Un año después del juicio que sacudió a Francia, la abogada Béatrice Zavarro se mantiene firme en sus postulados. La letrada, que defendió a Dominique Pelicot en el proceso judicial en que se le culpaba de permitir que su mujer Gisele y violada por decenas de hombres, expresó que “nunca tuve dudas en defenderlo, ni un solo segundo”. Para ella, incluso los “monstruos” tienen derecho a una defensa judicial justa.
Zavarro era consciente que asumir este rol le provocaría aislamiento social y profesional, y que afrontaría críticas éticas por su controvertida decisión, especialmente por tratarse de una mujer que defiende a un acusado por brutales crímenes sexuales. Dejó claro que condenaba la gravedad de los actos cometidos por Pelicot, pero insiste en que el sistema judicial no debe negarle a nadie su derecho a la defensa.

Una periodista advirtió a la letrada: “Vamos a entrar en su vida con la misma brutalidad con la que vamos a salir de ella”. Mujeres de Francia y todo el mundo exigían explicaciones: nadie comprendía cómo Gisèle pudo ser drogada y violada durante cerca de una década, por 51 hombres aparentemente “normales” de su localidad y los aledaños, mientras ella yacía inconsciente. El caso se destapó cuando Dominique Pelicot fue cazado filmando a mujeres bajo las faldas en un supermercado. La investigación policial posterior reveló la magnitud del escándalo.
En un acto de enorme valentía, Gisèle Pelicot renunció a su anonimato y asistió a cara descubierta a los juicios, en un acto que la convirtió en símbolo de la lucha contra la violencia sexual. Su marido, con quien mantuvo una relación aparentemente cordial, también fue imputado por distribuir imágenes sexuales de su hija y de las esposas de sus hijos.
La abogada Zavarro defendió que el “caso Mazan” -localidad francesa donde ocurrieron los hechos- era un “paréntesis profesional en su vida”. Pero al terminar los juicios, que atrajeron una atención mediática sin precedentes, reconoció que tuvo la impresión de “vivir en una isla desierta”. La mujer, que se convirtió en abuela en pleno proceso judicial, organizó toda su vida en torno al juicio. “Todo parecía insípido, simple, y rutinario”, prosiguió.
En la calle o en un café, Zavarro ya no pasa desapercibida. Sus icónicas gafas rojas son detectadas al instante. Su experiencia profesional con el caso del “monstruo” la ha cambiado para siempre: ya no defiende a sus clientes del mismo modo. “Tomo más distancia. Simplificamos, vamos con más sabiduría, con menos énfasis, analizamos las cosas con más prudencia”, cuenta. Su testimonio quedó plasmado en el libro Defender lo indefendible.

Hay otros abogados que participaron en la defensa de los otros 50 acusados, que han quedado en segundo plano. Letrados consideran que hubo cierta “histeria” en torno al juicio y que Gisèle Pelicot pasó a ser un “icono”. No obstante, Zavarro fue la única que estuvo presente en todas las sesionas. “Yo tenía una vida antes, durante y después de Mazan”, asegura el abogado Louis Alain Lemaire, defensor de cuatro inculpados. Y prosigue: “para Francia, y hasta para parte del mundo, no existía nada antes de Mazan ni nada después. No ha sido mi caso en absoluto. Tenía otros asuntos que alegar. En mi carrera, he llevado casos iguales o más graves e importantes”.
El abogado Olivier Lantelme también se mantuvo a cierta distancia del proceso. En las audiencias clave que afectaban a su cliente, estuvo presente: en total, una treintena de días en el tribunal de Aviñón. “A pesar de todos mis esfuerzos, no lograba desconectar”, recuerda. Todas las noches, tras el juicio, regresaba en coche a Aix: era una hora de trayecto donde todas las emisoras hablaban de Pelicot. Cambiaba a música jazz. “Fue un juicio muy absorbente. En cuanto salía de la sala, todo me devolvía al proceso: la radio, las cenas con amigos, los colegas… era imposible escapar”.

Para el abogado Biscarrat, el juicio supuso su “desilusión definitiva”. “Mazan confirmó mis presentimientos sobre lo que se ha convertido la justicia. He visto que la emoción puede guiar la gestión de un caso. Salí más desencantado que antes”, considera. Por ello, piensa en dejar la toga y dedicarse a tiempo completo a sus viñedos. Maxime Tessier, que defendió a Joël Scouarnec, lamentó el suicidio de su cliente el pasado verano, y lo achaca a la presión mediática del caso.
Al otro lado de la barrera están Stéphane Babonneau y Antoine Camus, los dos abogados de Gisèle Pelicot. Ambos han tenido una carga de trabajo extraordinaria, así como reconocimientos por su labor. Pero dos semanas después del final del juicio, Babonneau defendió a un médico acusado de violación a un menor. Las vueltas que da el oficio. “Da la impresión de vivir tu propia historia desde fuera. Se ha convertido en cierta forma en una obra de ficción, pero una ficción que yo he vivido”, cuenta.

Ambos letrados reconocen que gracias a la “dignidad, la luz y el impulso vital” de Gisèle Pelicot, lograron soportar el proceso judicial y mediático”. Nuestra obsesión desde el primer día era que este juicio no destruyera más a Gisèle de lo que ya lo estaba. Lo conseguimos, entre los tres”, sostiene Camus.

Otros participantes, como la abogada Isabelle Crépin-Dehane, cree que todavía no se conocen todos los horrores sobre Dominique Pelicot. El expediente del caso hecha humo sobre su mesa. “Formo parte de los pocos iluminados que siguen trabajando en ello”, reconoce. En sus pesquisas ha descubierto la identidad de otras mujeres que habrían sido víctimas -como Gisèle Pelicot-, de hechos similares cometidos por sus maridos. Y predice nuevas revelaciones.

Todavía queda esclarecer la denuncia de Caroline Pelicot, que denunció a su padre por administración de sustancias psicoactivas y abuso sexual. En prisión, Dominique Pelicot solo recibe visitas de una persona: Beatriz Zavarro. Nadie más quiere verle. “Está muy preocupado por su estado de salud”, dice. En octubre, comparecerá como testigo en un nuevo juicio.