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Gran Canaria en 78h: pistas para redescubrir la isla

Cocina, historia y naturaleza se unen en 8 paradas obligatorias para disfrutar (y volver) a la isla de Gran Canaria

Por obvio que resulte, nunca está de más repetirlo: Gran Canaria es mucho más que playa y chiringuito: la isla se puede vivir de manera distinta probando algunos de los platos tradicionales, visitando cultivos únicos o descubriendo enclaves insospechados.

Vegueta, un barrio para comérselo

La capital merece más de una visita. En Las Palmas, entre casas coloniales y consistoriales pintadas de colores vivos y calles empedradas, se alza la Catedral de Santa Ana, el corazón del histórico barrio de Vegueta. Su imponente fachada invita a perderse por los alrededores, donde no muy lejos se encuentra la recién inaugurada tasca ALMA, un pequeño local liderado por Jessica Lugo que propone un viaje por el producto canario con un toque moderno.

Tartar de atún rojo macerado en tuno indio

Los precios son asequibles y los sabores, contundentes, invitan a redescubrir recetas ancestrales sin artificios: desde un vermut Primo elaborado con malvasía volcánica de Lanzarote, hasta la burrata canaria con escarcha de tomate seco y pesto local, un tartar de atún macerado en tuno indio con perlas de mango y trufa, o las clásicas papas arrugadas cultivadas en su propia finca. Entre los platos más destacados, los huevos rotos con chorizo de Teror y crumble de gofio o el pulpo glaseado sobre base de papa y plátano con miel, que se convierte en un auténtico emblema de la cocina local reinterpretada.

Precisamente en ALMA también se puede descubrir otra joya gastronómica de la isla: el pan de puño de Ingenio, un pequeño pan de corteza fina y miga mantecosa que mantiene viva la tradición artesanal.

Imagen: Gobierno de Canarias

Al norte de la ciudad, El Padrino es parada obligada para quienes buscan cocina canaria genuina. Cada día ofrece pescado fresco y mariscos, pero su corazón está en la cocina tradicional: papas arrugadas que acompañan a la morena frita, crujiente como un torrezno de pescado, ropa vieja de pulpo con garbanzos, o un escaldón de gofio con cebolla, todo armonizado con un vino de la casa.

Frecuentado por locales, con precios más que razonables, el servicio cercano y familiar se complementa con una vista impresionante al Mirador de Las Coloradas, donde el contraste del mar y las montañas convierte cada comida en un recuerdo imborrable.

Destilados con historia

El ron de Destilerías Arehucas condensa la historia de Gran Canaria en una botella. Fundada en 1884 tras el cierre de las plantas azucareras locales, la destilería nació cuando un empleado decidió reconvertirla en destilería, dando inicio a un legado que se mantiene hoy. La empresa familiar cultiva caña de azúcar ecológica y alberga una bodega con 4.700 barricas y 1,2 millones de litros de aguardiente de caña, incluyendo ron blanco y añejado, como el emblemático Capitán Kidd.

 

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Visitar Arehucas permite conocer el proceso de destilación, el envejecimiento en barrica y la riqueza de su catálogo, recordando que la caña de azúcar viajó primero de Canarias a América, un capítulo poco contado del comercio y la cultura de la isla.

Valleseco: la sidra que desafía a Asturias

En el municipio de Valleseco, en el centro-norte de Gran Canaria, la sorpresa llega al descubrir la sidra local. Ángel Domínguez, extaxista, transformó sus plantaciones de manzano reineta en un proyecto artesanal (El Lagar de Valleseco) que ha conquistado premios internacionales, incluso superando a algunas sidras asturianas. Impulsado por este éxito, el ayuntamiento planea construir un centro de investigación, elaboración y promoción de la sidra, consolidando el pueblo como referente.

Sal, café y naturaleza en Agaete y Tenefé

La isla sorprende con espacios naturales como Las Salinas de Tenefé, donde Manuel mantiene viva la tradición salinera frente al mar. De forma manual, el equipo recoge la sal respetando tiempos y formatos (fina, en escamas, gruesa), una labor que conecta con siglos de historia.

Otro enclave único es el Valle de Agaete cuyo microclima le ha permitido ser el único lugar de Europa en el que cultivar café. Entre espectaculares montañas, La Finca de La Laja cuida la variedad arábica: alta humedad, temperaturas que no superan los 30 °C y riego constante. Tanto el secado como el tostado se realizan en la finca, garantizando calidad absoluta.

El resultado son hasta 4.000 kilos de café al año, que solo se pueden adquirir en la tienda física de la finca. Tomarse un espresso en la terraza rodeada de naturaleza es un auténtico viaje sensorial: aroma, sabor y paisaje se combinan para ofrecer una experiencia que trasciende lo cotidiano.

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