La literatura universal guarda nombres que fueron ignorados durante siglos, figuras que sembraron ideas brillantes en un terreno que aún no estaba preparado para recibirlas. Una de esas voces olvidadas es la de Margaret Cavendish, una aristócrata inglesa del siglo XVII que, contra toda lógica de su tiempo, escribió la que muchos consideran la primera novela de ciencia ficción.
Sin embargo, la sociedad la tachó de excéntrica y ridícula. Y por eso su obra quedó relegada al olvido durante generaciones.
Margaret Cavendish, una mujer fuera de lugar
Nacida en 1623 en una familia noble, Margaret Cavendish vivió en plena Inglaterra del barroco, en tiempos de guerras civiles y tensiones políticas. Creció en un entorno que ofrecía privilegios, pero también limitaciones para las mujeres. Desde muy joven mostró una personalidad singular, inclinada hacia la escritura, la filosofía y la ciencia, ámbitos vetados casi por completo a las mujeres.
Se casó con William Cavendish, duque de Newcastle, y fue conocida como la duquesa de Newcastle-upon-Tyne. Gracias a esa posición social pudo acceder a círculos intelectuales. Pero incluso así su voz era considerada un gesto de audacia. En un siglo en el que las mujeres eran vistas como musas o acompañantes, Margaret Cavendish se empeñó en ser autora.

La osadía de Margaret Cavendish no se limitó a publicar poesía y filosofía natural. En 1666 dio un paso impensable: escribió El Mundo Resplandeciente, una obra en la que imaginaba un universo paralelo habitado por seres extraños y donde una mujer llega a convertirse en emperatriz.
Ese relato, adelantado a su tiempo, es considerado hoy una de las primeras manifestaciones de la ciencia ficción. Cavendish combinó especulación científica con fantasía, filosofía y política, creando un género que todavía no existía. Fue, de hecho, la primera en pensar que la literatura podía explorar mundos alternativos, mucho antes de que lo hicieran autores como Julio Verne o H.G. Wells.
El precio de la audacia
A pesar de la originalidad de El Mundo Resplandeciente, la figura de Margaret Cavendish fue recibida con burla. Muchos contemporáneos la calificaron de excéntrica. Otros de presuntuosa. Y no faltaron quienes la ridiculizaron por el simple hecho de escribir siendo mujer.
En los círculos académicos dominados por hombres, la presencia de Cavendish era vista como un atrevimiento. Fue una de las pocas mujeres que asistió a reuniones de la Royal Society. Su sola aparición generó un escándalo. El mensaje era claro: su inteligencia era menospreciada porque rompía el molde de lo que se esperaba de una mujer noble del siglo XVII.

La consecuencia fue que la obra de Margaret Cavendish cayó en el silencio. Aunque publicó poesía, ensayos y tratados filosóficos, la crítica la redujo a una nota pintoresca de la época. La posteridad tampoco fue más amable: durante mucho tiempo su nombre apenas aparecía en las historias de la literatura.
Solo con la llegada del feminismo académico en el siglo XX, y con los estudios de género, su figura empezó a ser rescatada. Se reconoció que Margaret Cavendish había sido una pionera. Una mujer que abrió caminos que otros autores recorrerían después sin que su nombre figurase en la memoria cultural.