Ópera

‘Sigfrido’, la exuberancia musical que la escena niega

La Ópera Estatal de Berlín presentó un 'Sigfrido' musicalmente brillante bajo la dirección de Christian Thielemann

Acto III- Michael Volle (Der Wanderer: Wotan) con Anna Kissjudit (Erda)

Tras la espectacular Valquiria del martes de la semana pasada, el Sigfrido de este último viernes no alcanzó las mismas cotas de excelencia de aquella, quizás porque el primer acto de la segunda jornada del Ring no se encuentra entre lo más genial que escribió Wagner y siempre se necesita una dosis extra de entusiasmo de parte del espectador hacia el gran compositor teutón. Aunque Sigfrido es la tercera de las tres, fue la segunda en el orden de concepción. Wagner trabajó de delante hacia atrás, planeando la ópera a partir de la muerte de Sigfrido y después decidió que necesitaba otro título para narrar la historia de la concepción y los años de juventud del héroe. De ahí que la extensa perorata que el nibelungo Mime nos narra en “lo que ha sucedido hasta ahora” se alarga y se alarga… sin aportar nada nuevo.

Si además el regista renuncia, como hace en toda su propuesta escénica del Ring, al ambiente natural de la cueva de Mime, situada en el libreto original en medio de un frondoso bosque (que no esperábamos), hay que echarle mucha imaginación al asunto para que no surja el aburrimiento. Tcherniakov, en su lugar, sitúa la acción del primer acto en su laboratorio experimental con una escenografía mínima, ambientada con un sofá, una cocina americana y un rincón lleno de juguetes multicolores, donde presumiblemente jugaba el joven Sigfrido durante su crianza. Al final, no quedó otra que entregarnos al carisma musical de Christian Thielemann y su fantástica Staatskapelle.

Pero en el segundo acto, con más fuste musical y dramático, la propuesta escénica fue a peor. Cuando un director de escena no tiene mucho -o quizás nada- que decir en una ópera, se inventa un giratorio en el escenario, que en la práctica sirve para alojar los diversos espacios escénicos. Pero si no surge la chispa, entonces la tentación del regista es inevitable: darle vueltas y más vueltas al giratorio con los personajes yendo de un lado para otro y vuelta para atrás. Pero si el acto dura una hora larga, llega un momento en el que el espectador se vuelve tarumba con tantas vueltas y pierde no solo el interés por la escena, sino que también le afecta la escucha puramente musical. Claro que alguien dirá que lo mejor en ese caso es cerrar los ojos y sumergirse en la música que emana del foso (que seguía siendo lo mejor). Pero no, tampoco fue fácil porque los ruidos que producía el giratorio eran evidentes además de molestos. Solo en el tercer acto, ya sin giratorio, volvimos de nuevo al laboratorio, en cuyo habitáculo acristalado situado en el centro del escenario, tendría lugar unos de los momentos más fascinantes de todo el Ring ya al final del acto: “El despertar de Brunilda”.

Pero si la escenografía es tan absurda como cara, el vestuario no tiene desperdicio. Eso sí, mucho más barato. Concebido entre cutre y feo, se lleva la palma el chándal azul de marca con el que Sigfrido se pasea durante toda la ópera. Mime se parecía al protagonista de El profesor chiflado, popular película cómica de Tom Shadyac (1996): calvo, con cuatro pelos lacios de punta, gafas, camisa de leñador y chaquetón. Wotan, que en esta segunda jornada del Ring aparece como “El Caminante”, está mucho más envejecido que en La Valquiria. Aquí gasta gabardina raída, gorra y gafas oscuras, que le asemeja más al “Comisario Villarejo” que al jefe supremo de los dioses. Alberich, aún más viejo que Wotan, se movía torpemente con un andador. Erda, la diosa de la Tierra, parecía una parodia despeinada de la Castafiore. Y Brunilda, sin casco ni coraza, iba descalza, con camiseta azul y pantalones negros ajustados, que daba la impresión de que venía de correr del Tiergarten vecino. ¡Un poema!

Acto I: Andreas Schager (Sigfrido) Stephan Rügamer (Mime).
Monika Rittershaus

Pero afortunadamente, la parte musical funcionó de maravilla, como en las jornadas anteriores. De nuevo Thielemann fue el gran artífice del triunfo global. Pocos directores vivos, quizás ningún otro, conocen tan bien las partituras de Wagner y las interpretan con tanta inspiración como él. En Sigfrido, como ya ocurrió antes en La Valquiria o El oro del Rin, el gran maestro alemán ofició una liturgia muy especial, capaz de aflorar los mil y un detalles de una partitura tan extensa como intensa, prestando una minuciosa atención tanto a las voces del escenario como a los excelentes músicos de la Staatskapelle. Al menos, en esta fallida producción la música ofrecía toda la exuberancia que la escena nos negaba. Se podrían citar decenas de momentos mágicos como el Preludio del acto I, los murmullos del bosque (acto II), el solemne encuentro entre Wotan y Erda del acto III, el instante en el que Sigfrido atraviesa el fuego mágico y, sobre todo a partir del “Despertar de Brunilda”, Heil dir, ¡Sonne! (¡Salve, oh sol!) hasta la caída del telón. Un grandioso final, que fue posible gracias a dos cantantes sensacionales, Andreas Schager y Anja Kampe, y a la resplandeciente opulencia sonora de Thielemann.

El reparto vocal contaba con el valor seguro del tenor dramático Andreas Schager, un verdadero prodigio de la naturaleza, que es capaz de cantar como si tal cosa, un papel tan exigente como el de Sigfrido, quizás el más peliagudo del repertorio alemán, no solo por la complejidad de la partitura, sino también por la resistencia vocal del cantante. En los últimos años Schager alterna con gran deportividad (casi nunca suele dar síntomas de flaqueza), papeles tan exigentes como este de Sigfrido o el agotador Tristán. El tenor austriaco posee una voz de enorme potencia y una proyección superlativa. Da igual lo que cante y donde lo cante, aunque aún su voz se hace más impactante en un teatro de dimensiones reducidas como el de la Staatsoper berlinesa. Aunque en esta ocasión lo encontramos más contenido que de costumbre, fue incuestionable su poderío vocal, su entrega y arrojo escénico.

Anja Kampe, como ya ocurrió en La Valquiria, estuvo impactante y convincente en la trepidante escena final con Sigfrido, aunque su aportación al conjunto de la ópera es mucho menor, pues Brunilda pasa dormida los dos primeros actos de la ópera y las dos terceras partes del último. Es posible que, para algunos obstinados aficionados, que añoran la edad de oro de las voces wagnerianas, la delicada voz lírica de Kampe no siempre tenga el volumen dramático necesario ni sus agudos sean impactantes como los de Birgit Nilsson, pero son más que suficientes, siempre seguros y potentes. En cualquier caso, Kampe se enfrenta con arrojo y decisión a las enormes exigencias de un papel casi imposible, donde pudimos degustar de nuevo hermosos matices con una interpretación cautivadora y una declamación límpida.

Mime estuvo francamente bien interpretado por Stephan Rügamer, caracterizado también como anciano, con voz flexible y timbre punzante, pero siempre atormentado por una serie de tics. Fue muy elocuente el duelo entre los dos ancianos, junto a Alberich, muy bien encarnado por Jochen Schmeckenbecher, con una voz igualmente bien dosificada y un toque cómico, Este encuentro nos deparó uno de los momentos de mayor expresión dramática de la ópera.

Acto III- Anja Kampe (Brunilda) y Andreas Schager (Sigfrido)
Monika Rittershaus

Michael Volle como Wotan volvió a estar superlativo durante la segunda jornada del Anillo, sobre todo en su memorable encuentro con la impactante Erda de Anna Kissjudit, de voz oscura y penetrante. Ambos estuvieron sensacionales y siempre iluminados por el sublime acompañamiento musical de Thielemann, que se tomó todo el tiempo del mundo para que cada uno de ellos pudiera darle sentido a cada palabra y el énfasis dramático necesario. Por último, citar el episódico Pájaro del bosque en la muy atractiva voz de la joven soprano Kathrin Zukowski.

En fin, representar el Anillo del nibelungo en su integridad y de forma cíclica para abrir la temporada de un teatro lírico, aunque sea su segunda reposición en cuatro años, no solo es algo muy especial, sino también una empresa de gran envergadura para cualquier teatro de ópera, por muy grande que sea éste y por mucha experiencia que tenga con Wagner. Es el caso de la Ópera Estatal de Berlín, que además se estrena este otoño con Christian Thielemann como director musical, un lujo para un teatro, que ha alcanzado niveles excepcionales en la interpretación de las óperas de Wagner, gracias a su hacedor: Daniel Barenboim, que desgraciadamente tuvo que dejar la dirección general del teatro por su inoportuna enfermedad en octubre de 2022, justo el año que se debía estrenar este Ring.

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