Crítica de teatro

‘Del color de la leche’: una ficción de la verdad contra los abusos

Esta obra relata la historia del precio que tiene que pagar una niña por aprender a leer y a escribir. Un testimonio que nos interpela contra los abusos, previo al movimiento #MeToo

Imagen de la obra 'El color de la leche'
Imagen de la obra 'El color de la leche', en el Teatro de la Abadía

Mary, la protagonista de la novela de Nell Leyshon, cobra vida en el teatro de la mano de la compañía Tanttaka y, tras su paso por el Teatro de la Abadía, ahora pone rumbo a otros teatros. La obra nos muestra el peligro de que los deseos se cumplan, sobre todo siendo una campesina de 15 años en 1830.

A su edad, su mundo se resume en una granja y un trabajo duro e incesante en el que sus padres no tienen miramientos hacia su cojera. A pesar de esto, la adolescente de pelo del color de la leche guarda el deseo de una vida mejor: aprender a leer, a escribir y ser maestra.

Abuso de la infancia

La obra nos muestra la crueldad de una época que no tiene en cuenta la infancia o la discapacidad, sino sólo la clase social y la necesidad. Frente a estos dramas, la adaptación de Tanttaka nos ofrece una dirección impoluta y unas interpretaciones brillantes, cargadas de personalidad, humor y sensibilidad.

No es difícil empatizar con Mary y la dificultad de abandonar su hogar cuando su familia recibe una oferta para que vaya a cuidar a la esposa enferma del vicario. Salvando la pesarosa situación con su padre y la falta de consuelo por parte de su hermana y su madre, la protagonista guarda un vínculo especial con su abuelo y la vulnerabilidad que este padece y de la que ella se apiada. Como si fuese un resquicio de su mente o un anclaje que une todo lo que le sucede a la niña, la magnífica dirección y escenografía de Fernando Bernués decide mantenerlo en escena permanentemente, convirtiéndole en el corazón de la obra.

Imagen de la obra 'El color de la leche'

Imagen de la obra ‘El color de la leche’, en el Teatro de la Abadía

Es en la casa del vicario donde brilla especialmente la personalidad de la interpretación de Aitziber Garmendia, quien exprime al máximo la sinceridad sin filtros, la sencillez y la ternura de una niña que, a pesar de ejercer de criada contra su voluntad, vive por primera vez algo parecido a una infancia.

Crueldad y abusos

La personalidad de los personajes va recrudeciéndose en los tramos finales del montaje, cuando las apariencias caen y lo que al principio era amabilidad y el sueño de abandonar el analfabetismo, se torna en crueldad y abusos. La obra recoge la dureza de la vulnerabilidad frente al poder y cómo la pureza, el humor y la cercanía, tan sintomáticos en los gestos de Mary, pueden perderse para siempre.

Como sucede en Los Santos Inocentes de Delibes, el texto de Leyshon aborda otras situaciones de la época, como la resignación de las clases trabajadoras y su sometimiento ante las pudientes en todas las esferas de la vida hasta el punto de fagocitarse. Así, en varias subtramas se trata, por ejemplo, el estigma que supone un embarazo extramatrimonial y las diferentes salidas nada deseables que tenían las mujeres, tales como el abandono familiar o la negación del hijo propio en favor de los padres.

En la producción escénica de Bernués se erigen una suerte de montañas formadas por sillas blancas orientadas hacia el graderío. Parecen estar ocupadas por testigos invisibles que miran por encima de lo que sucede en las tablas, atentos a la reacción del público, juzgando desde un tiempo pasado qué hemos sabido enmendar de esa historia y qué injusticias nos quedan por purgar. Más que una obra de teatro, Del color de la leche es una oportunidad para encontrarse con la verdad en esta ficción en la que la propia narradora transita del analfabetismo a la libertad de las palabras, aun con tan alto peaje.

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