En El efecto deseado, Guillermo Alonso crea una historia en la que el misterio y el thriller se entrelazan con una profunda exploración de la maternidad y la identidad. A través de la mirada observadora y algo invisible de Gaspar, su protagonista, el autor refleja las complejidades de una generación marcada por crisis personales y económicas. En la novela, el choque de mundos entre personajes como Gaspar y Pandora no solo sirve como eje narrativo, sino que también abre una reflexión sobre el deseo, la soledad y las expectativas generacionales. Alonso, que durante más de catorce años luchó por encontrar las palabras para contar esta historia, destaca cómo los personajes “le van hablando”, permitiéndole crecer la trama con una libertad casi orgánica.
En esta entrevista en profundidad, el escritor nos habla de las influencias literarias que han marcado su estilo, como los thrillers de Ira Levin y Sidney Sheldon, pero también de sus intereses más personales, como el complejo retrato de la maternidad que va más allá del estereotipo, o de los problemas que tiene con su gato. Además, reflexiona sobre cómo la literatura contemporánea, marcada por el auge de la autoficción, ha influido en su obra y cómo su aproximación al “yo” en la narrativa está más centrada en la construcción de personajes multidimensionales que en el relato introspectivo. El efecto deseado es mucho más que una novela sobre un thriller psicológico: es un espejo generacional que busca, en sus giros y giros narrativos, mantener al lector enganchado mientras ofrece una visión personal y aguda del presente.

La idea de este libro surge de una imagen real que viste durante uno de tus viajes a Grecia. ¿Cómo se origina realmente esta novela? ¿Es una de esas historias que llevabas contigo desde hace mucho tiempo?
Sí, muchísimo tiempo. La semilla de este libro era contar cómo sería la relación entre un chico y una persona cuya identidad de género no queda clara. Puede parecer una tontería, pero yo veía ahí un montón de posibilidades y lecturas. Me resultaba muy difícil desarrollarlo, y por eso estuve más de catorce años dándole vueltas. Lo intentaba escribir una y otra vez, pero como no me salía, me puse con otros proyectos. Algunos tuvieron más éxito, otros menos, y al final, en 2023, después de publicar el último, conseguí escribirlo. Esa semilla inicial sigue ahí, aunque no aparece al principio, sino más bien hacia la mitad. Pero afortunadamente el libro terminó siendo muchas más cosas y pasan muchísimas más cosas.
Has comentado que los personajes “te van hablando”, que se van desarrollando a medida que avanzas. ¿Fue así también en este caso, con Gaspar y figuras como Pandora?
Sí. Pandora, por ejemplo, iba a ser un personaje pequeño, casi anecdótico, pero me enamoré un poco de ella y no podía dejarla escapar. En un principio mi idea era llevar a Gaspar por muchas casas distintas, al menos cuatro. Al final se quedó en dos, pero lo que quería era mostrar la evolución del personaje sin un orden fijo, con una estructura casi de cuentos en los que iba pasando por distintos lugares. Luego pensé: “Este libro puede acabar teniendo 900 páginas y no va a tener sentido”. Así que preferí guardar algunas ideas para otro y construir una historia más compacta, con un principio y un final. Aunque la estructura básica se acerque a un thriller, porque hay un misterio y se van sembrando semillas que después pueden o no florecer, también es un relato que puede ser gracioso o conmovedor. A mí me gustan los thrillers, crecí leyendo esas novelas consideradas “de aeropuerto”, despreciadas por no ser alta literatura, pero que me encantan.
¿Qué tipo de thrillers?
Los de autores que ya han muerto, como Ira Levin, que escribió La semilla del diablo, Sidney Sheldon o Harold Robbins. Vendían millones, pero no tenían el respeto de la crítica. Lo que hacían era escribir novelas divertidas, muy entretenidas, con estructuras construidas de forma milimétrica, como relojes suizos. Eso lo admiraba mucho. Incluso ahora con fenómenos como La chica del tren o La asistenta, que a veces se miran con desdén, yo creo que tienen un gran valor porque mantienen al lector enganchado. Puede que no haya frases memorables ni momentos líricos, pero entretienen de principio a fin, y entretener está muy infravalorado.
Gaspar, el protagonista, es un personaje casi invisible, alguien que parece no terminar de ser el protagonista de su propia vida. ¿Cómo trabajaste esa invisibilización?
Creo que en primer lugar parte de mí mismo. Siempre me ha gustado ser un poco invisible, más espectador que observado, y soy bastante tímido. Supongo que por eso me resulta natural construir un protagonista que se parezca a mí en ese sentido. Pero más allá de eso, tener un personaje solitario, observador y retraído es muy útil narrativamente: ayuda a que se coloque en el centro sin intervenir demasiado, funcionando como primer observador para que los demás brillen a su alrededor.
Y alrededor de Gaspar se mueven personajes excéntricos, como Pandora…
Sí. Pandora es enorme, expansiva, loca. Y Gaspar, pequeño, retraído. Se complementan. Ambos están solos y ambos tienen poco que perder: uno porque no tiene nada, y la otra porque lo tiene todo. Esa conexión me interesaba mucho, aunque aparentemente no se parezcan en nada.
Ese carácter de observador conecta con tu oficio como escritor y periodista. ¿Gaspar tiene mucho de ti?
Sí. Su cualidad de observador y retraído le viene muy bien a un escritor. Está todo el rato mirando, encontrando imágenes que le inspiran, preguntándose cosas sobre la vida, incluso sobre detalles absurdos. Yo también me descubro pensando en cosas como: “¿Quién habrá dejado esta planta aquí? ¿La persona que la dejó sería capaz de matar a alguien?”. Y luego hay otra cosa: en casi todo lo que escribo los protagonistas son escritores o quieren serlo. Quizá sea pereza por mi parte, pero me resulta muy difícil imaginar la mente de alguien que, por ejemplo, fabrica cortinas. Podría investigarlo, hablar con alguien del oficio, pero nunca me sonaría tan real como escribir sobre alguien que también escribe o quiere hacerlo.
Muchos escritores han hecho lo mismo.
Claro, Stephen King, por ejemplo. Casi todos sus protagonistas son escritores. Supongo que porque ser escritor ya implica rozar un poco la locura, y eso es muy interesante narrativamente. Al final, dedicarte a algo que requiere tanto esfuerzo y que da tan poco dinero ya te hace estar un poco loco.
Poco dinero, pero mucha satisfacción.
Exacto. Es lo bonito, aunque también se sufre muchísimo. Cuando crees que no va a salir, cuando dudas de si alguien te va a publicar, cuando incluso publicado no sabes si se va a vender… Ahora, con Seix Barral, estoy más tranquilo, es una editorial grande y eso da seguridad, pero hasta ahora siempre he estado en sellos pequeños e independientes, muy felices pero con pocas ventas. Y no pasa nada. Lo bonito es que, aunque no consigas nada, sigues escribiendo porque te hace feliz, porque te apasiona. Cuando acabas un libro, da igual si lo publican o no: terminarlo ya es una satisfacción enorme, como meterte un chute de heroína. Aunque nunca la he probado, que conste.
La maternidad aparece con fuerza en la novela. ¿Qué crees que imprime más carácter, la presencia o la ausencia de la madre?
Creo que la ausencia imprime más carácter que la presencia. Dicho esto, en El efecto deseado quería evitar dibujar a la madre como un estereotipo —una simple alcohólica que no quiere a su hijo—: a medida que avanza el libro se explican sus motivos y lo que le ha sucedido. Me interesaba mostrar una madre compleja, que aparenta no querer a su hijo, pero cuya historia y razones se van revelando. Además, ahora hay una conversación literaria sobre maternidades imperfectas —madres que no encajan en la imagen romántica— y eso me atraía mucho.

Has mencionado el género de terror al hablar de madres. ¿Por qué el horror está tan ligado a la figura materna en tantas historias?
Porque muchas películas clásicas de terror —La semilla del diablo, El exorcista, La profecía— son, en el fondo, relatos sobre madres que no logran entender a sus hijos. Antes de llegar a lo sobrenatural, se plantea la pregunta: “¿qué le pasa a mi hija? ¿por qué no la entiendo?”. Es curioso que el cine sea tan machista incluso en esto: la maternidad se problematiza con frecuencia en el terror, mientras que el padre suele aparecer en papeles distintos. Hay ejemplos contraejemplares —como El resplandor, donde el padre es el que explota—, pero en general el pánico y la culpa maternal son temas recurrentes del género.
En la novela, Gaspar vive en “una realidad de mierda”, pero es su mierda. ¿Crees que tu generación asume más esa “mierda” que las siguientes?
Creo que los millennials hemos tenido nuestras crisis personales y económicas; no hemos salido indemnes. Pienso que, a corto plazo, es posible que nos vaya mejor que a la generación Z: ellos llegan a un mundo con problemas añadidos —la IA, las crisis climáticas, la precariedad— y están enfrentando un escenario complicado. El debate generacional está muy vivo —con ensayos, debates públicos…— y me interesa porque nos muestra lo distintos que somos y lo valiosa que es esa diversidad generacional. Lo ideal sería usar esas diferencias para aprender unos de otros, no para pelearnos.
¿Y sobre la acusación de que generaciones anteriores “se han quedado con todo” —pisos, recursos— qué piensas?
Es un tema complejo. Hay quien dice que los boomers han acumulado patrimonio que condiciona a las siguientes generaciones, y en parte es verdad. Yo, por ejemplo, he heredado tanto pisos como deudas de mi padre —más deudas que pisos, si soy sincero—. Pero más que un ajuste de cuentas, creo que deberíamos aprovechar el diálogo entre generaciones para comprendernos.
Has comentado algo curioso sobre pudor y redes: ¿los jóvenes son más exhibicionistas o menos?
Me sorprende la falta de pudor de muchos jóvenes en redes: muestran su vida cotidiana sin filtros, sus besos, cómo cocinan un huevo… Yo me considero relativamente joven, pero al compararme con mis primos o gente más joven alucino con su naturalidad. Dicho esto, quizá tengan más control del medio: muchos usan stories (que desaparecen) y comprenden la plataforma mejor. Nosotros fuimos la generación que nos lanzaron a Facebook sin manual; ahora miro posts antiguos y pienso: “Esto podría ser ilegal hoy”. Así que igual no es tanto exhibicionismo como manejo distinto de la exposición: ellos saben lo que mostrar y lo que no, o lo hacen con otra desinhibición.

Retomando a Gaspar: su perfil de observador, retraído y casi “invisible”, ¿fue una elección consciente para hacer que el resto de personajes brillen?
Sí. Tener un protagonista así permite que los demás personajes —Pandora entre ellos— sean más grandes, extravagantes y visibles. Gaspar funciona como lente: observa, capta imágenes, reflexiona, y eso convierte la novela en algo coral alrededor de su mirada. Además, me resulta natural escribir desde alguien que comparta esa timidez; me permite entender sus motivaciones mejor.
Has dicho que muchos de tus protagonistas son aspirantes a escritores. ¿Por qué te atrae tanto esa figura?
Porque me resulta auténtica y narrativamente interesante: ser escritor implica acercarse a un punto de locura —dedicar horas a algo que da poco dinero—, y eso es material excelente para la ficción. Además, me resulta difícil escribir de oficios muy ajenos a mí sin perder verosimilitud; la voz interior de un escritor me resulta más familiar y real. Realmente acabar un libro es como “un chute de heroína”: es brutal. No digo que lo recomiende, claro, pero la mezcla de alivio, euforia y vacío cuando terminas es muy intensa. Publicarlo o que venda más o menos es otra cosa; la gran recompensa, para mí, es haber terminado. Luego vendrán la inseguridad, los nervios del lanzamiento, las críticas… pero el acto de escribir y concluir es una droga en sí misma, y por eso se sigue haciendo, aunque nadie lo lea.
Pandora es este personaje central: tan misteriosa, tan caprichosa, tan loca. ¿Qué función cumple en la evolución del personaje de Gaspar?
Al principio yo intenté escribir esta historia desde el momento en el que Gaspar llega a una isla perdida del Mediterráneo y tiene que cuidar a una pareja muy rara que ha tenido un accidente. Ese era el núcleo de la historia en el que yo pensaba en cómo poder relacionarse un chico con una criatura que no se sabe si es hombre o mujer. Al principio parece que explota a Gaspar, pero luego en realidad acaba siendo una especie de figura protectora, de ángel de la guarda. Lo prepara para el mundo, porque él llega a esa casa desde el hotel en el que creció con su madre como virgen y con ojos sorprendidos. Y allí se cura de espantos, porque en esas fiestas él ve de todo. Pandora lo ayuda a madurar y a educarse a sí mismo.
¿Tú has conocido a alguna Pandora? ¿Una persona que produzca todo el rato su propia realidad?
Eso me gustaba mucho, porque a mí me gusta mucho el artificio en todo. Me gustan las personas artificiosas, las personas artificiales, las plantas artificiales. Quería describirla así: alguien que lo vuelve artificial todo. Se inventa los nombres, se inventa los efectos de sonido de las fiestas, ordena que para las fotos todo el mundo esté quieto porque no quiere que nada salga natural en las fotos, ya que asocia lo natural con lo marchito. Como su propio cuerpo, que está marchito y se va a morir porque es más vieja que un loro, la pobre. En nuestro mundo de periodistas y escritores hay bastantes Pandoras: yo he tomado prestadas muchas cosas de gente que conozco, o de socialités. Cuando trabajaba en una revista de lujo iba a muchas fiestas como estas, en las que por un momento nos salimos de nuestras vidas de apartamentos pequeños y de vida a veces un poco precaria, y nos asomamos a estos baños gigantescos de mármol con marqueses y señoras bien. Es un choque increíble, y supongo que parte de eso lo quería plasmar en el encuentro de este hombrecito, Gaspar, con una rica como Pandora. De repente colisionan dos mundos.
¿Tendemos a romantizar lo precario?
Sí, y no hay que hacerlo. Porque tú vives en la ciudad agobiado y te vas al campo una semana y lo disfrutas, pero el campo es muy duro. Mis abuelos vivían en el campo, y el campo es un rollo: todo el día limpiando, ordeñando vacas. Es muy duro. Nos lo venden como “Lo dejé todo y me fui a una casita”, pero es una vida muy sacrificada. Y además, es un privilegio. También es una cuestión de clase poder decir: “Me vuelvo al campo”. A mí por ejemplo me flipa Benidorm, que es un lugar que mucha gente ve desde una posición snob, como turismo para pobres o para guiris borrachos; para mí, es un lugar en el que soy feliz cada vez que voy. Me jubilaría y me iría a vivir allí. A lo mejor no he caído en las garras del consumismo, del capitalismo que me dice que debería gustarme el Four Seasons de París. No, me gusta Benidorm y allí estoy mejor.
El título El efecto deseado me gusta mucho, porque Gaspar al final es un personaje muy poco deseador, muy secundario. ¿Cuál es el efecto deseado para Gaspar?
Te diré cuál es el origen del título, no tiene nada de literario. Pero yo tengo un gato que se mea en el sofá. He probado todo tipo de productos para quitar el olor —spoiler: es imposible—. Es macho, marca territorio, y ese olor es horrible. Ahora tenemos mil fundas que vamos lavando. Vamos a probar a darle ansiolíticos, pero luego te cuento porque si no me pongo a hablar del gato y no paro. El caso es que probé todos los productos posibles para eliminar el olor, y siempre leía en las instrucciones algo como “frote hasta lograr el efecto deseado”. Yo pensaba, qué bonita esa frase, el efecto deseado. Así que, finalmente, decidí usarla como título. Aunque, en el libro, el título acaba tomando una carga más literaria y poética, porque también hace referencia a los efectos de ciertas sustancias sobre los personajes.
Has hablado antes de la parte fantástica y algo espectral de la novela. En El efecto deseado, hay una búsqueda de respuestas o realidades alternativas para entendernos mejor a nosotros mismos. ¿Qué papel juegan los fantasmas en tu vida y en la obra?
Los fantasmas me interesan mucho, sobre todo porque me encantaría escribir una novela de terror. Aún no me ha salido, pero en las novelas que he escrito siempre hay elementos de terror. No es terror puro, pero sí hay detalles que alguien podría reconocer como propios del género, como un vecino extraño o puertas y ventanas cerradas. De hecho, ya había mencionado fantasmas en mi novela anterior, pero ahora son mucho más explícitos. Algunos son fantasmas “de verdad”, que se aparecen y hablan con los protagonistas. Creo que, cuando vamos creciendo y perdemos a seres queridos, comenzamos a tener nuestros propios fantasmas. Es curioso cómo, a veces, las personas que han muerto se vuelven más presentes en tu vida que cuando estaban vivas. Me ha pasado con mi padre, con quien tuve una relación algo complicada, pero ahora que ya no está, se ha vuelto más presente en mi vida. De alguna forma, es como si hablara conmigo, o yo con él. No es que se me aparezca literalmente, pero su presencia sigue ahí.
Has mencionado algunas influencias literarias, como Stephen King. ¿Qué autores has tenido presentes al escribir El efecto deseado?
Qué pregunta más difícil. No la había preparado, y a veces es complicado hablar de influencias. Pero si te soy sincero, leí muchísimo cuando era pequeño a autores como Ira Levin, Mary Higgins Clark, que tiene un estilo bastante peculiar, un tanto “hortera”, pero muy efectivo, y Joy Fielding. Ya cuando era mayor, empecé a leer a Henry James, a Vladimir Nabokov. Sus libros son tan bien escritos, las imágenes que crean son tan poderosas, que uno no puede evitar subrayar frases enteras. Pero más allá de esas influencias, lo que busco es crear una literatura que sea adictiva y entretenida, pero que también tenga un nivel literario. No me interesa solo escribir algo que entretenga por entretener, quiero que tenga esa calidad. Al final, quiero que mi escritura combine esos dos mundos: la estructura y la trama que atrapan al lector, pero también el cuidado en el estilo.

En cuanto a la autoficción, ¿qué opinas de la literatura contemporánea? Muchas veces se habla del “yo” en los libros de hoy en día. ¿Te identificas con ese enfoque?
No soy muy fan de la autoficción, para ser honesto. Es un género que tiene su valor, claro, pero creo que se ha vuelto tan dominante que, a veces, me resulta un poco monótono. Yo soy más de escribir algo que sea literatura pura y entretenida, sin tener que centrarme en el “yo”. Me gusta que mis libros tengan giros dramáticos, sorpresas, que te mantengan enganchado. No me interesa contar mi vida o mi infancia en un pequeño pueblo, como muchos autores de ahora. Yo quiero escribir algo que entretenga y que, al mismo tiempo, tenga calidad literaria.
Entonces, ¿te identificas con lo que algunos llaman la literatura “del entretenimiento”?
Sí, exactamente. La literatura puede ser entretenida sin perder calidad. A veces me comentan que mis libros tienen giros inesperados, y me hace ilusión porque creo que eso es lo mínimo que le puedes pedir a una novela. En este momento, mucha gente está obsesionada con la autoficción, pero a mí me gusta escribir libros que sean una mezcla de entretenimiento y literatura. No me interesa crear libros demasiado introspectivos o que giren solo alrededor del autor. Quiero que mis novelas hablen por sí solas y hagan que los lectores disfruten del viaje.
Y sobre tu generación, ¿te consideras parte de ella? ¿Te identificas con otros escritores de tu edad?
No sé si me encajo muy bien en mi generación, la verdad. Tengo 42 años, pero creo que soy bastante inmaduro para la edad que tengo. A veces siento que soy el “sobrino díscolo” en comparación con otros escritores de mi edad. Para la vida, esa inmadurez no es muy recomendable, pero para la literatura creo que está bien. Un escritor que se toma demasiado en serio no me interesa. Creo que la literatura debe ser un poco más juguetona, más libre. En cuanto a otros escritores de mi edad, no sé si me parezco a ellos.
¿No crees que tienes algo en común con Beatriz Serrano, con quien presentas el podcast Arsénico caviar?
Beatriz tiene un talento increíble para conectar con el público y abordar temas que realmente preocupan a la gente. Me gustaría tener ese talento para escribir algo que llegue a tanta gente como lo que ella ha logrado. Sin embargo, nuestras formas de escribir son bastante distintas. Ella tiene una capacidad única para hacer que lo que escribe se vuelva relevante para muchas personas. A pesar de nuestras diferencias, creo que compartimos un sentido del humor parecido, algo ácido, una mirada un tanto cínica hacia el mundo. Pero, como te decía, en la escritura nos diferenciamos, y eso está bien, porque no somos parte del mismo “pack”.
¿No crees que los periodistas hacen buenos escritores?
Los periodistas suelen ser buenos escritores por la práctica constante de escribir, pero a veces sus textos tienen un vicio propio del periodismo: la necesidad de responder a preguntas como “qué”, “cómo”, “por qué”. En la literatura, a veces es necesario dejar ciertos misterios sin respuesta, como en la vida misma, hay cosas inexplicables. Un periodista a veces quiere dar todas las respuestas, y para mí, eso no es lo más importante: hay cosas que, como en la vida, no se pueden explicar. Hay personajes que son puramente malvados y otros que son puramente buenos, y punto. Un periodista tiende demasiado a intentar explicarlo o a escribirte un reportaje. Y yo para eso me leo un reportaje, la verdad.