoluta seguridad a hablar ante el mundo y a dejar claro que la Iglesia seguirá, como en el pontificado de Francisco, al lado de los descartados, de los que sufren. Y, sobre todo, al lado de la paz.