Si no has oído hablar de los Labubu, probablemente acabas de nacer. Estos pequeños muñecos peludos, de sonrisa inquietante y aspecto entre tierno y monstruoso, se convirtieron en un fenómeno global gracias a celebridades como Rosalía o Rihanna.
Su presencia en videoclips, conciertos y redes sociales los transformó en un complemento de moda que pronto se colgaba de bolsos, mochilas y maletas en todo el mundo.
El precio de cada Labubu —que en muchos casos supera los 30 euros— no impidió que millones de jóvenes y coleccionistas se sumaran a la fiebre. Durante meses, adquirir uno de estos muñecos fabricados por la compañía china Pop Mart era sinónimo de estar a la última en tendencias culturales.
Sin embargo, la burbuja ha empezado a desinflarse.
El desplome de Pop Mart
El éxito de Labubu llevó a Pop Mart a depender casi en exclusiva de estos muñecos para sostener su negocio. Nueve de cada diez euros de facturación procedían de su venta. Esa apuesta, que parecía segura en plena fiebre global, se ha convertido en un riesgo evidente.

Este viernes, las acciones de Pop Mart registraron una caída del 9% tras hacerse público el desplome de las ventas de Labubu.
El mercado de la reventa, que había alcanzado cifras desorbitadas con muñecos que se subastaban por cientos de euros, también refleja el agotamiento. En los dos últimos meses, el precio de los Labubu en segunda mano se ha reducido un 30%.
Un modelo que tocó techo
La estrategia de Pop Mart fue clara: convertir a Labubu en un icono generacional. La compañía extendió su red con 500 tiendas y más de 2.000 máquinas expendedoras repartidas por todo el planeta. En ellas, los compradores podían obtener uno de estos muñecos sorpresa, reforzando la dinámica del coleccionismo y la exclusividad.
En paralelo, la compañía logró triplicar su valor en Bolsa en 2025, consolidándose como uno de los grandes gigantes del entretenimiento y el juguete de diseño. Sin embargo, el modelo ha mostrado signos de agotamiento. La moda de los Labubu, tan intensa como repentina, se ha topado con el vértigo de su propio éxito.
La cultura de la moda efímera
El caso de Labubu ilustra un fenómeno recurrente en la industria cultural y del consumo: la velocidad con la que las tendencias se instalan y desaparecen. Como ocurrió con los fidget spinners, los Tamagotchi o los Funkos, el atractivo inicial suele sostenerse en el factor novedad, el respaldo de influencers y la lógica del coleccionismo.

En el caso de Labubu, su estética híbrida entre lo adorable y lo extraño conectó con una generación acostumbrada a lo disruptivo. Pero la saturación del mercado y la pérdida de exclusividad han debilitado su atractivo. Lo que antes era un objeto de deseo se percibe ahora como un producto masificado, presente en escaparates de medio mundo y cada vez menos codiciado.
¿Qué futuro le espera a Labubu?
Pese a la caída en Bolsa y al frenazo en ventas, Pop Mart aún mantiene una estructura comercial imponente. Los Labubu siguen disponibles en miles de puntos de venta. Y la empresa confía en reactivar el interés con nuevas ediciones limitadas, colaboraciones con diseñadores y estrategias de marketing digital.
Sin embargo, la dependencia casi total de un solo producto deja a Pop Mart en una situación delicada. Si Labubu deja de ser un fenómeno global, la compañía deberá reinventarse o ampliar su catálogo con nuevas propuestas capaces de captar la atención de un mercado volátil y exigente.
El interrogante es si se consolidarán como iconos de coleccionismo, con un valor residual en mercados nicho, o si quedarán como un recuerdo pasajero de la cultura pop de estos años veinte.