La moda y el cine siempre han mantenido una relación de fascinación mutua. Pero pocas películas han tenido un impacto tan largo en la percepción pública de la industria como El diablo viste de Prada.
Estrenada en 2006, la cinta convirtió a Miranda Priestly en un icono de la cultura popular y redefinió la manera en que millones de personas imaginan la vida dentro de una redacción. Detrás de esa figura temida y admirada se escondía, inevitablemente, la sombra de Anna Wintour, la mujer que durante más de tres décadas ha dirigido con mano firme la edición estadounidense de Vogue.
Durante años, Wintour esquivó comentarios directos sobre la película. El silencio, a veces, puede ser la respuesta más poderosa. Mientras los espectadores se preguntaban si Miranda era un retrato despiadado de la editora o una caricatura exagerada, ella se mantenía en una posición de distancia elegante. Sin embargo, el tiempo coloca todas las piezas en su lugar.
“Me divertí mucho viéndola” – Anna Wintour
Casi veinte años después, Wintour ha sorprendido al describir la película como un fair shot, un retrato equilibrado, divertido e ingenioso. Sus palabras muestran a una mujer en un momento de legado, consciente de su historia y de la construcción de su propio mito. Ha ocurrido durante una entrevista con el periodista David Remnick para el pódcast The New Yorker Radio Hour: “Fui vestida de Prada sin tener idea de lo que trataba la película. En la industria había mucha preocupación por cómo me iban a retratar, si iba a aparecer de una manera incómoda(…) Me divertí mucho viéndola”.
Aceptar con humor una sátira es un gesto que trasciende la anécdota. Significa asumir que el poder también se mide en la capacidad de sobrevivir a la caricatura. La cinta, que en su día pudo parecer un ataque a su aura de autoridad, se ha transformado en una pieza cultural que, lejos de perjudicarla, reforzó su figura como la editora más influyente del planeta. Sobrevivir a la ironía es, en sí mismo, la prueba más clara de grandeza.
El éxito de El diablo viste de Prada no puede entenderse sin la visión de Patricia Field, la diseñadora de vestuario que vistió al reparto con una opulencia deslumbrante. Cada abrigo, cada par de zapatos, cada accesorio se convirtió en símbolo de un universo donde la moda también narrativa, poder y aspiración.
Hoy, Wintour contempla todo ello con una sonrisa
El gesto es un acto de inteligencia estratégica. Ahora que la moda enfrenta cuestionamientos sobre su relevancia cultural, su sostenibilidad y su rol en la sociedad, la editora demuestra que entiende el valor de integrarse en el relato colectivo. Convertirse en un personaje de ficción y abrazarlo es, de algún modo, asegurar que tu historia perdure más allá de las portadas y los desfiles.
La reflexión sobre este episodio va más allá de Anna Wintour y nos habla de la evolución de una industria que, durante décadas, se tomó demasiado en serio a sí misma. Hoy la ironía y la autoconciencia se convierten en herramientas de legitimidad.
El reconocimiento de Wintour es también una invitación a revisar cómo la moda dialoga con el cine, con la literatura y con el público en general. Porque la moda, al final, no es solo un sistema de tendencias y negocios; es también un espejo cultural donde todos nos miramos.