Al cumplirse hoy dos años de la matanza terrorista perpetrada -y de los secuestros de varias decenas de rehenes- por las brigadas Al Qasam de Hamás en el sur de Israel importantes han sido los cambios experimentados por el siempre turbulento tapete de Oriente Medio. Transcurridos 730 días desde el 7-O, el Estado de Israel puede presumir de estar cerca de haber neutralizado definitivamente la amenaza de Hamás -que la pasada semana se avenía a liberar al casi medio centenar de rehenes, se estima que apenas una veintena permanezca con vida, y a ceder el testigo del gobierno en la Franja a un comité tecnocrático- y de haber asestado un duro golpe al ‘eje de la resistencia’ regional patrocinado por Irán, pero las consecuencias de dos años de campaña militar en Gaza -con más de 67.000 muertos, decenas de miles de heridos y centenares de miles de desplazados- han dañado gravemente su imagen, alianzas y reputación internacional.
Al tiempo que castigaba duramente a la organización incluida en la lista de entidades terroristas de Estados Unidos y la UE , el primer ministro Benjamin Netanyahu y su gobierno vieron llegado el momento de emprender una campaña bélica simultánea contra la red de fuerzas proxy -interpuestas- proiraníes en otros seis frentes repartidos a lo largo y ancho de Oriente Medio. Una operación cuyo éxito ha dejado constancia de la superioridad militar, tecnológica y de inteligencia israelí.

Lo cierto es que, en plena normalización política de Tel Aviv con el mundo árabe -iniciada a raíz de la victoria en la guerra del Yom Kippur– incluido el hito de los Acuerdos de Abraham (2020), los nuevos enemigos del Estado de Israel han sido en las últimas décadas organizaciones paraestatales apoyadas fundamentalmente por la República Islámica de Irán, el emirato de Qatar -hoy convertido en mediador principal para la paz- y el régimen de Bachar el Asad en Siria. Abiertamente partidarias de la destrucción de “la entidad sionista”, ninguna se ha librado de la estrategia de castigo bélico emprendida por el gobierno de coalición israelí desde el 7-O. Aunque ni las ideas ni su militancia se evaporará, las capacidades actuales de estas organizaciones ha quedado notablemente menguado.
Golpe a Hizbulá
Al tiempo que descabezaba a la cúpula política y militar de Hamás -y destruía la mayor parte de su arsenal de proyectiles-, las Fuerzas Armadas y la inteligencia israelí la emprendían en el otoño del año pasado contra Hizbulá, milicia nacida en plena ocupación israelí del Líbano a comienzos de la década de 1980, después de varios meses de cruce de fuego a un lado y otro de la conocida como Línea Azul. En apenas dos semanas, la vanguardia del ‘eje de la resistencia’ -la mejor dotada y entrenada de las milicias regionales, más fuerte que el propio ejército regular libanés- veía caer uno tras otro a los miembros de su jerarquía militar y política, incluido el esquivo y legendario -una referencia de la ‘resistencia’ mucho más allá de su propia parroquia chií- Hasan Nasrala.

Además, de manera inesperada, a comienzos de diciembre pasado caía una de las dictaduras más siniestras y sangrientas de Oriente Medio: la del clan de los Asad en Siria. La renuncia de los aliados clásicos del régimen -Rusia, Irán y Hizbulá- a implicarse en una nueva guerra y en medio de un ambiente de desmoralización y corrupción profunda en el seno del aparato de seguridad del régimen fue inteligentemente aprovechada por antiguos yihadistas de Al Qaeda y el Frente al Nusra reorganizados en torno a las siglas de Hayat Tahrir al Sham para llevar a cabo una ofensiva -gracias al apoyo turco- que permitió a los islamistas suníes entrar triunfantes en Damasco con más facilidades de las esperadas.
El ‘eje de la resistencia’ perdía así a uno de sus principales aliados, cuyo territorio había servido durante décadas de base logística a Hizbulá e Irán y a otras organizaciones armadas para desde allí preparar sus agresiones al archienemigo israelí. Tampoco se libraron de los ataques israelíes las milicias chiíes que operan en el interior de Irak.

De la misma manera, la adhesión de los rebeldes chiíes de Yemen -el conocido como movimiento hutí- a la causa del auxilio a Hamás a raíz del 7-O convirtió a un movimiento apoyado por Irán y en control de Saná y de otras zonas del oeste del país en blanco de las fuerzas israelíes y aliadas. Durante meses, los insurgentes chiíes atacaron buques vinculados a países occidentales en su tránsito por aguas del mar Rojo y el golfo de Adén, y dirigieron proyectiles hacia territorio israelí que fueron mayoritariamente neutralizados. La respuesta de las Fuerzas de Defensa le ha costado al movimiento yemení numerosas bajas y daños graves a su infraestructura, aunque no ha logrado su derrocamiento.
Finalmente, tras castigar a sus fuerzas proxy, el gobierno israelí decidía este verano golpear con no menos dureza en el corazón de Irán, archienemigo desde la revolución de 1979 y el establecimiento de la República Islámica. En apenas 12 días del pasado mes de junio, las fuerzas israelíes fueron capaces de descabezar a la cúpula militar y científica del régimen y dañar una parte importante de las instalaciones nucleares en distintos puntos de la geografía persa. Y, sobre todo, Israel enviaba un mensaje de advertencia a la cúpula de la teocracia iraní que, aunque respondiera con el lanzamiento de proyectiles y drones hacia territorio israelí, dejó de manifiesto una imagen de flaqueza e inferioridad en un momento además de deterioro económico y descontento y cansancio de su propia sociedad.
Vigencia de los Acuerdos de Abraham
Por otra parte, a dureza del castigo a Hamás en Gaza no ha impedido que ninguno de los países de la Liga Árabe que mantienen relaciones con Israel haya reconsiderado la naturaleza de las mismas a lo largo de los dos últimos años. Si fuerte es el rechazo de las capitales árabes a la agresión sufrida por la población civil de Gaza, más lo son los lazos defensivos, tecnológicos y en materia de seguridad que cada vez unen más sólidamente a Israel con el Golfo, Egipto, Jordania y Marruecos. Como no menos fuerte es el rechazo de los regímenes de la región a la amenaza de Hamás e Irán habida cuenta de la estrategia de penetración y desestabilización desarrollada por la teocracia de los mulás en las últimas décadas.

Así las cosas, la solidez de la red de intereses compartidos ente el mundo árabe, Estados Unidos e Israel quedó de manifiesto en la reciente cumbre regional celebrada en Doha apenas días después de los bombardeos israelíes contra una delegación de Hamás: los países convocados no pasaron de palabras de condena contra el gobierno de Netanyahu. El rechazo a Israel no impidió a Jordania a cooperar lealmente en la neutralización de las amenazas aéreas llegadas en forma de drones y misiles desde Irán en las tres ocasiones en que el régimen de los mulás e Israel cruzaron fuego entre 2024 y 2025.
Con todo, más allá de Oriente Medio las consecuencias humanas de la campaña militar -expertos vinculados a Naciones Unidos creen probados los indicios de genocidio- iniciada a partir del 7 de octubre de 2023 ha tenido para Israel un importante coste en materia de prestigio e imagen internacional. Israel es hoy un país aislado y ello tendrá consecuencias económicas, sociales y humanas para un país que no llega a los diez millones de habitantes. Sobre el primer ministro Benjamin Netanyahu -y su ex ministro de Defensa- pesan órdenes internacionales de arresto emitidas por la Corte Penal Internacional por supuestos crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos hasta mayo de 2024 en la Franja.

Con independencia de lo que ocurra en las próximas horas en las negociaciones de Sharm el-Sheij, en el ámbito estrictamente regional costará a las autoridades israelíes recuperar complicidades con las principales potencias de Oriente Medio en el más que incierto escenario de la gobernación de Gaza a partir del fin de la posguerra. Además, se antoja lejana en estos momentos la perspectiva de un acuerdo de paz entre Israel y Arabia Saudí -la gran obsesión de Trump- habida cuenta de que Riad no contempla diálogo con Netanyahu hasta que no vea la luz el Estado palestino. Más lejano es aún el horizonte de una paz duradera entre israelíes y palestinos.