Durante años, la Región de Murcia ha sido conocida por el sol, su huerta fértil y el Mar Menor, lo que define buena parte del turismo estival del sureste español. Sin embargo, más allá de los tópicos y de las urbanizaciones de la Manga, existen rincones costeros que permanecen casi intactos, donde el Mediterráneo aún conserva su aspecto más salvaje. Son las playas vírgenes del Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila, uno de los secretos mejor guardados del litoral murciano.
Ubicado al sureste del municipio de Cartagena, este espacio protegido de más de 2.400 hectáreas combina acantilados, dunas fósiles, salinas y calas escondidas que parecen resistir el paso del tiempo. Un paisaje árido, dorado y silencioso, donde la ausencia de chiringuitos, carreteras asfaltadas o grandes hoteles se convierte en su mayor encanto.

Calblanque, un refugio natural frente al turismo masivo
Llegar hasta Calblanque es, de algún modo, retroceder a una época en la que las playas eran espacios de silencio y libertad. Desde Cartagena, el acceso por carretera conduce hacia Los Belones, un pequeño núcleo con vida durante todo el año. A partir de ahí, los caminos de tierra marcan el comienzo del parque, y también la primera advertencia al turista: aquí no hay urbanizaciones ni servicios turísticos.
El visitante se encuentra con tres grandes zonas: las Salinas del Rasall, el área del Atochar y el sector de Negrete, cada una con su propio carácter. Las Salinas ofrecen un paisaje singular, con aves como los flamencos decorando un horizonte de agua y sal. Desde allí se accede a playas emblemáticas como Calblanque, Magre o Arturo, donde una pasarela de madera conduce al mar entre dunas y rocas erosionadas por el viento.
En el Atochar, las calas son más amplias y accesibles, ideales para familias o amantes del surf. La Playa de las Cañas es una de las más visitadas, aunque incluso en temporada alta mantiene una tranquilidad difícil de encontrar en otros puntos del litoral. Por último, el área de Negrete es la más salvaje y apartada, y también la favorita de quienes buscan practicar el naturismo o disfrutar del buceo entre acantilados. Para llegar, hay que caminar varios minutos por senderos naturales, pero la recompensa compensa cada paso.
Acceso controlado: el precio de conservar un paraíso
El carácter virgen de Calblanque no es casualidad. Desde hace años, la Comunidad Autónoma de Murcia y distintas asociaciones medioambientales aplican un sistema de regulación del acceso para evitar la masificación y proteger el entorno.
Durante los meses de verano, está prohibido llegar en coche particular hasta las playas, y los visitantes deben dejar el vehículo en los aparcamientos habilitados junto a Los Belones o Cobaticas, desde donde parten autobuses lanzadera. Esta medida, que suele relajarse a partir de octubre, busca reducir la erosión de los caminos de arena y la contaminación en un ecosistema especialmente frágil.
Fuera de temporada alta, el acceso en coche se permite parcialmente, pero siempre con precaución: los caminos son estrechos y de tierra, y conviene respetar las señales y los límites de velocidad. Además, dentro del parque no hay bares, baños ni papeleras, por lo que cada visitante debe llevar su propia agua, comida y, sobre todo, sus residuos de vuelta.
El último rincón secreto del Mediterráneo
Calblanque es mucho más que un conjunto de playas: es un recordatorio de lo que fue el Mediterráneo antes de la llegada del turismo masivo. En sus calas, donde el sonido del mar sustituye a la música de los chiringuitos, se conserva una parte de la identidad natural de Murcia que aún resiste. Visitarlo implica asumir una responsabilidad: disfrutar sin dejar huella. Porque los secretos mejor guardados solo permanecen intactos cuando quienes los descubren saben protegerlos. Así, las playas vírgenes de Calblanque se revelan hoy como un tesoro del litoral murciano, un enclave que demuestra que el auténtico lujo no siempre está en la comodidad, sino en la pureza de la naturaleza que aún queda por preservar.