En los últimos años, un término comenzó a circular con creciente frecuencia en redes sociales, foros digitales y secciones de comentarios: “Charo”. Aparentemente inofensivo, revestido de humor, sarcasmo o simple ironía, y equivalente a la “Karen” del mundo anglosajón, ese insulto funciona hoy como una de las formas más sutiles —y eficaces— de violencia digital contra las mujeres. Según un informe reciente del Observatorio de la Imagen de las Mujeres, dependiente del Instituto de las Mujeres, el uso de “Charo” ha evolucionado desde un gesto de burla misógina hasta un mecanismo estructural capaz de silenciar, expulsar o desgastar la participación pública de mujeres en espacios digitales y reales.
El documento —titulado ‘Análisis del discurso misógino en redes: una aproximación al uso del término “Charo” en la cultura del odio’— señala que la capacidad de “Charo” para pasar inadvertida radica precisamente en su ambigüedad: no es un insulto explícito, cargado o vulgar, como “puta” o “zorra”; su violencia opera desde la desvaloración, el humor hostil y la deslegitimación disfrazada.
OK Charo. pic.twitter.com/qcWGrHarr4
— Joselito (@1966Joselito) December 4, 2025
Qué significa “Charo” y de dónde viene
De acuerdo con dicho estudio, los primeros usos documentados del término como insulto colectivo se remontan a comienzos de la década de 2010 en foros españoles de la “manosfera” como Forocoches o Burbuja.info. Al principio, “Charo” describía estereotípicamente a una mujer “mayor de 30 o 35 años, soltera o divorciada, sin hijos y viviendo sola”, habitualmente funcionaria o empleada pública, lectora de prensa tradicional, y con una presencia pública verbal y crítica moderada.
Ese perfil no fue casual: según el informe, se articuló desde un lugar misógino y clasista, que ridiculizaba tanto su situación personal como su rol profesional, y convertía su aspiración a hablar en público en motivo de escarnio. De ahí surgieron variaciones léxicas propias: “charocracia” (irónico “poder” de esas mujeres), “charear” (actuar como Charo) o “charía” (la colectividad de las Charo). En poco tiempo, ese vocabulario se consolidó como argot de grupos misóginos digitales: una jerga que permitía agredir simbólicamente sin exponerse al reproche social que conllevan insultos explícitos.

Con la reivindicación feminista de 2018–2019 en España —movilizaciones masivas, visibilidad mediática, debate público sobre los derechos de las mujeres—, “Charo” experimentó un resurgir. Su uso pasó de ser un insulto de nicho a un arma recurrente en momentos de debate social, acompañando mensajes de descalificación hacia mujeres que expresan opiniones feministas, denuncian machismo o defienden derechos de igualdad.
A quién apunta “Charo” ahora
Aunque su origen apuntaba a mujeres de más edad, solteras o divorciadas, su uso se ha expandido. Hoy, cualquier mujer que opine en público, critique estructuras de poder, denuncie desigualdades o simplemente se muestre activa en redes, puede ser etiquetada como “Charo”. Desde políticas y activistas hasta creadoras de contenido, periodistas o ciudadanas que alzan la voz: el insulto no discrimina edad, clase social ni filiación ideológica.
El mecanismo no es directo: no se trata de una ofensa explícita, sino de una deslegitimación difusa. “Charo” es la mujer resentida, patética, que quiere llamar la atención, que no tiene nada mejor que hacer que quejarse, que sobra en el debate público. Esta caricatura ataca su autoridad moral y su derecho a opinar, sin recurrir al insulto grosero, lo que dificulta su visibilización como agresión y fomenta la impunidad.
Desmotivación, desgaste y abandono del espacio público
El informe del Instituto de las Mujeres advierte de los efectos secundarios del uso de “Charo” como insulto masivo. A nivel individual, ser etiquetada como “Charo” supone asumir un desgaste emocional constante: la exposición, la desconfianza, la burla, la minimización del discurso. Muchas mujeres desisten de participar en espacios de debate, desactivan comentarios, reducen su presencia pública.
“Ok, Charo” no es una broma: es una estrategia de silenciamiento.
Publicamos un informe para desmontar estas maniobras y, sorpresa, hay señores molestos.
Si el feminismo escuece es que está haciendo su trabajo
Gracias @efeminista_efe por colaboración💜pic.twitter.com/rdDGYY7WSI
— Cristina Hernández (@Cristina_H_) December 5, 2025
Según el informe, a nivel colectivo, el uso prolongado del término contribuye a una pérdida de referentes feministas para generaciones jóvenes. Al asociar la participación femenina con estereotipos negativos —“amargura”, “asocialidad”, “radicalismo”— se socava el valor simbólico de mujeres que luchan por derechos, se reduce el atractivo del activismo y se refuerza el consenso silencioso en torno al orden patriarcal.
Para la esfera pública, esa normalización de la agresión simbólica supone un empobrecimiento del debate democrático. Si el insulto eficiente no es explícito, sino disfrazado de meme, su cuestionamiento se vuelve complicado. Y si decenas de voces femeninas son silenciadas, la conversación colectiva pierde diversidad y profundidad.
La arquitectura digital como multiplicadora
Un rasgo clave del fenómeno es la forma en que la infraestructura de las redes sociales y los foros en línea amplifican la eficacia del insulto. Los algoritmos de visibilidad premian la crispación, la polémica y el sarcasmo; los mecanismos de anonimato protegen al que insulta; la viralidad transforma un meme local en estigma global.
El estudio del Instituto de las Mujeres advierte que “Charo” ha sido legitimada por una arquitectura digital cómplice: su uso puede multiplicarse sin control, sin filtro, sin sanción. En ese contexto, la palabra se convierte en arma colectiva, en una herramienta de control simbólico que opera con la misma gratuidad de un tuit, una publicación o un meme.
Aunque el informe identifica el desgaste, la expulsión simbólica y la precarización del espacio público femenino, también propone estrategias de resistencia. Entre ellas, recuperar el uso crítico de la palabra, visibilizar el insulto como forma de violencia, construir espacios seguros de debate, denunciar agresiones simbólicas con evidencia documental y fomentar redes de apoyo entre mujeres.
Monitorización de la misoginia online
Este documento inaugura el nuevo proyecto del Instituto de las Mujeres destinado a monitorizar y analizar la violencia, el machismo y la discriminación en la red, con el propósito de “comprender y visibilizar las nuevas formas de misoginia que emergen en los entornos digitales”.
A través de estos informes —dirigidos al conjunto de la ciudadanía y, en particular, a profesionales de la información y de la educación— el Instituto de las Mujeres pretende identificar las dinámicas de misoginia digital, exponer sus mecanismos y avanzar en su prevención y erradicación. “Vamos a generar informes con un alto valor pedagógico para que la sociedad pueda comprender la dimensión que tiene la violencia contra las mujeres en Internet y cómo se produce, porque la igualdad también tiene que ser defendida en el espacio digital”, concluyó Hernández.

