La escena es breve. Una joven avanza del brazo de su padre por un salón de lujo del Hotel Espinas Palace, en Teherán. Lleva un vestido blanco sin mangas y el pelo suelto. A su alrededor, otras mujeres también van sin velo. La cámara tiembla un instante antes de que la música suba y los invitados rompan a aplaudir.
No sería noticia fuera de Irán. Pero el padre de la novia es Ali Shamjani, exjefe del Consejo Supremo de Seguridad Nacional, asesor directo de Ali Jamenei y uno de los guardianes del código moral que obliga a más de 44 millones de mujeres a cubrirse. El vídeo, filtrado un año y medio después, ha incendiado al país.
“¡Bastardos, sigo vivo!”, respondió Shamjani en la red social X. Su arrogancia -más que su defensa- se ha convertido en símbolo de una élite criticada por en masa por predicar el sacrificio mientras vive con privilegios que nadie más posee.
حرامزادهها، من هنوز زندهام!
— علی شمخانی (@alishamkhani_ir) October 20, 2025
La represión en nombre del velo
El escándalo ha coincidido con un nuevo endurecimiento de las normas sobre la vestimenta femenina. En las calles de Teherán, donde cada vez más mujeres caminan sin cubrirse, el régimen ha anunciado el despliegue de 80.000 voluntarios para vigilar la “disciplina social”. La medida, impulsada por la Sede de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio, supone la reactivación de una policía moral debilitada tras las protestas de 2022.
El movimiento Mujer, Vida, Libertad, que estalló tras la muerte de Mahsa Amini, cambió para siempre la relación entre las iraníes y el Estado. Pero el precio fue altísimo: cientos de muertos, miles de detenciones y una represión que hoy se mantiene bajo otras formas. El último informe de la ONU sobre Derechos Humanos en Irán denuncia que las autoridades “siguen aplicando nuevas restricciones para frenar los derechos de mujeres y niñas” y que “la persecución alcanza también a quienes las apoyaron”.

El poder y sus excepciones
Mientras los conservadores reclaman “restaurar el orden” y castigos ejemplares, las imágenes de la boda se han vuelto imposibles de borrar. En un país donde se castiga con prisión y latigazos a quien no usa velo, el vídeo muestra a la familia de un alto funcionario disfrutando de aquello que prohíbe.
Los más cercanos al régimen han tratado de justificarlo. Algunos hablan de un “complot israelí” destinado a dañar la reputación de Shamjani. Otros aseguran que la ceremonia era privada y que, por tanto, el código no se aplicaba. Pero ni siquiera entre los fieles del sistema esas explicaciones convencen y creen que ni los propios funcionarios creen en las leyes que defienden.

Las mujeres, entre el miedo y la desobediencia
El Gobierno reformista de Masud Pezeshkian ha evitado endurecer las sanciones por incumplir el hiyab, pero su margen es limitado. Los clérigos más influyentes presionan a diario para reinstaurar las penas. Algunos piden cárcel y otros la suspensión laboral para los funcionarios que atiendan a mujeres descubiertas.
La portavoz del Ejecutivo, Fatemeh Mohajerani, ha apelado a la libertad individual: “El hiyab no se puede imponer por la fuerza”. Su voz, sin embargo, suena aislada en un sistema diseñado para el control y donde la brecha entre las calles y el poder cada vez es más visible.
En Teherán, cada mechón de cabello es una declaración política. En los barrios del norte, las mujeres desafían el decreto con normalidad. En los del sur, el miedo sigue pesando. La distancia entre ambos mundos define hoy la fractura del país.
El velo del poder
El caso Shamjani no ha hecho más que confirmar lo evidente: que el régimen iraní castiga lo que practica en privado. En un Estado que convirtió el cuerpo femenino en campo de batalla ideológica, la boda de una joven sin velo no es una anécdota, sino una radiografía del poder. De momento, el vídeo no ha derribado al funcionario pero sí ha indignado a todo un país que se revela contra el poder impuesto cada vez con más frecuencia.