MUJERES NO OBJETO

La novela sentimental

Desde sus orígenes la literatura ha girado en torno a grandes temas universales: la muerte, la violencia y el amor

Imagen: Kiloycuarto

No solo se ha escrito sobre su esencia, sino también sobre las formas de narrarlo. Stendhal, por ejemplo, teorizó sobre la “cristalización”: el proceso mental por el que el enamorado idealiza a su objeto de deseo. Esta exaltación romántica ha dado forma a relatos desde la Antigüedad clásica, cuando Grecia y Roma ofrecían historias pastoriles donde se esbozaban ya estructuras narrativas aún vigentes: chico conoce a chica, surge un obstáculo, se separan, vencen la dificultad y final feliz. El germen de la comedia romántica moderna.

En la Edad Media el amor cortés renovó esas fórmulas. Luego, obras como Romeo y Julieta o La Celestina propusieron amores trágicos de moraleja sombría. Pero fue en el siglo XVIII, con el auge de la novela, cuando nació la novela sentimental moderna, también llamada romántica o rosa, aunque estas etiquetas suelen ser despectivas. El impulso vino con Las desventuras del joven Werther, de Goethe, que en 1774 generó auténticas pasiones adolescentes e inquietud parental. La Iglesia la condenó, pero la moda ya era imparable: el amor literario venía para quedarse.

Uno de los antecedentes fundamentales es Pamela o la virtud recompensada (1746), de Samuel Richardson, donde una doncella noble, hermosa y virtuosa reforma a un libertino hasta que la recompensa llega en forma de boda. La crítica no tardó: Henry Fielding escribió Tom Jones (1749), una novela picaresca que, sin renunciar al final feliz, incorporó más humor, deseo y realismo, además de heroínas con chispa e inteligencia como Sophia Western, antecedente de las protagonistas de Jane Austen.

La novela sentimental se diversificó con la aparición de la novela gótica, precursora del romanticismo. Ann Radcliffe, con Los misterios de Udolfo, marcó a generaciones de lectoras. Jane Austen, sin embargo, reaccionó con ironía a estos excesos en La abadía de Northanger. A pesar del humor, su obra, junto con la de las Brontë, se consolidó como cumbre del relato amoroso con hondura psicológica y social. Orgullo y prejuicio o Sentido y sensibilidad siguen influyendo en infinidad de autoras, igual que Cumbres Borrascosas o Jane Eyre lo hacen con quienes prefieren el amor tormentoso.

Aunque estas novelas son muchas veces leídas por su trama romántica, su profundidad va más allá: son estudios de época, de clases sociales, de género y deseo. Pero el mercado sentimental no ha dejado de crecer.

Ya en el siglo XX, Georgette Heyer revitalizó los escenarios de la regencia y generó un subgénero, la novela de tacita de té. Luego llegarían Barbara Cartland, Danielle Steele, Heather Graham o Nora Roberts, con suspense romántico; Johanna Lindsey y Victoria Holt, con aventuras históricas; Diana Gabaldón, con viajes temporales. La saga Crepúsculo, de Stephanie Meyer, criticada por sus clichés tóxicos, arrasó. También Cincuenta sombras de Grey, de E.L. James, que estiliza la dominación sexual en clave femenina.

En España, la novela sentimental encontró una heroína inesperada en Corín Tellado (1927–2009), fenómeno editorial con más de 5.000 novelas, vendidas en 400 millones de ejemplares. Apodada “la inocente pornógrafa” por Cabrera Infante, su éxito alcanzó dimensiones sociológicas. Contó historias cercanas, sin escenarios exóticos, que resonaban con una enorme potencia entre sus lectoras. Hoy, nombres como Megan Maxwell o Elisabet Benavent han tomado el relevo en un mercado donde la novela romántica vende más que el terror o la fantasía, inmunes a la crítica literaria y al prestigio. ¿Es puro escapismo? ¿Un placer culpable? Quizás. Pero tras más de dos siglos, el género sigue gozando de buena salud.

Espido Freire, autora de La historia de la mujer en 100 objetos ed.Esfera Libros, ha seleccionado 31 para una saga veraniega en Artículo14 donde hace un recorrido por algunos de los objetos que más han marcado a las mujeres a lo largo de su historia.