Esta es la historia de Catalina de Erauso, una mujer que fue en contra de todas las normas y los estereotipos de la época. Renunció a su vida, familia e identidad con tal de buscar su felicidad.
Existen muchos detalles y concreciones de su vida porque ella misma, y otros que admiraron su valentía, escribieron sus memorias.
No está clara su fecha de nacimiento, en su partida de bautismo data del 1592 pero Catalina de Erauso afirma en sus memorias que nació en San Sebastián en 1585. Lo que sí se sabe con certeza es quién fue su familia. Era hija de un capitán, Miguel de Erauso, que a los cuatro años de nacer la internó a ella y a sus hermanas en el convento de las dominicas de San Sebastián el Antiguo.
Catalina no terminó de encajar en el convento, no cumplía las normas y era la más rebelde de sus hermanas. Por este motivo fue que la llevaron al convento de San Bartolomé. No contenta con las restricciones del anterior convento, este sería mucho más estricto, pues eran monjas de clausura.
Catalina no quería estar ahí, así que empezó a entramar un plan para huir del convento.
Se convierte en hombre
Con tan sólo 15 años se arma de valor e inicia la fuga. Durante el viaje quiere pasar desapercibida, así que adopta un aspecto masculino para que no le reconozca nadie. Su aspecto de mujer la habría hecho mucho más vulnerable y débil, habría llamado más la atención.
Tras varios días caminando y alimentándose de hierbas y frutos que encontró por el camino, llega a Vitoria y comienza a trabajar para un médico en su casa. Él era un pariente lejano que nunca descubrió su verdadera identidad. Duró poco tiempo allí, pues Catalina le robó dinero y se marchó a Valladolid donde trabajó como paje. En ese momento se hizo llamar por primera vez Francisco de Loyola.
Catalina viajó a Bilbao y Navarra hasta que regresó a su ciudad natal: San Sebastián. En sus memorias asegura que coincidió con su padre en Valladolid y con su madre en San Sebastián, pero ninguno de ellos supieron qué detrás de esa fachada de hombre estaba su pequeña niña a la que dejaron en un convento hacía años.
Nuevos horizontes en América
Catalina necesitaba una razón para vivir, una meta. España se le estaba quedando corta, así que puso rumbo a América junto con una flota que partía hacia allí.
Al año el trabajo por él que fueron estaba hecho, habían conseguido un buen motín y podían volver a casa, pero ella no estaba dispuesta a volver a España y menos con las manos vacías. Robó algunos pesos de los camarotes y se marchó a Perú en busca de su siguiente aventura. Desde entonces trabajaría para numerosos negocios locales en los que no duraría demasiado porque le acabarían despidiendo o se marcharía con los bolsillos llenos.
Catalina cayó en las garras de la ludopatía y entró en un bucle del que no podía salir. Tuvo varios problemas con alguno hombres por deudas pendientes. Robaba para pagarles y el remedio era pero que la enfermedad.
Su tercera identidad
No contenta con sus dos identidades, optó por crear una tercera con la que empezaría de cero en Concepción (Chile): Alonso Díaz Ramírez de Guzmán.
En sus memorias Catalina narra que allí se encontró con su hermano Miguel, al que por supuesto tampoco le reveló su identidad, pero que aún así lograron hacerse buenos amigos. De hecho se convertiría en alguien muy importante para él. Formaría parte de su círculo más personal y pasaría con el más de tres años de su vida.
Dada su valentía y apoyo en algunas batallas contra los Mapuches, su propio hermano solicitó que le dieran el cargo de capitán aunque al final solo ascendió a alférez.
Catalina continuó viajando por toda América tratando de encontrar siempre un futuro mejor aunque siempre tuviera que lidiar con algunos problemas que se buscaba por los robos, condenas de homicidios o la adicción al juego.
Condena de muerte
Durante un tiempo sus identidades le hacían pasar desapercibida, pero su rastro en Perú era imborrable, allí fue detenida y condenada. Con la muerte a sus pies solicita una vista con el obispo. Como último recurso antes de morir, Catalina pensó que la institución de la que huyó, a lo mejor ahora le salvaría. Y en efecto así fue.
La joven le confesó toda su vida al obispo y él se compadeció de ella ofreciéndole cumplir su condena en el convento de las clarisas de Huamanga.
Su historia llegó a todo el mundo, se convirtió en una celebridad. Tanto fue que al no haber pasado de novicia por sus dos primeros conventos, fue perdonada de todo tipo de condena y regresó a España en 1624 con el permiso del Papa Urbano VIII para que pudiera continuar vistiendo como hombre bajo el nombre, y esta sería su cuarta identidad, Antonio de Erauso. Esta vez manteniendo el apellido de sus padres.
Se cree que volvió a América y allí murió en 1650.


