El 7 de octubre de 2023 marcó un antes y un después en la historia reciente de Oriente Próximo. A primera hora de la mañana, comandos del grupo islamista Hamás lanzaron un ataque sorpresa contra Israel desde la Franja de Gaza, en la operación bautizada como “Diluvio de Al-Aqsa”. Miles de cohetes fueron disparados en cuestión de minutos, mientras centenares de milicianos irrumpían en territorio israelí por tierra, mar y aire, atacando comunidades cercanas a la frontera y un festival de música al aire libre.

En cuestión de horas, el número de víctimas se disparó: más de 1.200 personas fueron asesinadas, en su mayoría civiles, y unas 250 fueron secuestradas y trasladadas a Gaza. Fue el ataque más mortífero sufrido por Israel desde su fundación en 1948, y desencadenó una respuesta militar de una magnitud sin precedentes en el enclave palestino.

Israel respondió declarando el “estado de guerra” y lanzando una ofensiva aérea y terrestre sobre la Franja de Gaza que continúa, con diferentes fases, hasta hoy. El gobierno de Benjamín Netanyahu prometió “destruir a Hamás” y recuperar a los rehenes “por todos los medios”.

Durante los primeros meses, los bombardeos masivos sobre zonas densamente pobladas causaron miles de muertos y desplazaron a la mayoría de los 2,3 millones de habitantes de Gaza. Posteriormente, las operaciones terrestres se centraron en el norte del enclave, en la ciudad de Gaza, y más tarde en el sur, especialmente en Jan Yunis y Rafah.

Según cifras del Ministerio de Sanidad gazatí (controlado por el grupo terrorista Hamás), más de 40.000 palestinos han muerto desde entonces, entre ellos una gran proporción de mujeres y menores, mientras que gran parte de la infraestructura civil ha quedado arrasada. Naciones Unidas y organizaciones humanitarias han denunciado una “catástrofe humanitaria” sin precedentes en el enclave.

Dos años después, el conflicto sigue sin solución clara. Israel mantiene su ofensiva contra los últimos bastiones de Hamás y controla gran parte del territorio gazatí. Al mismo tiempo, las negociaciones para un alto el fuego permanente y un intercambio de rehenes siguen estancadas, pese a la mediación de Egipto, Catar y Estados Unidos.

En Israel, el trauma del 7 de octubre continúa muy presente. La sociedad sigue dividida entre la exigencia de una victoria militar total sobre Hamás y las críticas al Gobierno por no haber evitado el ataque ni conseguido liberar a todos los rehenes. En Gaza, la población civil sobrevive entre la destrucción, el desplazamiento forzoso y el bloqueo, con un acceso extremadamente limitado a alimentos, agua potable y atención médica.