Lola, la víctima más vulnerable: tenía 86 años, era dependiente y vivía en un municipio pequeño

Un hombre de 89 años asesina a martillazos a su mujer de 86 en Asturias. Las mujeres de más de 65 años tardan una media de veintiséis años en denunciar violencia de género

Un grupo de mujeres en el portal donde Eutiquio ha asesinado a Lola este miércoles
KiloyCuarto

Dolores, a la que todo el mundo conocía como Lola, convivía con un deterioro cognitivo importante a sus 86 años. Su cuidador principal era su marido, Eutiquio, un hombre de 89 años, que este miércoles, pasadas las seis de la mañana, llamaba a la mujer que les ayudaba y cuidaba en casa, para avisar de que iba a matar a Lola.

Llamó a la cuidadora para avisar del crimen

La trabajadora llamó inmediatamente a emergencias y, al poco tiempo, se personaron en el domicilio de la pareja en la avenida de Rioseco, en Pola de Laviana, Asturias. Lola yacía sin vida y con signos evidentes de haber sufrido un ataque brutal. Eutiquio la había asesinado a martillazos y también utilizó un cuchillo contra ella. Cuando llegaron los agentes, estaba ensangrentado y se había autolesionado. Le trasladaron al hospital, pero sus heridas no eran graves, apenas unas laceraciones.

A Lola la atravesaban varios indicadores de riesgo

No existían denuncias previas ni Lola figuraba en el sistema de protección VioGén. No es extraño. La violencia de género es casi invisible en la tercera edad. Dolores no solo era vulnerable y su edad era un factor de riesgo, también suponía una barrera para salir de la violencia el hecho de que fuese una mujer dependiente y con problemas cognitivos y de salud. Además, vivía en una parroquia de apenas 9.000 habitantes, otro indicador que complicaba el pedir ayuda.

Veintiséis años de media en denunciar

Las mujeres de más de 65 años que sufren violencia de género lo tienen todo en contra. Se criaron en una época donde el propio término “violencia de género” ni siquiera existía ni el maltrato tenía el reproche social actual. Convivían en una sociedad más machista donde se podía contar como chiste el “golpea a tu esposa todas las mañanas; si tú no sabes por qué, ella sí lo sabe”. Una permisividad con los malos tratos que, a día de hoy, sigue pesando. Les cuesta identificar como un problema la violencia. Les pasa a todas. Una mujer joven tarda una media de dos años en denunciar, a partir de los 65 años, la media sube a 26 años.

Porque muchas de ellas, además, llevan veinte, treinta y hasta cuarenta años sufriendo violencia de género. Lo tienen normalizado y forma ya parte de su rutina vital. Si ya es complicado romper el círculo de la violencia cuando esa situación no se ha alargado en el tiempo, cuando casi es tu identidad, es mucho más difícil. No se reconocen como víctimas y eso las convierte en las víctimas más vulnerables.

Faltan recursos específicos para las mujeres mayores

Según el estudio, Violencia de Género y mujeres mayores en la comunidad de Euskadi, de 2021 “los recursos especializados adolecen de perspectiva de curso vital y no se adaptan a las características que reviste el impacto de la violencia de género en las mujeres mayores de 65 años”.

El informe señala que “los malos tratos en esta franja de edad requiere un enfoque específico, tanto en lo que respecta a su proceso de concienciación como víctimas, como a la información sobre sus derechos y los recursos de protección y apoyo disponibles. La orientación de las políticas públicas y los recursos de atención a las víctimas (alojamiento, tratamiento psicológico, asesoramiento jurídico, ayudas económicas…) también deben incorporar una perspectiva de edad, adaptándose al público objetivo, a la diversidad cultural y a la situación local (ámbito rural, semi-urbano, grandes ciudades, etcétera)”.

El error de considerarlas frágiles y dependientes

¿Y si tu maltratador también es tu cuidador? A menudo se confunde la violencia de género a mujeres mayores con la violencia familiar ejercida por el cuidador cuando éste es la pareja, asociándola erróneamente al estrés del cuidador y justificando de alguna manera al agresor. “Cuando esto ocurre se cae en el error de considerar a las mujeres como ancianas dependientes o de salud frágil, aún cuando sean autónomas y gocen de buena salud. Con ello se invisibiliza una violencia basada en el control y el poder y que responde a los patrones de la violencia machista“, explica el informe.

El estigma social y el qué dirán

Ana Bella, de la Fundación que lleva su nombre, coincide en que estas víctimas lo tienen más complicado porque su situación se ha prolongado en el tiempo y tienen más dificultades para separarse. Señala también a los hijos como otro de los problema. A veces, “nos encontramos con hijos que les dicen que ya que han aguantado toda la vida, que ahora no reculen. Son la propia familia cercana la que se niega a que rompan la relación. Hemos ayudado a muchas mujeres a separarse y pasar a depender de sus hijos y sus hijas tampoco es fácil”, apunta.