Sleepless in Seattle (1993), titulada en español Algo para recordar, se convirtió en su momento en un fenómeno del cine romántico. Dirigida y coescrita por Nora Ephron, la cinta narra cómo Sam Baldwin (Tom Hanks), viudo reciente, comparte su dolor en un programa de radio. Annie Reed (Meg Ryan), prometida de otro hombre, lo escucha desde la otra punta del país y decide que están destinados a encontrarse. Literalmente: cruza Estados Unidos por un impulso sentimental para conocer a un hombre al que jamás ha visto.
La premisa resulta entrañable, pero bajo esa estructura melancólica se esconde un desequilibrio llamativo: Algo para recordar plantea una historia de amor en la que solo uno de los protagonistas la vive durante el 90% del metraje. Annie lo idealiza, lo investiga, lo persigue. Sam simplemente vive su duelo y cuida a su hijo. La relación es, durante casi toda la película, unilateral. Y sin embargo, el espectador es empujado a sentir que están destinados a estar juntos.

La romantización del acecho
Desde una mirada feminista, la película plantea una pregunta incómoda: ¿qué pasaría si los roles estuvieran invertidos? Si fuera él quien, habiéndola escuchado hablar, investigara su vida, viajara a verla, la espiara en el trabajo o frente al Empire State. Muchas de las acciones de Annie podrían rozar el acecho. En 1993 eran vistas como “gestos románticos”, pero hoy revelan cómo la narrativa romántica tradicional ha normalizado conductas invasivas cuando vienen de mujeres.
Esta tendencia —la mujer como heroína emocional que ignora barreras sociales, éticas o profesionales por amor— no es nueva. Pero Algo para recordar la convierte en eje dramático. No se celebra tanto la conexión mutua como la obsesión romántica de una mujer que lo deja todo para perseguir una intuición. En el amor narrado por Ephron, la autonomía femenina queda suspendida mientras se espera la confirmación afectiva masculina.
La ausencia de conflicto interior
A diferencia de Kathleen Kelly en Tienes un e‑mail, aquí Annie no tiene un arco real de transformación. No crece, no enfrenta dilemas éticos complejos, no desarrolla una identidad más allá del enamoramiento. Su prometido Walter (Bill Pullman) es retratado como “buena persona”, pero aburrido. Dejarlo no supone un conflicto profundo, sino una liberación hacia una idea romántica más idealizada. El mensaje subyacente: una mujer moderna, con trabajo y estabilidad, puede renunciar a todo si aparece el hombre adecuado.
El personaje de Sam, en cambio, se muestra más sólido: afronta el duelo, cuida de su hijo, y se abre emocionalmente poco a poco. El guion lo protege. Ella, sin embargo, vive atrapada en una ensoñación que la arrastra a comportamientos pasivos, incluso infantiles.

El hijo como catalizador emocional
Jonah, el hijo de Sam, cumple una función clave: es el mediador entre los dos protagonistas. Es él quien propone el encuentro en el Empire State Building, quien responde cartas, quien actúa como enlace emocional. De nuevo, la acción no parte de los adultos, sino de un niño que parece entender mejor lo que el guion desea: una unión inevitable.
La estructura refuerza una idea romántica muy tradicional: no es la mujer quien decide su destino, sino la vida, el azar, el hijo, el otro. Annie no toma el control de su historia, sino que se deja arrastrar por ella.
¿Sigue siendo válida hoy?
Como producto de su tiempo, Algo para recordar sigue teniendo encanto: los planos neoyorquinos, la música, la ternura entre padre e hijo, la escena final en el Empire State. Pero desde una mirada crítica, lo que parecía una historia emocional se revela como una historia profundamente desigual. La protagonista femenina se disuelve en su fantasía, y el amor se presenta como una fuerza superior a la autonomía personal.
Disfrutarla hoy es posible. Pero exige una doble conciencia: aceptar su sensibilidad y, al mismo tiempo, reconocer los mecanismos que perpetúan una idea de amor femenino subordinado, pasivo y dependiente. Nora Ephron escribió con brillantez y humor, pero también desde un paradigma donde las mujeres aún no eran autoras plenas de sus propias narrativas.
Quizás la magia siga ahí, pero verla con las gafas violetas hace que esa magia ya no sea inocente.