La película comienza con una música ligera de jazz. En pantalla, los créditos iniciales aparecen en orden alfabético, con la tipografía blanca Windsor Light: un gesto que remite inmediatamente a Woody Allen. En una película sobre el #MeToo, esto es ir demasiado lejos. El mismo Luca Guadagnino lo confirma en la rueda de prensa oficial del Festival de Cine de Venecia, cuando le preguntamos por qué rinde tributo a un hombre acusado de agresión sexual por su hija adoptiva, Dylan Farrow.
“La respuesta burda sería: ‘¿Por qué no?’. Hay un canon con el que crecí y, cuando empecé a pensar en esta película con mis colaboradores, no podíamos dejar de pensar en las películas de Allen (…) Sentí que era un guiño interesante a la idea de pensar en un artista que, de algún modo, ha estado enfrentando ciertos problemas respecto a esto, y en cuál es nuestra responsabilidad al mirar a un artista que amamos, como Woody Allen”.
El director de grandes obras maestras de la historia del cine contemporáneo, de Call be my your name a Suspiria, ha elegido hacer una película sobre hombres que se lamentan por haber sido acusados de agresiones sexuales que dicen no recordar haber cometido. Que se golpean el pecho porque nadie les cree (¿nadie les cree, pero uno de los directores más importantes del mundo les da voz en una película reconocida a nivel internacional?), que lloran y patalean, a los que se les ven absolutamente todas las costuras de podredumbre, debilidad, egolatría y manipulación.
Caza de brujas es un drama psicológico sobre una profesora universitaria (Julia Roberts) cuyo mundo se tambalea cuando una estudiante (Ayo Edebiri) acusa a un colega (Andrew Garfield) de agresión sexual. Este acontecimiento obliga a la profesora a enfrentarse a un oscuro secreto de su propio pasado que amenaza con arruinar su carrera y su identidad. Esto es lo que dice la sinopsis oficial, pero el argumento va más allá: Guadagnino escoge a una joven brillante, atractiva y negra (un detalle importantísimo), engreída y pagada de sí misma, y sitúa la acción en una de las universidades más elitistas del mundo: Yale. El contexto de la agresión sexual es difuso, porque en este entorno progre y abierto (pero en el fondo, profundamente clasista) los alumnos cenan en casa de sus profesores o forman parte de su grupo de amigos.
También son difusas las lealtades, las aparentes amistades atravesadas por la envidia, lo competitividad o por el hecho de que una confesión así haría tambalear cualquier relación. De todas las personas a las que puede acudir, Ayo Edebiri (resulta sorprendente que una actriz como ella haya aceptado un papel tan problemático) decide sincerarse con su profesora de Filosofía, que es además una de las mejores amigas de su agresor sexual, con quien mantiene una relación de coqueteo constante. El agresor, interpretado demasiado bien por un Andrew Garfield soberbio con estallidos de violencia, tampoco parece tener ningún amigo fuera de la colega (Julia Roberts) con la que intenta desesperadamente acostarse.
Alma Imhoff (Julia Roberts) está casada con Frederik (Michael Stuhlbarg), un psicoanalista al que trata con cierto desprecio y condescencia, negándole entre otras cosas el acceso a su intimidad; él responde provocándola con una picardía emasculada antes de retirarse a preparar un cassoulet, algo que genera risas no precisamente tiernas entre sus compañeros. Ella prefiere coquetear con Hank Gibson (Andrew Garfield), su colega y amigo íntimo desde hace años, que convierte cada conversación en una forma de competición verbal.
Ambos, sin embargo, compiten de verdad. Los dos aspiran a obtener la plaza en propiedad (tenure), y mantienen ingeniosos intercambios sobre qué ocurrirá con su relación si solo uno la consigue… o sobre si el hecho de que Alma sea mujer podría darle ventaja. Sin embargo, ella rechaza esa idea, considerándola una forma de sexismo clásico. Durante un tiempo, ambos profesores aparentan admirar a Maggie (Ayo Edebiri), una estudiante de posgrado que trabaja en su tesis de Filosofía; Alma es su mentora oficial. Todo parece animado y cordial hasta que la fiesta termina y Maggie y Hank salen juntos. Nunca vemos lo que sucede, pero por supuesto ambos relatan historias enfrentadas.
Aunque hay matices de ambigüedad, la película quiere que el espectador crea a Hank por diversos motivos, argumentales y cinematográficos, que supondrían un spoiler. Todo sugiere que él se ha convertido de inmediato en el cliché del “depredador masculino”, condenado haga lo que haga o diga lo que diga, y el filme parece invitarnos a empatizar con la rabia contenida (y no contenida) que Andrew Garfield transmite y a tomar sus palabras en serio. Pero qué mujer puede empatizar con esos despliegues de violencia, me pregunto. Y entonces parece que vamos a asistir a un “he said/she said” en el que cada uno expone sus argumentos y nosotros elegimos bando.
Pero After the Hunt no es ese tipo de película. En una de las escenas clave, Alma se reúne con el decano de Humanidades y le asegura que cree en la versión de Maggie. Sin embargo, el espectador comprende que está mintiendo, y entonces lo entiende todo: Alma decide mentir porque sabe que, en un ambiente de caza de brujas, defender a Hank podría perjudicarla. Aun así, Julia Roberts interpreta el momento con tal contención emocional que apenas percibimos la traición de su personaje. Las consecuencias son fulminantes e inmediatas para el personaje de Hank, algo desmedido por mucho que Guadagnino quiera denunciar “la oleada de cancelaciones”: no hay investigación, no hay audiencia formal; la palabra desnuda de una joven basta para que su profesor sea expulsado.
Por eso After the hunt tiene sentido en su versión original: ese “después” implica lo que sucede tras la caza de brujas, que es el nombre que se ha elegido en España. Pero el problema no es la caza de brujas, sino lo que queda después de que esta se produzca, y este es quizá el punto más doloroso (y humillante) de toda la película. Que la profesora crea o no a la alumna es irrelevante: sabe lo que tiene que hacer, de qué lado se tiene que poner para poder ascender en la carrera académica. Y esta es la moraleja retorcida de la historia: todo sale bien para las mujeres. Si te violan, acabas siendo famosa. Si defiendes a la víctima, te dan un cargo de poder. Incluso aunque todo fuera mentira, la maquinaria woke tiene la capacidad de eliminar nuestra inteligencia para que compremos packs ideológicos cerrados y autoexplicativos.

Qué cabreo más inmenso. Daban verdaderas ganas de salir corriendo del cine. Luca Guadagnino y el resto del reparto se mostraban molestos por las preguntas sobre los principios feministas que socava esta película. Ahora parece que fueron incluso tibias. Todo el filme apesta a tufo masculino rasgándose las vestiduras por la cultura de la cancelación y las denuncias falsas, y consigue, estoy segura, convencer a miles de hombres (los que se atrevan a ver la película y mirarse en ese espejo) de que realmente existe una caza de brujas contra ellos.
Porque además hay sutilezas dirigidas al hombre heterosexual conservador: la estudiante es lesbiana pero sale con un chico trans, cuya cirugía para extraer los pechos contemplamos continuamente. La universidad está “asediada” por lo políticamente correcto, como defender Palestina o estar de lado de la víctima de forma ciega, llegando incluso a acosar al profesor y a todos los que no piensen y opinen como ellos. Y para más inri, todo barnizado por insoportables debates sobre filosofía, moralidad y principios éticos en un despliegue soporífero y muy esnob de citas y pensamiento aparentemente profundo pero que podría aparecer en el diario de una joven intensa de 16 años. ¡Y citando a Nietzsche! Tápese, señor Guadagnino, y esconda esa intelectualidad tan teatral.
Si After the Hunt tuviera un referente cinematográfico claro, sería Tár: otro retrato de una figura (una mujer, de hecho) intelectual carismática y egocéntrica atrapada en una espiral moral. Al igual que la película de Todd Field, la cinta de Guadagnino lanza dardos contra la corrección política, los privilegios de clase y los discursos de género contemporáneos. Sin embargo, mientras Tár permitía al espectador asomarse al interior de Lydia Tár, After the Hunt mantiene a su protagonista envuelta en una opacidad constante. Julia Roberts alterna momentos de fragilidad, cinismo y desesperación, pero su Alma resulta finalmente enigmática, inaccesible.
Cierto es que se trata de una película con interpretaciones sobresalientes, una paleta visual oscura e inquietante y una atmósfera psicológicamente tensa, llena de misterio y suspense. En ese sentido merece un visionado. La cinta aborda cuestiones actuales de justicia social y moral sexual, pero se atreve a ofrecer respuestas que desafían la ortodoxia predominante. Julia Roberts es una ambiciosa y sombría profesora de Filosofía que tiene más que decir sobre Foucault que sobre su propia (y oculta) vida, cargada de una ironía afilada y una frialdad fascinante que la hacen inhumana.
Lo peor, honestamente, es el desenlace final. No hay justicia en este mundo, parece gritar el director, que busca cuestionar de forma directa el principio de “creer a todas las mujeres”. Pero lo hace de forma simplista, poco coherente. Cabe preguntarse si no será que Luca Guadagnino tiene un #MeToo en ciernes. Excusatio non petita…