Huelga en el Louvre, Venecia cerrada, la silla de Van Gogh rota… ¿Qué pasa con el turismo cultural?

El colapso de museos como el Louvre, los daños a obras en Florencia o Verona y el cobro por entrar en Venecia alertan de un modelo turístico agotado que pone en peligro el patrimonio y a quienes lo protegen

Huelga en el Louvre, Venecia cerrada, la silla de Van Gogh rota... ¿Qué pasa con el turismo?
Huelga en el Louvre, Venecia cerrada, la silla de Van Gogh rota... ¿Qué pasa con el turismo? Montaje: kiloycuarto

El turismo cultural, que durante décadas ha sido sinónimo de aprendizaje, conexión y desarrollo económico, se enfrenta hoy a una crisis de convivencia sin precedentes. La afluencia masiva a destinos patrimoniales y museos emblemáticos, el auge de las redes sociales como brújula del viajero, y la falta de educación en el respeto al espacio público y artístico, están llevando al límite a instituciones y ciudades. Lo que comenzó como una recuperación esperanzadora tras la pandemia se ha convertido en un fenómeno de descontrol, con episodios cada vez más frecuentes de saturación, daños al patrimonio y medidas drásticas por parte de autoridades y trabajadores culturales. El turismo está, literalmente, poniendo en peligro aquello que lo justifica.

Uno de los episodios más elocuentes ocurrió hace apenas unos días en el Museo del Louvre de París, cuando su personal declaró una huelga inesperada para denunciar el colapso de la institución ante la avalancha diaria de visitantes. El Louvre recibe ya cerca de 30.000 personas al día y, según el comité de empresa, ni las infraestructuras ni los recursos humanos están preparados para sostener esa carga. La huelga, lejos de limitarse a la exigencia de mejores condiciones laborales, fue también una denuncia cultural: el arte está en peligro cuando se convierte en mera mercancía visual. Los sindicatos reclamaron una reestructuración urgente que no se limite a los grandes anuncios —como el de Macron, que prevé una nueva sala para la Mona Lisa y una entrada alternativa en 2031—, sino que actúe de forma inmediata para proteger tanto a las obras como a quienes las cuidan.

El emplazamiento actual de 'La Gioconda' en el Museo del Louvre, al que acuden cada día miles de personas
El emplazamiento actual de ‘La Gioconda’ en el Museo del Louvre, al que acuden cada día miles de personas
Esther S. Sieteiglesias

Museos de memes y selfies

Ese mismo día, en la Galería Uffizi de Florencia, otro incidente evidenciaba el deterioro de la relación entre visitantes y patrimonio. Un turista rompió el cuadro Retrato de Fernando de Médici, del siglo XVII, al intentar imitar la pose del retratado para hacerse una foto. La escena fue captada por las cámaras de seguridad y dio pie a un comunicado rotundo por parte del director de la galería, Simone Verde:El problema de los visitantes que acuden a los museos para crear memes o tomarse selfies para redes sociales es generalizado”. Verde anunció que la pinacoteca establecerá “límites muy precisos” para impedir comportamientos incompatibles con la institución. La medida busca preservar el respeto por las obras y evitar que las salas se conviertan en escenarios para redes sociales más que en espacios de contemplación.

Unos días antes, un turista rompía otra obra de arte, esta vez en el Palazzo Maffei de Verona. En esta ocasión se trataba de una instalación contemporánea que representaba la famosa silla pintada por Van Gogh, realizada con cristales de Swarovski por el artista Nicola Bolla. El visitante se sentó sobre ella mientras su acompañante lo fotografiaba, y la pieza se hizo añicos. Ambos casos revelan un patrón de comportamiento que no es anecdótico: la pulsión por obtener una imagen viral está por encima del respeto por el arte, incluso cuando se trata de piezas únicas o frágiles.

Una pareja rompe la "silla de Van Gogh" al intentar tomarse una foto en un museo de Verona
Una pareja rompe la “silla de Van Gogh” al intentar tomarse una foto en un museo de Verona

Estos episodios no son exclusivos de Italia o Francia. En ciudades como Lisboa, Ámsterdam o Washington se han documentado situaciones similares. Desde turistas que arrancan fragmentos de mosaicos romanos en Pompeya hasta visitantes que dañan instalaciones de Yayoi Kusama o esculturas centenarias mientras buscan la mejor pose. En muchos de estos casos, las instituciones han tenido que cerrar temporalmente salas, reforzar la vigilancia o replantearse la accesibilidad a determinadas obras. El arte, convertido en decorado, sufre las consecuencias de un turismo que ya no se guía por la curiosidad o la admiración, sino por el algoritmo.

De las instituciones a las propias ciudades

A esta crisis de los museos se suma la de las ciudades, especialmente aquellas cuya belleza e historia las han convertido en iconos globales. Venecia, saturada desde hace años, ha sido la primera gran urbe europea en implementar un sistema de entrada de pago para los visitantes de un solo día. Desde abril, los turistas que no pernocten en la ciudad deben abonar entre 5 y 10 euros para acceder a su centro histórico. Aunque la medida ha sido polémica y todavía no ha reducido significativamente el número de visitantes, sí ha abierto un debate urgente: ¿es legítimo limitar el acceso a una ciudad para protegerla del colapso?

Otras ciudades han seguido el ejemplo. En Ámsterdam, las autoridades han prohibido la construcción de nuevos hoteles y restringido las visitas guiadas al Barrio Rojo. En la Acrópolis de Atenas se han fijado cupos diarios. En Pompeya, se estudian franjas horarias obligatorias. Incluso en Córdoba, el debate sobre restringir el acceso masivo a la Mezquita-Catedral vuelve cíclicamente al debate municipal. Todas estas medidas responden a una misma alarma: el turismo está desbordando los espacios y agotando la paciencia de quienes los habitan o los gestionan.

Se estima que 25 millones de turistas visitan Venecia cada año, una cifra que se espera aumente a 38 millones para 2025. Fotografía: Venezia Autentica
Se estima que 25 millones de turistas visitan Venecia cada año, una cifra que se espera aumente a 38 millones para 2025. Fotografía: Venezia Autentica

Detrás de este fenómeno late una pregunta más profunda el tipo de turismo que fomentan los países. El modelo actual, centrado en el consumo rápido, la imagen efímera y la acumulación de experiencias superficiales, no solo es insostenible, sino que pervierte el sentido mismo del viaje. Lejos de generar encuentros culturales, lo que muchos espacios están recibiendo son masas impacientes, maleducadas y, en ocasiones, destructivas. Mientras tanto, trabajadores culturales —como los del Louvre— advierten de un agotamiento físico y emocional que no siempre se ve, pero que es parte del colapso.

Frente a este panorama, algunas instituciones han comenzado a plantear respuestas. A corto plazo, se habla de control de aforos, de establecer zonas sin móviles, de reforzar el papel de la mediación cultural para educar al visitante. A medio plazo, la solución pasa por una transformación del modelo turístico: diversificar destinos, redistribuir flujos, premiar el turismo lento, consciente, respetuoso. Y, sobre todo, cambiar la narrativa: no se trata solo de hacer sostenible el turismo, sino de devolverle su sentido. Visitar una ciudad o un museo no debería ser un acto de consumo.

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