La muerte de José Pepe Mujica (1935-2025) deja un gran vacío en su país, Uruguay, y en la política latinoamericana. Su figura, alejada de los formalismos del poder, supo conectar con la ciudadanía. Con la de allí, y con la de todo el mundo. “Siempre fue particular, pero sobre todo accesible. No era el típico político rodeado de guardaespaldas. A Mujica podías encontrarlo en un bar comiendo pizza o charlando con un grupo de vecinos en la calle”, cuenta a Artículo 14 la periodista uruguaya Carolina Domínguez, fundadora de ‘Tu Empresa En Medios’.
Mujica no hablaba desde un pedestal, hablaba desde la calle, desde su chacra (granja), desde la historia de vida que lo llevó de la guerrilla tupamara a la presidencia de su país (2010-2015).
Carolina Domínguez, que durante años presentó informativos en Canal 4 y Canal 10, recuerda las coberturas en tiempos de campaña: “Nos pasábamos horas de pie frente a su chacra. Mujica era un tipo estratega, sabía que tenía a la prensa todo el día en la puerta de su casa. A veces salía muy rápido en su Volkswagen escarabajo para despistarnos, sabía que nos descolocaba con esas cosas. Nos miraba y se reía. Se divertía”.
El pionero
Ese carácter juguetón y genuino no impedía que tomara decisiones trascendentales. En 2012, durante su mandato, Uruguay aprobó la ley de interrupción voluntaria del embarazo, convirtiéndose en uno de los primeros países de América Latina en despenalizar el aborto. “Mujica no fue quien impulsó directamente la ley, porque venía discutiéndose desde antes, pero sí fue quien la respaldó políticamente”, explica Domínguez.
En una región donde, aún hoy, muchas mujeres enfrentan legislaciones restrictivas y peligrosas para su salud, la postura del presidente uruguayo fue clara: “No estoy a favor del aborto, estoy a favor de que no mueran más mujeres pobres por abortos clandestinos”, declaró entonces.
Mujica entendía que la desigualdad de género se traduce muchas veces en desigualdad social, en vidas vulneradas, en mujeres que mueren por no tener acceso a derechos básicos. “No era alguien que se identificara con los discursos feministas de forma explícita, pero en los hechos acompañó decisiones como la ley de interrupción voluntaria del embarazo”, explica Domínguez.
El auténtico
Mujica fue mucho más que el presidente que donaba el 90% de su salario. Fue también quien promovió el matrimonio igualitario, la regulación del cannabis y respaldó derechos históricamente negados a las mujeres y a las diversidades sexuales.
Con su estilo despojado de solemnidades, entendía que no necesitaba hablar de patriarcado para actuar contra él. Mujica fue una anomalía. “Capaz que te decía que no tenía ganas de hablar si lo agarrabas cruzado porque había tenido un mal día… y te soltaba: ‘Hoy no tengo ganas, gurisa’. Pero era así, auténtico”, relata Domínguez. Esa autenticidad, a veces caótica, fue su sello. Y también su forma de resistir las lógicas tradicionales del poder masculino: el poder como control, como jerarquía, como distancia.
Ahora, con su partida, no sólo se va un presidente querido por todos. Se despide un símbolo de otra forma de hacer política; una política con olor a campo, con manos curtidas, pero también con decisiones que marcaron historia. Su legado, desde una perspectiva de género, queda inscrito en la conquista de derechos que mejoraron la vida de miles de mujeres uruguayas. Un legado que no grita, pero que permanece. Porque, como él mismo dijo alguna vez: “El poder no cambia a las personas, solo revela quiénes son de verdad”. Y él, hasta el último día, fue eso: un hombre de pueblo, con convicciones firmes y una empatía que trascendió etiquetas.