Observatorio de lo Invisible

Antonio López: “No hay prisa en el arte si lo que buscas es la verdad”

El maestro del realismo español regresa al Observatorio de lo Invisible para compartir una jornada entera con los jóvenes creadores

Antonio López, en su visita al Observatorio de lo Invisible 2025
Antonio López, en su visita al Observatorio de lo Invisible 2025
Lupe de la Vallina

Maestro del realismo contemporáneoAntonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 6 de enero de 1936) es una de las figuras más influyentes del arte español del siglo XX y XXI. Su obra, marcada por una minuciosidad casi obsesiva y una sensibilidad única hacia la luz y el tiempo, ha trascendido generaciones y corrientes. Pintor, escultor y dibujante, López ha sido capaz de dotar de una intensidad poética a lo cotidiano: desde una nevera abierta hasta un amanecer sobre la Gran Vía madrileña.

Su trabajo ha sido reconocido internacionalmente con exposiciones en el Museo Reina Sofía, el Museo Thyssen, el Museo de Arte Contemporáneo de Tokio o la Marlborough Gallery de Nueva York. Recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1985 y es autor de algunas de las esculturas urbanas más icónicas de Madrid, como El día y la noche, situadas en la estación de Atocha. A lo largo de su carrera, ha reivindicado la lentitud como método y la observación como principio creativo. Ahora, se dedica a observar lo invisible.

Antonio López, "Gran Vía de Madrid", 1974-1981
Antonio López, “Gran Vía de Madrid”, 1974-1981

Antonio López, con sus sandalias y su inconfundible y antigua americana llena de pintura, camina lento entre los muros del Monasterio de El Escorial, pero su mirada es aguda como un bisturí. Ha vuelto, una vez más, al Observatorio de lo Invisible. No trae lecciones cerradas, sino preguntas abiertas. “Yo no vengo a enseñar. Vengo porque me gusta estar con la gente”, dice con esa mezcla de timidez y profundidad que convierte cada frase suya en una grieta por donde se cuela la luz.

Durante toda una jornada recorrió los talleres, se sentó a ver dibujar, habló del color de la luz y de la textura de la escultura, y al caer la tarde compartió un coloquio sin prisa, como quien deshace una madeja antigua que se enreda entre lo invisible y lo cotidiano. Su presencia serena y sin grandilocuencia dejó una huella callada pero firme. No vino a enseñar, pero todos aprendieron.

Antonio López, en su visita al taller de Relieve en el Observatorio de lo Invisible 2025
Antonio López, en su visita al taller de Relieve en el Observatorio de lo Invisible 2025
Lupe de la Vallina

El arte como lenguaje primigenio y sagrado

“Todos esos que llamamos arte nacieron juntos, junto con el idioma”, afirma Antonio. La pintura, la danza, la música, el teatro: lenguajes surgidos del impulso humano por comprender el mundo y acompañarse en el misterio de la existencia. Antes de ser discurso, fueron gesto; antes de ser objeto, fueron rito. Y, en el centro, el hombre buscando un sentido, inventando dioses con los que dialogar su soledad.

“Los dioses han nacido del hombre. El hombre los ha creado porque los necesita. Los lleva dentro”. Para Antonio, el arte no es sólo expresión, sino también forma de contacto con lo invisible, con eso que escapa a la razón pero que se presiente en una luz o en una curva del bronce. El arte nació como lo hizo el lenguaje: para acompañarnos, para entendernos, para celebrar o llorar lo inexplicable.

Hoy, sin embargo, dice, “Dios está menos”. O quizá lo vemos menos. “La mayoría de los artistas están fuera de la fama. Ya ni pintan a Dios, ni al hombre, ni al gato, ni al perro. Hacen pintura, nada más”. Y sin embargo, la emoción persiste. El arte abstracto, confiesa, también puede conmover: es la expresión de las emociones a través de la pintura, un grito sin palabras. Un puente invisible entre quien lo hace y quien lo contempla.

“No se trata de hablar. El arte no nació del discurso. Nació en el hecho de vivir”, dice, y basta con mirar un atardecer en Tomelloso para entenderlo. Hay días en que el mundo se revela sin palabras, y hay artistas que saben pintarlo sin traicionar su misterio.

Antonio López, en su visita al oratorio en el Observatorio de lo Invisible 2025, observando una escultura de Javier Viver
Antonio López, en su visita al oratorio en el Observatorio de lo Invisible 2025, observando una escultura de Javier Viver
Lupe de la Vallina

La verdad y la belleza: entre la tribu y la soledad

“Yo no creo que el arte esté hecho para disfrutar. El arte nos mejora. Pero el bueno”. Ese arte “bueno” del que habla Antonio no se mide con reglas fijas. “¿Quién decide qué es el arte bueno? Hay muchos censores, pero no hay nada objetivo. Es una cuestión de sensibilidad, de talento y de costumbre”. En un mundo saturado de voces que opinan, él propone una guía más honda: el instinto, la inteligencia, la educación de la mirada.

“Hay muchos censores que quieren decidir qué es el arte bueno, pero ¿hay que fiarse de ellos? No hay nada objetivo, es una cuestión de sensibilidad, de talento y de costumbre. Hay gente que sabe mirar todo eso y gente que no lo sabe mirar. Pero lo que no hay es una fórmula para identificar lo válido de lo inútil: no lo hay. Nos encantaría ahorrar esa fórmula, porque no ahorraríamos muchísimo trabajo y nos haría mucho bien. Pero en la religión, en la política y en el arte no existe esa fórmula”.

Y añade, sin embargo: “La mirada se puede educar”. Amar algo y observarlo con atención es el camino hacia el descubrimiento. Y sin embargo, no hay garantías. “La gente inteligente se equivoca menos, pero también se puede equivocar”. El arte, como la vida, no tiene fórmula segura. “En el arte hay muchísima gente que se ha erigido en dirigente, y eso es un gran problema: no hay que fiarse. Hay algo que no falla, que es seguir tu instinto, tanto en el creador como en el que mira. Y si tienes inteligencia, vas a ir descubriendo, atisbando, todos esos signos”.

Hubo un tiempo, recuerda, en que el arte se hacía para todos: “En las Cuevas de Altamira se pintaba para la tribu entera”. Hoy, en cambio, el arte se ha vuelto un desahogo individual, a menudo incomprensible. “Ya no hay dioses a los que dedicar el arte. Ya no se pueden hacer catedrales”. Y sin embargo, esa pérdida ha dado paso a otra forma de verdad: la del artista que crea desde lo más íntimo, sin encargo, sin tribu, sin otra guía que su mirada.

Antonio López, en su visita al taller de Música en el Observatorio de lo Invisible 2025
Antonio López, en su visita al taller de Música en el Observatorio de lo Invisible 2025, dirigido por el compositor y director de orquesta Ignacio Yepes
Lupe de la Vallina

“El arte se hace desde la inteligencia. El problema es que se ha diversificado demasiado porque el lenguaje común ha desaparecido, y ahora lo que nos piden es el lenguaje individual: que tú seas tú, con tu trabajo. Eso crea una gran confusión y un ruido permanente. Los grandes artistas de nuestra época son muy individuales, se salen completamente de lo gregario, inventan cosas, empezando por Picasso”.

“El arte era la voz de la tribu. Ahora tenemos voz propia”. Pero ese paso de lo colectivo a lo individual ha traído también una dificultad de comprensión, un ruido permanente. “El lenguaje común ha desaparecido. Y ahora se nos pide ser individuos, ser nosotros mismos”. El resultado es una multiplicidad de formas que a veces desorienta.

La angustia, la esperanza y el arte como resistencia

“La vida es fantástica, hermosa, excepcional. Hemos nacido para vivir a pesar de todo”. En un tiempo marcado por la soledad, el arte moderno ha tendido a expresar el lado oscuro de la existencia. Bacon, dice, es un artista grandioso, pero no necesariamente útil. “El arte moderno es diversión, pero el bueno. Y no piensa en ayudar, sino en transmitir una verdad, que puede ser oscura y angustiosa”.

Antonio ha elegido otra senda. La zona “soleada” del arte. Ha trabajado rodeado de personas que, como él, miran el mundo con amor, con paciencia, con una mezcla de asombro y obstinación. “La belleza del mundo no era Dios, era un día de sol en la meseta de La Mancha. Eso es Dios”, confiesa. Pero habla especialmente de María Moreno, alguien a quien amaba (y ama) profundamente: “Verla rezar era para mí entrar en el misterio, en el verdadero misterio de la vida”.

El arte puede no tener un rumbo fijo, pero puede ser un espacio de resistencia. Una manera de no ceder al desamparo. “El arte nos ayuda mucho, si tenemos suerte. Si la santidad te afecta y cuenta contigo”, dice. “El arte no es mejor ahora que hace 2000 años. Abre espacios, pero no sube una escala ascendente. No mejora. Es distinto”. El arte no salva como la medicina, no prolonga la vida ni cura la próstata. Pero puede enseñar a mirar. Y en ese mirar, a veces, hay algo que consuela.

Antonio López, durante el coloquio sobre arte y creación en el Observatorio de lo Invisible 2025
Antonio López, durante el coloquio sobre arte y creación en el Observatorio de lo Invisible 2025
Lupe de la Vallina

La educación del asombro y la misión del artista

“La mejor profesión del mundo es cuidar a los niños. Y después, el arte”. A los 13 años, Antonio vino de Tomelloso a Madrid. Pintar se convirtió no sólo en un oficio, sino en una forma de estar en el mundo. “Pintar es la mejor profesión. Yo nací para pintar. La gente que yo he conocido, nacieron para pintar”, relata en referencia al conocido como Círculo de Realistas de Madrid: el propio Antonio López, María Moreno, Julio López Hernández, Francisco López, Esperanza Parada, Isabel Quintanilla, Amalia Avia y Lucio Muñoz.

Y sin embargo, esa vocación conlleva una responsabilidad. “La sociedad te tiene que pagar tu gusto. Si no es bueno, les estás engañando. Es una estafa horrorosa”. El arte debe ser veraz. Nacer del talento, pero también de una condición moral: “Deseas ser útil. Luchas para no engañar, para mejorarte”. Y sin embargo, Antonio es claro, realista también en sus gustos: “No nos engañemos: yo pinto por dinero, es mi oficio, con lo que me gano la vida”.

En su estudio, Antonio trabaja con una obstinación silenciosa. Esculpe, corrige, retoca. “A veces lo que te gusta no está a punto de llegar ni te llega todos los días”. No hay prisa, porque lo que se busca no es el aplauso, sino la verdad. Y esa verdad no aparece de golpe: se gana a fuerza de paciencia.

“Yo me pongo y trabajo. Y alguien me ayuda a decir: ‘Mira, esta zona hay que hundirla'”, cuenta sobre su proceso con las esculturas. Como si el arte fuera también una conversación entre materiales, miradas y tiempo.

El sistema, el precio, y el milagro del arte

“Yo cuando salen mis cosas a subasta, no me gusta nada. Si lo pudiera evitar, lo evitaba”. Antonio conoce la injusticia del sistema artístico. Sabe que hay artistas que cobran cifras astronómicas mientras otros sudan por “cuatro perras”. “Yo soy de Tomelloso y he visto a gente trabajar por cuatro perras”. Y sin embargo, no reniega del valor del arte. Al contrario: cree que los artistas deberían cobrar más que nadie. Pero el dinero, dice, es una consecuencia, no un fin.

“El arte ha estado secuestrado por el encargo, por la tribu. Era la voz de la tribu. Ahora tenemos una voz propia”. Esa libertad, admite, también genera confusión. “El lenguaje común ha desaparecido. Y eso crea ruido”. Pero también crea posibilidad. “Hay que dejar que las cosas convivan. Que la gente elija”.

La gente, dice, “mete la cuchara en el arte” sin conocerlo. En la ciencia, nadie opina sin saber. En el arte, todos opinan. Quizá porque el arte nos pertenece. Porque aunque sea un misterio, sentimos que algo nos toca. Y por eso sigue vivo. Porque aunque el arte no tenga fórmulas, ni recetas, ni soluciones, nos da algo esencial: el espejo del asombro.

Antonio López, junto a Javier Viver durante el coloquio sobre arte y creación en el Observatorio de lo Invisible 2025
Antonio López, junto a Javier Viver durante el coloquio sobre arte y creación en el Observatorio de lo Invisible 2025
Lupe de la Vallina

Una despedida sin final

En el Observatorio de lo Invisible, Antonio se mueve entre los jóvenes como uno más. Les observa, les escucha, les habla. No hay discurso de maestro, sino presencia. Ha venido, como siempre, sin respuestas cerradas. “No hay receta. No hay una fórmula para saber qué es lo bueno. Pero si tienes inteligencia y amor, vas descubriendo”.

Su arte no busca provocar, ni adornar. Busca entender. Como quien se asoma a un paisaje con los ojos bien abiertos. Como quien pinta la luz de la mañana en la Gran Vía porque sólo eso ya es un sueño. Como quien sabe que la verdad no llega con prisa.

Y por eso, quizá, Antonio vuelve. Al taller, a los alumnos, a las calles, al bronce. A lo visible y a lo invisible. Porque sigue buscando. Porque sigue asombrándose. Porque, como dijo aquel día, con los pies en la tierra y la mirada en el cielo: “No hay prisa en el arte si lo que buscas es la verdad”.

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