Mientras muchos atletas se entregan en cuerpo y alma a la pista, Irati Mitxelena lleva una vida a contrarreloj, dividiendo su tiempo entre el laboratorio y el salto de longitud. Su presencia en el Mundial de Atletismo de Tokio no es solo la historia de una debutante que consiguió su plaza al filo del último intento. Es la historia de una mujer que ha logrado equilibrar, con esfuerzo y determinación, dos mundos aparentemente incompatibles: el de la ciencia y el del deporte de élite.
Nacida en Donostia en 1998, Mitxelena no es solo una prometedora saltadora, sino también una joven investigadora en el centro de biociencias bioGUNE, donde trabaja en el desarrollo de sistemas biológicos sintéticos para tratar enfermedades como la ELA. Un campo de investigación que, como el atletismo, requiere precisión, disciplina y, sobre todo, una paciencia infinita. Cualidades que, por sorprendente que parezca, también son esenciales cada vez que se dispone a dar el siguiente salto hacia su sueño.

Dos mundos, una misma ambición
Antes de partir hacia Tokio, la rutina de Irati Mitxelena era tan exacta como un reloj suizo: mañanas en el laboratorio y tardes en la pista de Anoeta, con poco tiempo para sí misma. Sin embargo, lejos de sentirlo como un sacrificio, ha convertido esa exigente agenda en su estilo de vida desde que decidió abrazar tanto la ciencia como el atletismo de alto nivel. Su carrera académica, iniciada en la Universidad de Cincinnati con estudios en Neurobiología y Neurociencias, ha avanzado al mismo ritmo que su evolución como atleta.
Este año, Mitxelena organizó cada día con precisión, pero su mayor apuesta fue, sin duda, arriesgarse a reservar todos sus días de vacaciones con un solo objetivo en mente: clasificarse para el Mundial. Apostó por su potencial y, al final, la jugada salió bien.
Agosto sin descanso
El camino hacia Tokio no fue un paseo. A medida que avanzaba la temporada y el calendario de competiciones se cerraba, la clasificación para el Mundial aún era una incógnita. Agosto se transformó en una auténtica maratón de viajes, competiciones y entrenamientos, sin apenas respiro. Durante tres semanas consecutivas, Mitxelena se enfrentó a la presión de alcanzar la mínima exigida por la RFEA: 6,70 metros, una marca que le escapaba pese a rozarla en varias ocasiones.

Finalmente, en el último mitin del verano, en Guadalajara, todo cambió. En su último intento, la saltadora vasca alcanzó esos ansiados 6,70 metros, logrando, además, su mejor marca personal. Aquella tarde, el esfuerzo, la perseverancia y la espera tuvieron su recompensa, y el Mundial ya estaba a su alcance.
Vacaciones para competir
Con la clasificación asegurada, Mitxelena partió hacia Tokio, donde sus días libres se transformaron en la oportunidad de competir en un Mundial, una experiencia única reservada para pocos. El laboratorio quedó en pausa por unos días, pero su mente siguió trabajando al máximo, enfocada ahora en la precisión técnica, el ritmo y la explosividad que exige el salto de longitud.
Ya instalada en la capital japonesa, la saltadora vasca ha dejado atrás el jetlag y completado las últimas sesiones de entrenamiento. Su objetivo no es solo igualar el nivel que alcanzó en Guadalajara, sino de superarse a sí misma. Ahora, la vista está puesta en la gran meta: un puesto en la final.
Más allá del deporte
Lo que realmente distingue a Irati Mitxelena no es solo su habilidad para destacar en el deporte ni su impresionante currículum académico, sino su capacidad para integrar ambas pasiones en su vida sin renunciar a ninguna. Mientras muchos atletas se ven obligados a dejar de lado sus estudios o trabajos para competir al máximo nivel, ella ha logrado fusionar ciencia y deporte en un proyecto vital único.
Aunque reconoce que la estabilidad laboral la encuentra en su faceta de investigadora, el atletismo sigue siendo una parte esencial de su identidad. Ambas disciplinas se complementan perfectamente: la ciencia le ha enseñado a ser meticulosa y paciente, mientras que el deporte le ha inculcado la resiliencia necesaria para afrontar los fracasos y convertir la presión en una fuente de motivación.
El sueño de Irati
El Mundial es, sin duda, un logro importante, pero para Irati no es la meta final. Consciente de que aún tiene mucho potencial por desarrollar, la saltadora ya pone su mirada en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. No obstante, antes de pensar en el futuro, su objetivo inmediato es cerrar esta temporada de la mejor manera posible, compitiendo al máximo nivel en Tokio. Quiere dejar claro que, además de ser una de las mejores saltadoras del país, es una de las más singulares.

La historia de Irati no se mide solo por los resultados o las marcas. Habla de constancia, planificación y una pasión inquebrantable por dos mundos que rara vez se encuentran. En medio de la exigencia y el sacrificio, ha forjado una vida basada en el esfuerzo silencioso y en recompensas que solo se logran a pulso. Ahora, en Japón, esas vacaciones que guardó con fe ciega en su propio potencial se están transformando en algo mucho más grande que un simple descanso: son la oportunidad para volar.