En la última semana de julio, los datos de Eurostat confirmaban que la inflación en la zona euro se mantenía por segundo mes consecutivo en el 2%. Un dato aparentemente tranquilizador si no fuera porque el crecimiento económico avanza al mismo ritmo que una cinta de correr averiada. El PIB apenas subió un 0,1% en el segundo trimestre, dejando a la economía europea en tierra de nadie.
Mientras tanto, en Estados Unidos, el temor es aún más evidente. El mercado laboral comienza a dar señales de fatiga, los nuevos aranceles comerciales ya han entrado en vigor y los modelos de la gestora Muzinich prevén una reducción del 0,4% en el crecimiento económico a largo plazo. La palabra maldita vuelve a circular por los informes de los bancos de inversión: estanflación.
La idea no es nueva, pero sí profundamente incómoda. Una inflación persistente que resiste los esfuerzos de los bancos centrales al mismo tiempo que la actividad económica se estanca. No es una recesión clásica ni una inflación desbocada. Es algo más difícil de gestionar.
En estanflación, el freno a los precios no puede llegar sin sacrificar el crecimiento, y viceversa. Subir tipos enfría la economía, pero bajarlos alimenta la inflación. Y en ese tira y afloja, el ahorrador medio queda atrapado entre dos fuegos.
Los antecedentes
La historia ofrece antecedentes poco alentadores. En los años 70, una crisis energética mundial dejó a Estados Unidos y Europa lidiando con inflación de dos dígitos y una economía paralizada. Entonces, la Reserva Federal tuvo que llevar los tipos por encima del 20% para recuperar el control.
Décadas después, el contexto es diferente, pero las tensiones en Oriente Medio, los nuevos aranceles y la incertidumbre en las cadenas de suministro vuelven a poner sobre la mesa un riesgo que parecía olvidado. Firmas como Bank of America, Fidelity, Invesco o Schroders coinciden en advertir que la combinación de precios al alza y crecimiento débil podría convertirse en un escenario sostenido si no se gestionan bien las próximas decisiones monetarias.
El dinero pierde valor sin moverse
¿Qué hacer entonces con los ahorros si la economía entra en estanflación? La respuesta no es sencilla, pero hay algunas certezas. La primera es que el efectivo pierde valor de forma silenciosa. Las letras del Tesoro, por ejemplo, volvieron a repuntar ligeramente en la última subasta, pero se mantienen por debajo del 2%. A ese ritmo, el dinero en letras apenas iguala la inflación oficial. Para quien busca seguridad y no tolera la volatilidad, sigue siendo una opción, pero cada vez menos rentable.
Frente a eso, muchos inversores minoristas han girado la vista hacia el dividendo. Ocho compañías del Ibex 35, según Bloomberg, ofrecen rentabilidades superiores al 6,5%, y algunas como Repsol, Sabadell o Enagás se acercan o superan el 7%. Casas como Vanguard señalan que los dividendos representan un componente esencial en la rentabilidad a largo plazo.
El problema es que en estanflación no todos los sectores se comportan igual. Los estudios de Schroders y Morningstar lo demuestran con claridad. La renta variable no es ajena a las dificultades, pero tampoco debe descartarse.
Históricamente, según datos de Ibbotson y CFA Institute, en los años de estanflación las acciones han generado una rentabilidad real media cercana al 0%. No es brillante, pero tampoco es una debacle. De hecho, en la mitad de esos años la rentabilidad real fue positiva, con picos del 16%. Eso sí, la dispersión por sectores es enorme.
Los sectores que aguantan mejor la estanflación
Durante episodios de crecimiento débil e inflación elevada, los sectores defensivos han mostrado un comportamiento más sólido. Eléctricas, energéticas, empresas de consumo básico y salud suelen resistir mejor porque su demanda es menos sensible al ciclo económico.
Schroders señala que, aunque la rentabilidad del sector sanitario ha sido desigual en los últimos años, su comportamiento histórico en escenarios de estanflación ha sido notablemente estable. Las empresas energéticas y de materiales, vinculadas al precio de las materias primas, también han ofrecido cobertura en estos entornos, especialmente si el origen de la inflación está relacionado con los costes de producción.
La elección geográfica tampoco es trivial. Estados Unidos, con un fuerte peso de compañías tecnológicas y de crecimiento, podría ser más vulnerable. Estas empresas suelen cotizar con valoraciones elevadas que dependen de beneficios futuros, los cuales se deprecian más en entornos de tipos altos e inflación elevada.
Europa, en cambio, cuenta con una asignación más defensiva. Su peso en servicios públicos, consumo básico y materiales la hace, según Schroders, potencialmente mejor posicionada si la estanflación se confirma.
Qué hacen los que gestionan grandes carteras
Para quienes buscan protección sin asumir demasiado riesgo, la renta fija ha recuperado atractivo después de años de tipos cero. Eso sí, conviene hilar fino.
Las letras del Tesoro, aunque ofrecen seguridad, apenas protegen frente a la inflación si se mantienen por debajo del IPC. Por eso, algunos expertos aconsejan alargar ligeramente los plazos o buscar bonos corporativos de alta calidad con cupones cercanos al 4%, que ahora sí empiezan a compensar. Invesco, por ejemplo, recomienda centrarse en emisiones con duración corta o media, para evitar sustos si repuntan los tipos.
Otra alternativa interesante en este escenario son los bonos ligados a inflación (TIPS). Tanto los TIPS estadounidenses como sus equivalentes europeos ajustan su capital e intereses al IPC, lo que les convierte en un escudo directo frente a la pérdida de poder adquisitivo. Fidelity los ha incorporado de forma estratégica en carteras conservadoras, mientras que XTB destaca su utilidad en un contexto de inflación estructuralmente alta, aunque moderada.
Para quienes prefieren diversificar sin complicarse demasiado, existen alternativas a través de fondos y ETF temáticos. Según ETF.com, algunos de los productos más adaptados a entornos de estanflación incluyen fondos de materias primas, energía, oro, agricultura y bonos ligados a la inflación.
Fidelity, por su parte, señala que los bonos tradicionales pierden valor real en estos escenarios, mientras que los ligados al IPC pueden ofrecer un colchón.