Ingenua, coqueta, juguetona, sensible y con una estética difícil de encasillar, Tamara Seisdedos irrumpió hacia el año 2000 en una televisión que ya estaba superpoblada de personajes frikis. Con su pelo rojo planchadísimo, el rostro de porcelana, las pestañas postizas y los ojos muy marcados, no se sabía bien si su estilo era noventero, futurista o prestado de cualquier diva de la ruta del bakalao. Nada en ella era natural.
Resultó ser un fenómeno de culto y, más de dos décadas después, Nacho Vigalondo lo ha rescatado en una miniserie que lleva por título Superestar. Con la pátina del tiempo y la mano de los Javis (Javier Calvo y Javier Ambrossi), sus productores, ahora hay quien ve en el personaje cierto parentesco con David Bowie. Dejémoslo en antidiva trasnochada a medio camino entre el pop, el surrealismo y el trash.

Vocalmente, su rango era limitado y cantaba casi siempre en playback, pero caló. Sobre todo, su canción No cambié, número uno en Los 40 Principales. Todavía hoy la tarareamos cuando nos la nombran. Había en ella algo que le hacía extrañamente magnética, pero no su talento musical. Quizá su forma de hablar o de interpretar. Mucho tuvo que ver su comparsa de personajes igualmente extravagantes: Loly Álvarez, Tony Genil, Paco Porras, Leonardo Dantés o Arlequín. Todos ellos aparecen en Superestar.
Lo que transmitía Tamara era una intensa necesidad de ser amada y eso inspiraba cierta indulgencia, a pesar de su inseparable madre coraje, Margarita Seisdedos, que hacía al personaje aún más caótico y añadía un punto muy socarrón cuando propinaba bolsazos a diestro y siniestro con un ladrillo dentro. Todo con tal de defender a su hija. Se convirtió por derecho propio en un personaje más de la farándula televisiva.
Estos días de estreno se habla del tamarismo intentando definir el fenómeno como si se tratase de una corriente sociológica en la que cabe el surrealismo, el escándalo, la reivindicación de lo marginal, la dictadura de las audiencias, el linchamiento social y esa España de pésimo gusto que tanto debe a una telebasura que, al final, todos consumimos.
Vigalondo ha ofrecido alguna pista en su presentación: “Hay una serie de elementos que aíslan y hacen único el fenómeno. En primer lugar, todo sucedió en un momento muy determinado y nunca más volvió a pasar. Además, se dio aquí, en España, sin que tuviera ningún eco en ningún otro país. No es como las teorías de la conspiración tipo que van desde el patrio Caso Bar España al yanqui Pizzagate. Además, todo tuvo su lugar originario en un late show como Crónicas Marcianas (en la serie, Tiempo de Marte) que nada tenía que ver con los modelos de fuera copiados aquí con insistencia”.

La serie se acerca a ellos desde la ciencia ficción, la fantasía o el surrealismo. No podía ser de otra manera. La idea no es, según ha aclarado Vigalondo, prolongar la burla o la caricatura, sino humanizar a todos estos personajes que siguen presentes en nuestra memoria colectiva, aunque, lógicamente se prestará a muchas lecturas. “Tamara es única e irreemplazable, y lo que yo puedo contar es una fantasía, una ilusión de ella”, ha declarado la actriz Ingrid García Johnson, elegida para dar vida a la cantante.
Irrepetibles son también los índices millonarios de audiencia del tamarismo. “Si hay una época salvaje en la que todo era posible, esa es la época del tamarismo, donde los más insospechados protagonistas acapararon horas y horas de televisión”, avanzó Javier Calvo cuando estaba a punto de arrancar el proyecto.
Para hacernos una idea de la complejidad de sus personajes, se han usado más de 30 pelucas y 80 narices, 60 de ellas solo para caracterizar a Tamara. Pablo Morillas, responsable de peluquería en Superestar, ha trabajado los postizos que lleva Ingrid con un maniquí que reproduce la estructura ósea de la cantante al milímetro. “Toda una fantasía de pelos”, ha expresado.
Tamara luego pasó a llamarse Ámbar y después Yurena. Su nombre real es María del Mar Cuena Seisdedos, una mujer que quedó atrapada entre lo que le habría encantado ser y lo que la audiencia pedía de ella. En algún momento, perdió el control sobre su imagen y pasó a ser un juguete más de la industria televisiva. A pesar de todo, todavía hoy sigue reinventándose y luchando por ser tomada en serio como cantante.
“En Superestar hemos querido comprender, humanizar y respetar a una serie de personajes normalmente maltratados, y por el camino hemos hecho un volquete de fantasía, magia y locura”, dicen los Javis. A pesar de su intención benevolente, sigue siendo, al menos en algún aspecto, la misma España que retrató Ramón del Valle-Inclán en su esperpento, deformando la realidad de una forma satírica y desgarrada y exagerando los rasgos más grotescos y ridículos de la sociedad más decadente”.