Cuando no hay nada que celebrar en Navidad

En estas fechas se incrementa el riesgo de sufrir violencia de género. Analizamos con Miguel Lorente qué piensa y cómo actúan los maltratadores en estas fechas

En las fiestas navideñas se dispara la violencia de género
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La Navidad suele presentarse como un tiempo de refugio, de mesas compartidas y reencuentros esperados. Sin embargo, para muchas mujeres que viven violencia de género, la casa no es un lugar seguro, tampoco durante las fiestas. “En violencia de género la casa nunca es el hogar. No hay una convivencia basada en el afecto, en el respeto, en el cariño o en el amor, sino que hay una estructura de poder que va desarrollando el agresor para imponer lo que él entiende que debe ser la familia, el papel de la mujer, el papel de los hijos y el suyo propio”, explica el médico forense Miguel Lorente, especializado en violencia machista.

Ese sistema de control se sostiene sobre rutinas rígidas. El agresor necesita que todo ocurra de la misma manera para mantener su dominio. Pero cuando llegan las celebraciones navideñas, esas dinámicas se alteran. Cambian los horarios, los planes, los espacios y las personas con las que se interactúa. “Son fechas en las que las dinámicas que él tiene impuestas se modifican por el cambio de hábitos. Se sale más, se plantean encuentros familiares, con amigos, comidas de empresa, quedar con gente conocida”, señala Lorente. Para quien basa la relación en el control, todo eso se vive como una amenaza.

Las Navidades son peligrosas para las mujeres que viven una relación de violencia
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Cuando ya hay violencia, aumenta la intensidad

Esa percepción de pérdida de control tiene consecuencias. “Cuando ya está la violencia, aumenta la intensidad de la violencia para intentar mantener ese control o reconducir lo que él entiende que es el control perdido”, advierte el forense. En los casos en los que existe convivencia, los conflictos se concentran especialmente en el ámbito familiar. “No son cuestiones relacionadas con el colegio o el trabajo, sino reuniones, encuentros, el papel de la suegra o del cuñado, elementos familiares que él percibe como cuestionamientos de su autoridad”, añade.

Cuando no hay convivencia, la violencia adopta otras formas. El seguimiento constante es una de ellas. “El agresor intenta saber dónde va la mujer, con quién va, a qué hora lo hace, para quién lo hace”, describe Lorente. Durante el resto del año, ese control se apoya en rutinas previsibles, pero en Navidad esas pautas se rompen. “Se sale de manera imprevista, quedas con gente diferente, hay reuniones distintas, entonces la percepción de pérdida de control es mucho mayor”.

Los agresores perciben estas fechas como una oportunidad para recuperar a la mujer

A ese desorden se suma un elemento emocional clave: la idea de oportunidad. “Los agresores perciben momentos como la Navidad o el verano como una oportunidad para recuperar a la mujer, para rehacer la relación en los términos que ellos consideran”, explica el especialista. El problema es que esa expectativa no se corresponde con la realidad. “No es un problema de circunstancias ni de criterio, sino de conciencia de que están sufriendo violencia y que si han roto no van a volver”.

Cuando esa supuesta oportunidad fracasa, la frustración se intensifica. “No es solo la frustración de no conseguir el objetivo, sino hacerlo bajo la idea de que iba a ser el momento para recuperarla”, subraya Lorente. Si a eso se suman las celebraciones, las reuniones familiares y sociales, todos esos elementos “van sumando para que sean factores de riesgo”.

Alerta machista en Navidad
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Los datos respaldan esta lectura. “El periodo de mayor concentración de homicidios se produce en verano y luego en los meses alrededor de la Navidad”, afirma el forense. Aunque insiste en que se trata de medias estadísticas, el patrón se repite. En algunos años, diciembre registra cifras especialmente altas, mientras que en otros descienden, pero la tendencia muestra que estas fechas concentran un riesgo mayor.

No es la temperatura lo que lleva al homicidio”

Además, cada asesinato tiene un efecto multiplicador. “Cada vez que se produce un homicidio, el hecho de que se haya producido ya actúa como un factor de refuerzo en un agresor que está pensando en matar”, explica Lorente. No es que la noticia genere la violencia, sino que “cuando ve que otro ya lo ha hecho, se refuerza en su idea y aumenta la probabilidad de que pueda dar el paso a la acción”.

Por eso, el experto insiste en huir de explicaciones simplistas. “No es la temperatura lo que lleva al homicidio”, advierte, en referencia a quienes atribuyen el aumento de casos al calor en verano o a factores puntuales en invierno. “Son las dinámicas y las conductas que se llevan a cabo bajo determinadas circunstancias”, remarca.

Hablar de Navidad como un periodo de riesgo no significa demonizar las fiestas, sino mirar de frente una realidad que suele quedar oculta bajo luces y villancicos. Para muchas mujeres, estas fechas no traen descanso ni celebración, sino un aumento del control, los celos y la violencia. La Navidad, para ellas, no es hogar. Y reconocerlo es el primer paso para romper el silencio que rodea a esa violencia cuando más difícil resulta verla.

 

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