Cuando Ken Follett llegó al yacimiento de Stonehenge en una mañana fría y con lluvia tenue, caminó entre las piedras y el viento como si buscara un eco lejanísimo. Para él, ese monumento silencioso, cargado de enigmas, le hablaba del Neolítico mucho más que cualquier manual: “Sabemos muy poco, con certeza, sobre cómo construyeron Stonehenge… para escribir sobre él tuve que imaginar mucho más”, confesó en un encuentro con la prensa al que acudió Artículo14.
Pero lo que singulariza El círculo de los días, su nueva novela, no es solo su ambición arqueológica, sino la decisión —radical para muchos lectores— de situar frente al drama de esa construcción monumental no un hombre, sino una mujer con voz, mando y misterio: Joia, sacerdotisa y líder que moviliza voluntades, organiza peregrinajes y en su tiempo reprende la idea de que “todo lo hacían sacerdotes varones”. En sus propias palabras, Ken Follett afirma: “Durante la Edad de Piedra se estudiaba el movimiento del sol, la luna y las estrellas, y eso se hacía en el ámbito del sacerdocio. La religión y la astronomía iban de la mano. A menudo se piensa que los hombres lo han hecho todo a lo largo de la historia, pero no es cierto: las mujeres eran perfectamente capaces de desarrollar estas y otras funciones”.

Esa convicción marca el pulso del relato. Joia no es un añadido de corrección política: es la protagonista lógica de una historia que cuestiona silencios milenarios. A su modo, ella encarna la sospecha de que la memoria histórica ha borrado muchas voces femeninas, y lo hace con arrojo: lidera comunidades, convence a decenas de personas de abandonar hogares para seguirla con las piedras, sostiene decisiones colectivas en un mundo sin escritura. “Siempre ha habido personas, hombres y mujeres, que dicen: ‘No voy a ser lo que tú quieres que sea. Yo tengo otras ideas’”, afirma Ken Follett, y en Joia encuentra ese gesto esencial de rebeldía.
El escritor británico admite que esta novela no ha sido tarea fácil: frente al rigor histórico que exige una obra ambientada hace cinco mil años, tuvo que alternar fragmentos documentados con volúmenes de imaginación. Él mismo calcula que el libro contiene apenas un 20 % de hechos seguros frente a un 80 % de invención narrativa, cuando lo normal en la novela histórica es que se divida al 50 %. Pero esa libertad creativa la emplea para reconstruir intimidades: ¿cómo sentirían los hombres y mujeres de entonces las lluvias, las dudas, los viajes dolorosos, la incertidumbre astronómica? “Gran parte de la carga dramática del libro viene de los problemas para transportar las piedras”, dice Follett. Las piedras no solo pesan en el relato físico, sino en el campo interno de los personajes.
Lejos de convertir a Joia en divinidad, Ken Follett la hace humana: comete errores, duda, se ve asediada por opositores. Siempre hay villanos en las historias, algo que le interesa en su parábola; él mismo sonríe al decir que “donde hay héroe, hay villano… hay interesados en detener la construcción de Stonehenge”, pero la mujer que apuesta por resistir se convierte en eje moral del relato.
Durante la presentación en Madrid, Follett sostuvo que disfruto enormemente escribiendo los personajes femeninos, porque siempre ha estado “más interesado en las mujeres que en los hombres”. Esa elección no es menor: en una época literaria donde muchas sagas históricas siguen convocando héroes masculinos, él apuesta por desplazar el foco y recuperar —o imaginar— un protagonismo femenino antes invisibilizado.
La figura de Joia dialoga también con una crítica colectiva: ¿por qué siempre suponemos que las grandes obras públicas, los rituales religiosos o los saberes técnicos eran dominio casi exclusivo masculino? Ken Follett responde con arqueología y sensibilidad: “A veces la gente dice que mis libros históricos son un poco modernos porque generalmente hay una mujer que no quiere desempeñar el papel que la sociedad le ha asignado. Esto ocurre en todas las sociedades”. Esa frase pone en tensión épocas, no solo la Edad Media o el Renacimiento, sino más allá: el Neolítico.

El círculo no se construye únicamente con piedra: también se erige con historias, memorias, silencios que las generaciones posteriores olvidaron. Follett recorre rutas antiguas y minas de sílex —material esencial en la trama—, pero no lo hace solo como un escritor que “imagina mucho más” de lo que los documentos permiten. Como él mismo ha dicho, “para escribir sobre Stonehenge tuve que imaginar mucho más”, pues los datos ciertos son escasos: el desafío fue recrear lo imposible.
Esa imaginación, sin embargo, no equivale a invención arbitraria: Follett cuenta que visitó la llanura de Salisbury, siguió posibles rutas de transporte de piedras desde bosques varios kilómetros al norte, trazó mapas y buscó los recorridos posibles. “Conduje mucho por toda la llanura… seguí lo que creo que es la ruta que tomaron las piedras”, ha relatado.

Al final, El círculo de los días se planta como una novela que reivindica la voz femenina en un pasado que suele borrarla. Follett, en sus propias palabras, no escribe desde una agenda sino desde la fascinación por la comunidad: “Me interesa más cómo los personajes se relacionan con los demás… cómo luchan juntos, cómo hacen el amor juntos, cómo viven juntos”. Y en esas relaciones perfiladas entre piedras y silencios, Joia levanta no solo monumentos, sino una luz que llevaba eras oculta.