En el corazón de los Andes peruanos, un grupo de mujeres quechuas ha comenzado un proceso de sanación y liderazgo gracias a un proyecto de la organización Manos Unidas que combina atención psicológica, arte y cosmovisión andina.
La violencia psicológica -esa forma de maltrato que no deja marcas en la piel, pero sí en la autoestima- es una de las más comunes y menos reconocidas en todo el mundo. Naciones Unidas estima que 736 millones de mujeres han sufrido violencia física o sexual a lo largo de su vida, pero los datos sobre la violencia emocional siguen siendo fragmentarios. Pese a ello, los expertos coinciden en que se trata de una de las formas de abuso más extendidas y normalizadas.
En Perú, la situación es alarmante. Según un informe del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, más de 190.000 mujeres, niñas y adolescentes fueron víctimas de violencia de género —física, psicológica, sexual o económica— entre 2024 y abril de 2025. Frente a esa realidad, Manos Unidas y la Asociación Wayra pusieron en marcha en la provincia de Quispicanchi (Cusco) el proyecto “Recuperación psicoemocional y ejercicio de liderazgo de mujeres víctimas de violencia”, dirigido a mujeres rurales que han sufrido o están en riesgo de sufrir violencia psicológica.
En las comunidades andinas, los insultos, humillaciones, amenazas o el control emocional son a menudo considerados “problemas de pareja”. La psicóloga Norali Quispe, una de las terapeutas del proyecto, lo resume: “Desde Manos Unidas y la Asociación Wayra, queríamos poner el foco en la violencia psicológica. En esas tierras donde el quechua florece y la vida se siembra con esfuerzo, hay heridas que no se ven, pero duelen”.

El proyecto, implementado en los distritos de Urcos, Ocongate y Sullumayo, atendió a 53 mujeres, de las cuales el 45,8% completó satisfactoriamente su proceso terapéutico. Once de ellas se convirtieron en lideresas comunitarias, dispuestas a acompañar a otras mujeres en el mismo camino.
La responsable del proyecto en Manos Unidas, Mariana Ugarte, explica que el enfoque fue integral: “El proyecto incorporó un enfoque intercultural y artístico, priorizando el uso del quechua y metodologías adaptadas a mujeres rurales, fortaleciendo sus redes de apoyo y la consecución colectiva del Allin Kausay (buen vivir y armonía)”.
“A veces lo normalizamos”
El trabajo no se limitó a la atención individual. Manos Unidas también “trabajó capacitando a funcionarios como psicólogos y policías encargados de hacer peritaje psicológico y se hizo un diagnóstico sobre salud mental con el Instituto de Protección al Menor y Personas Vulnerables (IPMEP), identificando barreras estructurales, culturales y judiciales en la atención a víctimas de violencia psicológica”, señalan desde la entidad.
Gracias a esas alianzas con centros de salud mental, fiscalías, comisarías, escuelas y el Centro de Emergencia Mujer, el proyecto logró visibilizar una forma de violencia que durante años fue considerada un asunto doméstico sin consecuencias graves.
Detrás de las cifras hay historias personales. Una de ellas es la de Yessica Gutiérrez Palomino, lideresa de la comunidad de Salloc (Andahuayllas), quien participó en las terapias. “A veces no nos damos cuenta y a veces lo normalizamos, creemos que es normal todo”, confiesa. “Me decían que yo no podía, que no servía, que no hacía nada. Pero hoy en día veo que soy muy distinta y que puedo hacer muchas cosas”.

Durante once años, Yessica convivió con una pareja machista que le impidió ejercer su profesión de enfermería. “A veces las mujeres normalizamos todo. Si un varón dice ‘tú no haces nada’, nosotras decimos ‘sí, no he hecho nada’. Pero no es así. El trabajo en la casa es agotador y debemos compartirlo entre todos”.
Gracias al acompañamiento de Wayra, Yessica pudo liberarse del peso emocional que arrastraba: “A veces tenía heridas dentro del corazón que me estaban aplastando. Pero después entendí que no valía la pena seguir cargando con todo eso. Ahora me siento capaz y muy feliz de ser la mujer que siempre fui”.
De víctimas a lideresas
El proyecto no solo busca sanar, sino también transformar. Ana Melba Pinares Huanca, coordinadora del programa, y Karem Solange Farfán Torres, directora ejecutiva de Asociación Wayra, destacan que “la recuperación óptima de un total de 24 usuarias atendidas terapéuticamente representa un 45,8% del total de participantes y, por ende, historias de vida que nos recuerdan la importancia de combinar atención terapéutica con talleres grupales, arte y pertinencia cultural”.
Las mujeres que participaron reconocen un cambio profundo. Fortalecieron su autovaloración y definieron proyectos de vida que incluyen emprendimientos, empleos formales o participación política. Algunas incluso se han convertido en portavoces locales de los derechos de las mujeres y la salud mental. “Cuando una mujer empieza a ejercer liderazgo, sale de su dolor porque sabe que su historia puede acompañar a otras. Es más solidaria y presta orientación para que otras logren salir de la violencia”, explica el equipo.

Educación emocional como prevención
Uno de los ejes más poderosos del proyecto ha sido la educación emocional, que permite a las mujeres reconocer y nombrar sus emociones, establecer límites saludables y desafiar las creencias que perpetúan el abuso. “Trabajar en la elaboración de historias de violencia del pasado busca evitar la generación de escenarios de violencia similares a los que ellas vivieron”, subrayan desde la coordinación.
Esa educación también fortalece lo que las expertas llaman “capacidad de agencia”. En palabras de las responsables, “les permite tomar acciones sobre su propia vida apelando a sus recursos para generar alternativas de cambio”.
Pese a los recortes globales que afectan a las organizaciones que luchan contra la violencia de género (según ONU Mujeres, una de cada tres ha debido suspender programas por falta de financiación), Manos Unidas mantiene su compromiso. Solo en 2024, la ONG apoyó 82 proyectos por valor de más de ocho millones de euros, centrados en la prevención de la violencia, el liderazgo femenino y la salud mental.
“Me diría a mí misma: ‘Levántate y continúa, que la vida es muy hermosa para quedarnos en el lugar donde estás’”, concluye Yessica Gutiérrez, una de las víctimas.
Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.


