No hace falta un reloj para medirlo. Las horas de más se perciben en las ojeras, en las manos temblorosas frente al teclado o en las conversaciones interrumpidas por suspiros. El estrés laboral ha dejado de ser una molestia pasajera, un mal día en la oficina. Se ha convertido en un problema estructural, que erosiona la salud física y emocional de los trabajadores, y en especial de las mujeres.
El informe “Burnout. ¿Trabajos que cuidan o que enferman?”, de EAE Business School, muestra un panorama inquietante. Uno de cada cuatro trabajadores ha estado de baja en algún momento por estrés, y un 28% muestra síntomas clínicos de burnout, de acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Trabajo de 2023. Para Merche Aranda, profesora de esta universidad y autora del estudio, “el burnout ya no es un fenómeno aislado ni una debilidad personal: es la consecuencia directa de cómo se diseña y lidera el trabajo moderno”.
Un diagnóstico preocupante
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el burnout como un fenómeno estrictamente vinculado al ámbito laboral y lo describe como un síndrome que aparece en tres planos. El primero es la fatiga extrema, que se traduce en una sensación constante de falta de energía. El segundo es la despersonalización, reflejada en actitudes frías o negativas hacia las tareas o los compañeros. Y el tercero es la reducción de la eficacia profesional, donde el trabajador percibe que su rendimiento cae y que los logros pierden valor o sentido. Laura, nombre ficticio para preservar su anonimato, se ve reflejada en el proceso. La trabajadora de grandes almacenes reconoce que “empiezas descuadrando la caja tres veces en un día y acabas en el psicólogo”.
“No se trata de debilidad personal, sino de un diseño laboral tóxico que prioriza la productividad constante sobre la salud”, advierte Aranda. Su conclusión es clara. La cultura del silencio que impera en muchas organizaciones agrava la situación. “Las empleadas sufren, pero no lo dicen. Prefieren callar por miedo a las represalias o a ser etiquetadas como débiles”, añade.
El silencio enferma
El estudio señala un fenómeno que va más allá de las cifras: el “silencio organizacional”. Según los datos, el 44% de los trabajadores no se siente escuchado ni valorado, y un 38% opta directamente por no expresar sus opiniones y acatar órdenes. “Empiezan a pedirte que te involucres más en comités y en proyectos ajenos a tu cargo sin remunerar, pero formar parte de ellos está bien visto. Reduces tu tiempo libre en detrimento del trabajo para conseguir un ascenso que nunca llega. Y por aceptar y guardar silencio, entras en una rueda en la que al final te preguntas: ¿Cómo me he metido yo aquí?“, señala Laura.
Las mujeres presentan una incidencia de incapacidad temporal (IT) superior en cinco puntos porcentuales a la de los hombres. La ratio femenina representa casi un 33 % de los procesos iniciados mensualmente frente al 28 % masculino. La duración media de sus bajas alcanza los 96 días, mientras que el coste medio diario es un 14 % inferior al de los hombres. Lo que refleja la brecha salarial. No obstante, el coste total se equipara debido a los tiempos de recuperación más prolongados. Estos datos, procedentes de fuentes del Ministerio de Seguridad Social, se explican en parte por la concentración femenina en sectores de mayor riesgo psicosocial, como sanidad, educación y atención directa. Pese a ello, muchas mujeres deciden callar y aguantar.
El silencio no es casual, sino estratégico: los empleados lo eligen para protegerse. El precio, sin embargo, es elevado. Los expertos alertan de que esta autocensura conduce al llamado “adiós silencioso”. Las empresas no son ajenas a este coste. Miles de millones de euros se pierden cada año en Europa por la falta de compromiso y las bajas laborales relacionadas con el estrés.
Líderes no tan líderes
El papel de los líderes emerge como un factor determinante en la gestión del estrés. Más de la mitad de los trabajadores tiene una opinión negativa de sus superiores, y solo el 49% considera que estos crean un entorno seguro para expresar preocupaciones.
La trabajadora de grandes almacenes describe su experiencia con el estrés laboral como una lucha constante: “Iba a trabajar autoconvenciéndome de que todo estaría bien pero la nube negra se posaba sobre mí y me consumía. El mundo corporativo es una jungla donde no hay valores, ni empatía. Te venden una moto llena de mentiras”.

Su relato ilustra una realidad cada vez más común. Los trabajadores sienten que se les exige rendir bajo objetivos que muchas veces no son alcanzables ni reales. “A quién le pueden sacar todo el beneficio lo exprimen. Es como ponerle a un burro una zanahoria delante con una caña: el burro tira y tira pero nunca la alcanza”, denuncia.
El cuerpo y la mente en alerta
Los efectos del burnout se sienten primero en la almohada. El 63% de quienes padecen estrés laboral sufre insomnio, el síntoma más frecuente en España. A ello se suma el agotamiento emocional y la incapacidad de desconectar (47%), además de trastornos alimentarios que afectan de manera especial a mujeres. “Comía mal y dormía peor. Pierdes la ilusión y las ganas de vivir y tienes que parar. Al final mi cuerpo empezó a decirme ‘no’: hasta me desmayé en el trabajo. Entonces, tienes que coger una baja e ir a un especialista”, admite Laura. Y se cuestiona: “¿Porqué estoy así si yo lo he dado todo?”
Paradójicamente, tres de cada cuatro empleados se consideran eficaces en su trabajo. Sin embargo, bajo esa fachada de productividad se esconde una fractura emocional. Aunque es más frecuente en ellas. En este sentido, la profesora del EAE Business School denuncia que las mujeres sufren “mayor vulnerabilidad emocional y desórdenes asociados al estrés.”
El modelo laboral
Los datos dibujan una realidad incómoda: la salud mental de las trabajadoras está en juego, y las empresas aún no han encontrado una respuesta eficaz. Los costes económicos son enormes, pero los daños emocionales lo son aún más. El estudio funciona como un espejo que devuelve una imagen clara: no basta con programas de bienestar superficiales, se requiere de un rediseño profundo del modelo laboral.
En palabras de Aranda, “la solución no pasa por pedir más resiliencia individual, sino por transformar estructuras que enferman”. El burnout no es un problema de un trabajador, sino de un sistema que productivo que parece ser insaciable. Mientras millones de mujeres como Laura siguen avanzando entre objetivos inalcanzables y silencios forzados, la jornada laboral seguirá dejando un rastro de vidas hastiadas que piden, simplemente, un respiro.


