Un lunes cualquiera en el corazón de SoHo puede regalarte escenas dignas de una portada de revista. Modelos que cruzan las calles como si caminaran sobre una pasarela invisible, estilistas con bolsas de diseñador en una mano y cafés humeantes en la otra, y frente a ellos, una fila discreta pero firme frente al número 104 de Prince Street. La razón: Louis Vuitton ha abierto su primer beauty pop-up y, si la palabra “experiencia” está algo desgastada en el mundo del retail, aquí vuelve a brillar con todo su significado.
Nada más cruzar la entrada, una estructura curvilínea escoltada por pantallas digitales que se iluminan como si fuera una instalación de arte, queda claro que esto es mucho más que una tienda. De repente me cuelo en un espacio futurista, monocromático, bañado por un rojo profundo que lo tiñe todo: las paredes, las vitrinas, los muebles y hasta el suelo. El rojo Vuitton, que no es cualquier rojo.

Al centro de la escena, una isla con forma de flor Monogram -el emblema icónico de la casa- expone la colección de maquillaje. Labiales LV Rouge en una paleta de 55 tonos, desde los borgoñas oscuros hasta los corales más luminosos. A un lado, bálsamos hidratantes en tonos suaves (LV Baume) y más allá, las paletas de sombras (LV Ombres), presentadas como si fuesen pequeños cofres dorados diseñados para el neceser de una emperatriz moderna.
Todo está pensado para ser tocado, probado, vivido. Me acerco a un tocador -espejos con luz cenital, brochas perfectamente alineadas- y una estilista me pregunta qué busco en un rojo. ¿Sensualidad? ¿Autoridad? ¿Un color que hable antes que yo? En minutos, estamos probando distintos tonos, desde el Rouge Parisienne al Flame Céleste.

El recorrido sigue con una sala inmersiva, donde pantallas gigantes proyectan cortometrajes que descomponen cada tono y lo contextualizan con escenas urbanas, editoriales de moda y notas de color flotando en el aire. En otra habitación, una especie de test interactivo sugiere productos según tu personalidad visual.
Uno de los rincones más sorprendentes es el Virtual Try-On Room. Allí, una esfera cromada detecta tu rostro y aplica digitalmente los productos para que puedas verlos antes de decidir. La tecnología, aquí, no reemplaza la experiencia física, sino que la amplifica.

Y luego está el baúl; una versión reimaginada del clásico baúl de viaje Vuitton, reconvertido en tocador monumental, el Beauty Station Trunk. Al abrirlo, despliega compartimentos para cada categoría de producto, con espejos iluminados, cajones de terciopelo y texturas que remiten al savoir-faire artesanal de la maison. Es un objeto de deseo, sí, pero también una declaración de intenciones. Louis Vuitton no está jugando a ser una marca de maquillaje. Está creando una categoría propia.
Lo más interesante es que, aunque todo responde al ADN de la marca -lujo, artesanía, diseño-, la dirección creativa de Pat McGrath se nota en cada trazo. La maquilladora británica ha logrado trasladar su visión audaz y teatral al universo Vuitton sin forzar nada.

La tienda estará abierta hasta el 31 de diciembre. Durante los próximos meses, se espera que se activen más servicios de personalización y encuentros con artistas del maquillaje. Pero incluso en su estado actual, el pop-up ya funciona como una síntesis perfecta del lujo contemporáneo…, inmersivo, sensorial, emocional.