“Lo feo es salirse de la caja, es pensar out of the box”, dice Soy una Pringada en una entrevista. “En lo feo no hay reglas” continúa, pero esta afirmación tiene sus matices. El feísmo lleva décadas llamando a la puerta y parece que ahora, frente a las exigencias de perfección estética, recobra su sentido.
Lo que se etiqueta como desaliñado, mal combinado o incluso antiestético, ocupa titulares, pasarelas, editoriales de moda y cuentas de Instagram. Lejos de ser anárquico, el feísmo es una forma de expresión con sus propias normas e intenciones.
Lo feo, al igual que lo bello, sigue siendo subjetivo y genera mucho debate. A veces la linea es fina y lo que lo mueve hacia una lado (bonito) o hacia otro (horrendo) es el contexto o la celebrity de turno.
Una de las primeras referencias culturales al feismo se remonta a la década de los noventa cuando Miuccia Prada, icono venerado de la moda, se atrevió a subir a la pasarela prendas que no combinaban y piezas que nunca antes había llevado las modelos de alta costura. La colección titulada Banal Eccentricity, estrenó el llamado ugly chic o feismo mezclando estilos como el athleisure, biker o baby doll.
El objetivo no era otro que cuestionar la belleza o la percepción de qué es la alta costura: cortes de pelo extraños, prendas oversized, mezclas de lana con plásticos, zapatillas de deporte, tacones con calcetines, mochilas con vestidos de lentejuelas… vale casi todo.

El feísmo de Gucci no surgió de la nada. Otros creadores como Francis Roth o Marc Jacobs ya habían coqueteado con lo irreverente o incluso con la estética marginal contagiada por el grunge de Nirvana. La moda feista en este caso servía para parecer menos superficial, para camuflarse y diferenciarse de lo elitista aunque sus precios no fueran en absoluto democráticos. Fotógrafos como José Manuel Ferrater, con ciertas dosis de sordidez y erotismo, o Juergen Teller traspasaron esa crítica hasta reírse de lo artificioso de la moda retratando a personajes como Björk, Vivienne Westwood o Kate Moss, la gran representante del heroin chic y promotora del indie sleaze.
La búsqueda deliberada de lo feo se puede entender como un acto de rebeldía frente a cánones estéticos extremadamente exigentes o directamente imposibles que paradójicamente son disimulados. Ante el giro conservador que está dando el mundo, la belleza o mejor dicho, el cuerpo de la mujer, vuelve a ser un campo de batalla como bien plasma Miss Beige, el personaje anticanónica de la fotógrafa Ana Esmith. El tramposo clean look, los colores tierra (considerados más seguros, estables) o incluso el corsé son tendencia desde hace varios años. En tiempos de incertidumbre, la moda también habla.

Lejos de ser una cuestión política, el feísmo también esconde otra cara de la moneda. Supermodelos como Bella Hadid, Angel Prost o Julia Fox o las cantantes Rosalía y Nathy Peluso, han conseguido ser referentes del feísmo, eso sí, desde sus bellezas canónicas.
A menudo se dejan ver con prendas que no se entienden, que no combinan o con maquillajes que parecen sacados de una película de ciencia ficción. Como en casi todo lo que concierne al universo celebrity, el feísmo parece tener más que ver con estrategias de marketing.

Buenos ejemplos son las colecciones de Vetements con el diseñador Demna Gvasalia a la cabeza o Hood By Air, la marca de ropa que durante la Semana de la Moda de Nueva York dejó claro que el feísmo también vende prendas muy caras: camisetas con frases provocativas, botas imposibles de doble punta o su alianza con PornHub, confirman que más que una actitud reivindicativa, también es una oportunidad mediática (y económica) para las marcas. La fealdad es polémica y también muy lucrativa.