Niños en el punto de mira: obligados a ver a quien temen, separados de quien aman

Hablamos con dos madres protectoras, Inma y Yolanda, a las que el sistema quitó la custodia de sus hijos. Nos explican cómo estas decisiones judiciales afectaron la vida de los menores de edad

Obligados a ver a quien temen, separados de quien aman
KiloyCuarto

Cuando una relación de pareja se rompe, lo lógico sería que cada adulto siguiera su camino con la menor cantidad de daño posible. Pero en demasiadas ocasiones, las heridas no se quedan entre los adultos. Hay algo aún más devastador: cuando el conflicto se traslada a los hijos, y ellos acaban convertidos en el campo de batalla.

En medio de procesos judiciales, informes y decisiones que muchas veces no escuchan ni miran realmente a los menores, las madres, que en algunos casos también son víctimas de violencia, se enfrentan no solo a sus agresores, sino también a una red institucional que las desprotege y desoye.
Estas son las historias de dos madres a las que les arrebataron lo más sagrado: la posibilidad de criar, proteger y acompañar a sus hijos. Sus palabras hablan por sí solas.

Testimonio de Yolanda

“Me arrastró de los pelos por el pasillo, y mi hija gritaba: ‘O llamas tú al 016 o llamo yo’”. Así comenzó el infierno de Yolanda tras huir con sus hijos de 8 y 3 años. Le tenían miedo, nunca quisieron verle a solas”. Aun así, fueron obligados durante años a visitas en puntos de encuentro donde, según Yolanda, “se enfrentaban cada sábado a su padre mientras las trabajadoras me culpaban delante de ellos.”
La hija mayor comenzó a autolesionarse y a verbalizar ideas suicidas. “El juez tardó 8 meses en autorizar tratamiento, y solo si obligaba a mis hijos a entrar a ver a su padre.” Tras una evaluación forense sesgada, dice, “me pintaron como loca mientras ocultaban su perfil agresivo.” Pese a las alertas de psiquiatría infantil y los informes de riesgo, las visitas seguían. “Mi hija tenía cartas de despedida. Se intentó suicidar el 8 de febrero”.

En enero de 2024, sin aviso judicial, la policía retira a los niños del colegio. “A mi hija se la llevaron engañada, gritaba dentro de comisaría, amenazaron con meterla en el calabozo”. Los llevaron a un centro de menores. “Estuvieron tres semanas sin escolarizar. Yo en ambulancia. Nadie me notificó nada.” Actualmente, viven con su tía en Madrid. Yolanda lleva 19 meses sin tener contacto con ellos. “Si mis hijos no ven a su padre, tampoco me dejan verlos a mí.” Tras todo este tiempo, asegura: “Los están destrozando. Solo me tenían a mí. Separarlos de mí es condenarlos”.

Testimonio de Inma

“Mi hijo dijo con 13 años que quería vivir conmigo y con su hermana, y tener visitas con el padre”. Nadie le hizo caso. Inma asegura que perdieron toda la documentación y como por arte de magia más tarde aparecería en un cajón. Inma lleva nueve años luchando por sus hijos. “Mi hijo, después de estar tutelado a la Diputación, pasó a servicios sociales de base”, cuenta. “Según la directora de servicios sociales están realizando valoraciones del menor, y que, en dos años, él niño decidirá”. Su hijo ahora mismo tiene 17 años.

Ambos hijos, víctimas reconocidas de violencia de género, fueron separados. “Hace seis años los separaron. La ley dice que no pueden, pero lo hicieron igual”. Desde entonces, el niño vive con el padre y la niña con Inma. “Mi hija hizo todo por ver a su hermano. Fue al Parlamento Vasco. Ahora le piden cárcel con 21 años”. Todo, por exponer el nombre del maltratador públicamente y por realizar maltrato psicológico según cuenta la defensa del padre.

El aislamiento familiar es total. “Mi hijo no puede hablar con nadie de mi familia. Ni con sus abuelos.” Pese a una sentencia que reconoce su derecho, “mis padres llevan tres años sin saber nada de él. Mi madre le llama todos los días. A veces contesta una mujer diciendo que ese móvil no existe”.
“Nos dan un papel que dice que somos víctimas de violencia de género, pero ¿de qué sirve si nadie protege a mis hijos?”

Inma lo resume sin rodeos: “Antes de denunciar, lo pensaría mucho. Porque si vas sola, te destrozan”. Los hijos no eligen el conflicto entre sus padres, pero a menudo terminan pagando el precio más alto. Cuando el sistema no escucha su voz, cuando prioriza el trámite por encima del bienestar real, se convierte en parte del daño. Estas historias no son excepciones: son un reflejo de una realidad silenciada donde el miedo, la manipulación y la revictimización se disfrazan de justicia.