Aunque existe una larga genealogía precedente, el romantasy propiamente dicho es un fenómeno del siglo XXI y casi de esta década. Contracción de los términos “romance” y “fantasía”, en realidad más bien de romantic novel y fantasy en coloquial y colonial inglés, no parece dejar mucho lugar a dudas en cuanto a su contenido: una mezcla entre los elementos tradicionales de la novela romántica (o “de amor”, como se decía antaño) y los de la novela no fantástica (aunque lo sea) sino de fantasía épica, heroica, elevada o como queramos llamarla. Resumiendo: un cruce entre Victoria Holt —¿alguien se acuerda de ella?— y Tolkien, con más de la primera que del segundo.
Romance y fantasía han ido unidos desde mucho tiempo atrás, pero más que en la novela gótica (y no se deben olvidar sus notables aspectos sentimentales) habría que buscar sus ancestros directos en autores y obras como Edgar Rice Burroughs y su clásico Una princesa de Marte (1912), además del resto de aventuras de su héroe John Carter y personajes afines como Carson de Venus. En estas novelas de capa y espada planetaria, el creador de Tarzán daba a menudo casi (pero sólo casi) tanto peso al romance entre sus heroicos protagonistas y sus no menos heroicas princesas prometidas como a la acción, la intriga y los escenarios fantásticos. Recordemos también a su heredero en las viñetas: el Flash Gordon de Alex Raymond, cuya novia eterna Dale Arden sufrió los constantes flirteos de su amado con todas las hermosas vampiresas del planeta Mongo y parte del universo.

Pero seguramente las nuevas generaciones del romantasy no tendrán presentes tales precedentes arqueológicos u otros próximos al género como los romances históricos de Anya Seton y Mary Stewart o las fantasías de Andre Norton, Ann McCaffrey y Marion Zimmer Bradley, entre otras autoras de ciencia ficción que solían incluir relaciones amorosas en sus tramas. Si de princesas prometidas hablamos, posiblemente no sabrán quién es la aguerrida Dejah Thoris, pero sí recordarán la película de Rob Reiner La princesa prometida (1987), basada en la novela de William Goldman (curiosamente una parodia), así como otros clásicos de los ochenta como Krull (1983) de Peter Yates, Legend (1985) de Ridley Scott y Lady Halcón (1985) de Richard Donner.
Un puñado de películas mitológicas, donde además de criaturas fabulosas, duelos a espada y escenarios mágicos, el amor jugaba un papel muy relevante. Por otra parte, sus imágenes preciosistas, al borde del kitsch, remitían tanto a la estética de los prerrafaelistas como a las portadas típicas de los populares romances de Barbara Cartland, Victoria Holt, Georgette Heyer, Nora Roberts y los libritos de la famosa e infame editoral Harlequin, el Burguer King de la literatura romántica, aunque cambiando trajes y escenarios victorianos, del siglo XVIII y XIX o de las primeras décadas del XX por otros medievales, exóticos y fantásticos, junto a dragones, hadas, magos y guerreros.

Otros géneros cercanos
El empujón definitivo para el romantasy vendría de otros géneros bastardos aledaños, próximos a su concepto. A lo largo de los noventa y a comienzos del nuevo siglo proliferaron combinaciones con mayor o menor fortuna comercial como el urban fantasy o fantasía urbana, el paranormal romance o novela romántica con personajes sobrenaturales, el steampunk o fantasía victoriana y las distopías juveniles, preparando el terreno.
Surgieron fenómenos tan populares como la saga Outlander de Diana Gabaldón, versión Netflix incluida; la serie Buffy, la Cazavampiros y su spin-off Angel, las Crónicas Vampíricas de Anne Rice, las novelas de Charlaine Harris, convertidas en la serie True Blood, o el inesperado triunfo de la saga Crepúsculo de Stephanie Meyer. Con los vampiros a la cabeza, los escenarios, personajes y tópicos de la fantasía gótica se fundían y confundían con los de la novela romántica hasta ser devorados por esta última.

Si podía funcionar y funcionaba con vampiros, licántropos, zombis y brujas wiccanas, ¿por qué no habría de funcionar con elfos y hadas, orcos, dragones, magos y guerreros? El triunfal retorno de Tolkien con las sobrevaloradas versiones cinematográficas de El Señor de los Anillos y El Hobbit siempre entrañó un grave problema para parte del público femenino (y masculino, aunque por otros motivos): la reducida presencia de mujeres de carne y hueso, con sentimientos y actitudes realistas más allá y más acá de la etérea Galadriel. Y la total ausencia de romance o relaciones sexuales entre sus personajes, aparte del inconfeso amor de Sam por Frodo. Al viejo profesor de Oxford el amor se la pelaba (con perdón).
Más consciente de sus atractivos para captar todo tipo de público, tampoco George R. R. Martin en su Canción de hielo y fuego, vulgo Juego de Tronos, parece sentir especiales inclinaciones románticas, aunque no hay duda de que las varias subtramas eróticas y sentimentales de su saga, supeditadas siempre a las intrigas políticas y bélicas, le ganaron el favor del público femenino, contribuyendo a inspirar a las autoras que están hoy conquistando el mercado internacional con el romantasy. Conquistándolo no sólo con espadas, lanzas y dragones, sino sobre todo con emociones a flor de piel, romances predestinados, hechizos de amor e intrigas sentimentales.

Esta Feria del Libro de Madrid es, al menos en parte, la del romantasy. La de la estadounidense Lauren Roberts, con su saga Powerless (Alfaguara); la de la catalana Mei Segura, que se estrena con la primera entrega de su serie de Etérlume: El fin del amanecer (Faeris); la de las Hermanas Greenwood, es decir: las extremeñas Beatriz Blanco y Natalia Martín —extraña tendencia editorial la del siglo XXI, donde el seudónimo anglófilo no se esconde pero se sigue usando como reclamo— con El mar de los Ocultos (Planeta), entre otras. Los libros de Rebeca Yarros, Melissa Landers, Leigh Bardugo, Lexi Ryan o la española Natalia Torvisco, por citar algunas autoras de las muchas que triunfan o intentan triunfar en este género nuevo, tan antiguo como la mujer, se contarán entre los más vendidos.
Con una patita en la literatura juvenil (el young adult, que ahora todo es anglo) para quienes crecieron leyendo a Harry Potter; otra en la fantasía épica, con sus escenarios de mundos mágicos (el worldbuilding, más madera) para quienes conocen la Tierra Media o heredaron los libros de la Dragonlance de sus hermanos mayores y padres; una tercera en el manga y anime para chicas (el shōjo); y la cuarta pero no menos importante en TikTok, lo que define el romantasy es que para que realmente lo sea debe pesar en él tanto o más el romance que la fantasía.
Es uno de los herederos actuales de la literatura más menospreciada del mundo, pero más vendida, la que un día se llamó “novela rosa”. Está fundamentalmente escrito por y para mujeres, una paradoja más del milenio femenino y feminista, que nos recuerda que no somos tan iguales como nos gusta creer, al menos en cuestión de gustos y disgustos, algo que el mercado sabe bien. Cabe preguntarse, eso sí, qué pensarían escritoras de literatura fantástica como Evangeline Walton, Daphne Du Maurier, Angela Carter o Ursula LeGuin de este fenómeno que, en cierto modo, pasa por debajo y por encima de ellas, casi como si no hubieran existido nunca.