Cumple 80 años

El embrujo de Hellen Mirren

La actriz británica cumple 80 años convertida en un icono indomable: del teatro shakesperiano al cine de acción, Helen Mirren ha desafiado los cánones de belleza, edad y género para reescribir las reglas de Hollywood desde su singularidad

Helen Mirren en Winchester (2018). Cuidado fantasmas, voy a por vosotros
Helen Mirren en Winchester (2018). Cuidado fantasmas, voy a por vosotros

Helen Mirren. Tan sólo pronunciar o leer este nombre evoca en todo amante del cine la imagen de una de las mujeres más carismáticas, bellas e inteligentes de la pantalla. Durante cinco décadas, desde el teatro a la televisión, pasando por el cinematógrafo, esta actriz británica ha sido algo así como la encarnación misma de lo mejor del talento y el talante dramático del Reino Unido. Algo así como la respuesta femenina, moderna y rubia a Laurence Olivier. Como él, en su madurez y actual senectud, sigue trabajando en todo tipo de películas y series, como si cumplir años no fuera más que una ligera molestia para su espíritu incansable, siempre joven. Este mismo 2025 no sólo se la puede seguir en las series 1923 y Tierra de mafiosos, sino que también podremos verla pronto en los filmes Switzerland, encarnando a Patricia Highsmith; Goodbye June y El club del crimen de los jueves.

Para buena parte de los espectadores de hoy, ver actuar a Helen Mirren es contemplar a toda una dama del teatro y del cine, de hecho, a una Dama Comendadora de la Orden del Imperio Británico, nombrada por la reina Isabel II en 2006. Un ejemplo de resistencia, que se erige como monumento vivo en contra del tópico de que las actrices ya no encuentran papeles adecuados o importantes a partir de cierta edad. Y no solo en dramas intimistas o de época. Desde que comenzaran el nuevo siglo y milenio la hemos podido ver en thrillers y cintas de acción tan variopintas como La búsqueda: el diario secreto (2007), RED (2010) y su secuela, cuatro entregas de la saga Fast & Furious, Anna (2019) y hasta en una película de terror: Winchester: La casa que construyeron los espíritus (2018), donde pone en su lugar a espectros y demonios poco menos que a guantazo limpio.

Eso sin hablar de los biopics, con su camaleónica capacidad para encarnar desde a la propia Isabel II (ganando el Oscar) hasta a la polémica escritora y pensadora Ayn Rand; a la esposa de Alfred Hitchcock, Alma Reville; a la diabólica Hedda Hopper, las monarcas Isabel I y Catalina la Grande en sendas series televisivas, o a la mítica y no menos polémica Golda Meir —Mirren es una defensora moderada pero decidida del Estado de Israel—. De sus múltiples trabajos televisivos, el más popular y no por ello menos logrado ha sido dar vida a una detective inspectora jefe de la Policía metropolitana de Londres en la serie Prime Suspect (1991-2006), conocida en España como Una mujer de acero, que le conquistó tres premios consecutivos de la Academia de la televisión británica a mejor actriz, gracias a su retrato de la dura, inteligente e inasequible al desaliento inspectora Jane Tennison, enfrentada al machismo imperante en la policía tanto como a los más difíciles casos criminales. Una serie perfecta y un personaje e interpretación impresionantes de las que mucho podrían aprender las actuales series que explotan la misma o parecidas premisas.

Todos estos y otros títulos de las últimas décadas, que han grabado en los ojos del espectador la imagen de una Mirren dura y hasta gélida, de rasgos elegantes y mirada franca, con carácter decidido e inamovible, capaz al tiempo de una acerada ironía y humor no menos afilados, pueden hacernos olvidar, sin embargo, algunas cosas no menos importantes. La primera, que Lliena Lydia Vasilievna Mironov, es decir: la impresionante mujer que conocemos como Helen Mirren, hija de una mujer trabajadora inglesa, Kathleen “Kitty” Alexandrina Eva Matilda (nacida Rogers) y de Vasily Petrovich Mironoff (o Mironov), descendiente de una noble familia rusa exiliada tras la Revolución, que acabó conduciendo taxis en Londres, estuvo prácticamente desde su adolescencia destinada a las tablas, destacando pronto en el National Youth Theatre, convirtiéndose después en una de las principales estrellas de la Royal Shakespeare Company, donde se codeó con Olivier, Alan Bates o Malcolm McDowell entre otros, sin privarse más tarde de criticar la deriva artificial y artificiosa de la famosa compañía dramática.

La segunda, que Helen Mirren, con su mezcla de sangre británica y eslava, ha sido una de las bellezas más espectaculares de la escena y la pantalla inglesas e internacionales. Quienes tenemos cierta edad, aún podemos recordarla en la espléndida Excalibur (1981) de John Boorman, como la hechicera Morgana, arrastrando a Merlín (Nicol Williamson) a la perdición —“Anál nathrach, orth´bháis´s bethad, do chél dénmha”. A buen entendedor…—. Apenas un año antes fue la mujer fatal del drama con resabios de neonoir inglés Hussy (1980) de Matthew Chapman, además de la guapa y astuta esposa del vulgar gánster cockney interpretado por Bob Hoskins en la magistral El largo viernes santo (1980) de John Mackenzie. Un año más atrás aún, engañada por Bob Guccione junto a otro montón de prestigiosos actores ingleses como Malcolm McDowell, Peter O´Toole e incluso John Gielgud, fue la descarada y desnuda Cesonia del escandaloso Calígula (1979) de Tinto Brass. En su favor, añadamos que siempre ha defendido su participación en un filme que consiste, en sus propias palabras, en “…una irresistible combinación de arte y genitales”.

Helen Mirren es otra demostración más, si fuera necesaria, de que el mito de la “rubia tonta”, más tonta todavía si tiene ojos azules, es un lamentable lugar común, una especia maligna extendida tanto por misóginos machistas rabiosos de envidia ante lo inalcanzable (“estaban verdes”, dijo el zorro de las uvas), como de no menos envidiosas mujeres que llevan mal las comparaciones y no se resignan con lo que la naturaleza ha decidido otorgarles (la naturaleza es así: caprichosa y sin moral, ni woke ni judeocristiana).

Hoy, con sus cabellos grises y arrugas bien temperadas aunque no del todo ajenas a la cirugía, Mirren se sabe admirada y reconocida universalmente como una enorme mujer y actriz, que lo es y ha sido desde mucho tiempo atrás. Pero no deja de resultar tan paradójico como representativo de la “nueva realidad” que tuviera que esperar al 2010, con 65 años, a ser nombrada por la revista Esquire La Mujer Viva Más Sexy, un año antes de que este mismo magazine le dedicara un divertido reportaje fotográfico donde aparecía “desnuda”, cubierta con la simbólica Union Jack.

Estaba a punto ya de concluir diciendo que si Mirren era la mujer más sexy del mundo con 65 años (y no soy yo quien vaya a negarlo), imagínense cómo era con 35 o con 24. Pero no hace falta que se lo imaginen: sólo tienen que buscar Excalibur, Hussy o la estupenda Corazones en fuga (1969) de Michael Powell, según la novela de Norman Lindsay —puntualización en absoluto gratuita— y disfrutar con ellas, comprobando que pese a que sin duda la madurez e incluso la vejez no son un inconveniente para seguir siendo bella a la par que sublime actriz, la juventud, tampoco. Feliz 80 cumpleaños para nuestra gran Dame Helen Mirren, por supuesto. Pero nada de malo hay en celebrarlo recordándola también como la mágica y sensual Morgana Le Fay, que embrujó a Merlín, como Helena a Paris, no sólo con su inteligencia.