Isaki Lacuesta y el horror de Bataclan en ‘Un año, una noche’

La reconstrucción cinematográfica del horror lleva muchas formas, algunas más efectistas, otras más íntimas. En 'Un año, una noche', Isaki Lacuesta opta por la segunda.

A diez años de Bataclan, “Un año, una noche” convierte el trauma en memoria y resistencia
A diez años de Bataclan, “Un año, una noche” convierte el trauma en memoria y resistencia

La reconstrucción cinematográfica del horror lleva muchas formas, algunas más efectistas, otras más íntimas. En Un año, una noche, Isaki Lacuesta opta por la segunda: rehúye el espectáculo de la violencia explícita y se adentra en ese territorio menos visible que es el trauma, el silencio, el cuerpo que ya no pertenece al pasado sino que batalla por recuperar el presente. Basada en el libro de supervivencia de un testigo del atentado en la Bataclan, la película retrata a una pareja —Ramón y Céline— que salvan la vida la noche del 13 de noviembre de 2015, pero descubren que lo que les sobrevive no es ya lo que habían sido.

El mérito más importante del film es su ambición ética antes que formal: Lacuesta plantea que, más allá de la masacre, lo que importa es lo que ocurre después, en el “año” que titula la obra, y en la noche perpetua a la que regresan los cuerpos. En ese sentido, el guion —escrito junto a Isa Campo y Fran Araújo— evita caer en la tentación del choque narrativo puro y se instala en una temporalidad fragmentada, imitando los saltos de memoria, las pesadillas y los distintos ritmos del duelo. 

'Un año, una noche', película española del año 2022 dirigida por Isaki Lacuesta, adaptación cinematográfica del libro 'Paz, amor y death metal' de Ramón González
‘Un año, una noche’, película española del año 2022 dirigida por Isaki Lacuesta, adaptación cinematográfica del libro ‘Paz, amor y death metal’ de Ramón González

Visualmente, la película se mueve con sigilo: la cámara se mantiene cerca de los cuerpos heridos y de sus vacíos. No hay glorificación de la agresión, ni siquiera se muestran los rostros de los terroristas. En cambio, el encuadre sigue a los protagonistas tras la masacre, en su huida, su dolor, su incapacidad para reintegrarse a una vida “normal”. La sala Bataclan ya no es solo un lugar, sino un síntoma de la alteración de la existencia.

El trabajo actoral es otro de los puntos altos. Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant interpretan con rigor y contención a Ramón y Céline. Él se hunde en la culpa, la culpa de haber vivido, la culpa de no morir, la culpa de seguir respirando; ella opta por la negación, por el trabajo social, por parecer que sigue igual aunque nada vuelva a ser igual. Esta tensión entre dos modos de supervivencia —hablar o callar, revivir o olvidar— es uno de los ejes de la película.

Sin embargo, esa voluntad de sutileza conlleva también su riesgo: el ritmo es espaciado, el montaje puede parecer denso, y la fragmentación temporal, aunque coherente con el mundo interior de los personajes, a veces dificulta la implicación emocional plena del espectador. En ocasiones, la película “pierde claridad por el peso de tantos sentimientos” y no logra en todo momento que vibremos con la intensidad que promete su tema: hay demasiadas emociones que procesar continuamente.

Desde el punto de vista temático, el film está cargado de preguntas: ¿qué significa sobrevivir al horror? ¿Cómo se reconstituye lo que quedó fragmentado? ¿Existe un camino de vuelta a la vida tras una experiencia que convierte el banal placer de la noche en sospecha constante? En ese sentido, Un año, una noche propone que la fortaleza no reside en olvidar, sino en reconocer la herida, en sostenerla, comprenderla, integrarla. Esa resignificación del trauma la convierte en una película necesaria, cuando los atentados –como este decenio tras Bataclan– quieren borrarse o trivializarse.

Pero a pesar de esa ambición, la película no siempre encuentra el punto óptimo entre el retrato íntimo y la narración cinematográfica. En su tramo final, algunos señalan que el film se diluye: la urgencia del dolor inicial se transforma en un registro más convencional de crisis de pareja y terapia, y la forma pierde parte de su filo. Aún así, esa caída en cierta previsibilidad no anula el valor del conjunto.

Una escena de la película Un año, una noche (2022), dirigida por Isaki Lacuesta, adaptación del testimonio de un superviviente del atentado en la sala Bataclan
Una escena de la película Un año, una noche (2022), dirigida por Isaki Lacuesta, adaptación del testimonio de un superviviente del atentado en la sala Bataclan

En el contexto del décimo aniversario del atentado de la Bataclan, esta obra adquiere una dimensión especial: no se limita a conmemorar, sino que interpela. Nos dice que el daño no desaparece con la prensa o con el paso del tiempo; que la noche de París sigue abierta en los cuerpos de quienes vivieron; que la historia de las víctimas no cabe en un minuto de noticias. Isaki Lacuesta lo entiende y propone un cine del después, del residuo, del eco.

Un año, una noche es un film que exige del espectador una mirada paciente, una voluntad de escuchar la herida detrás del estruendo. Es una obra que no entrega consuelo fácil, tampoco ofrece cierre, sino que abre una fisura que sigue latiendo. Puede que no sea perfecto, puede que pierda fuerza formal en algunos momentos, pero su honestidad y su apuesta por el cine como testigo la convierten en una de las lecturas más valiosas sobre el terror contemporáneo, sobre la memoria fragmentada y sobre la vida que prosigue pese al abismo.

Para quienes buscan una representación de la violencia que no consuma la pirotecnia del mal, sino que explore sus consecuencias, esta película es una invitación a mirar —y a recordar—.

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