Tres días después del fracaso, el viernes 15 de agosto, de la cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska, destinada a encontrar una salida a la guerra en Ucrania, este lunes por la tarde tuvo lugar en Washington un nuevo encuentro entre el presidente estadounidense y Zelenski, acompañado por la mayoría de sus aliados.
Donald Trump se reunió primero con Zelenski durante unas decenas de minutos. Antes de su encuentro, el magnate republicano subrayó que Estados Unidos se implicaría en la seguridad de Ucrania, al tiempo que reiteraba su deseo de organizar una reunión a tres bandas con Putin; Trump agradeció al inquilino de la Casa Blanca sus esfuerzos en pro de la paz.
A continuación, los dirigentes europeos se unieron a los presidentes estadounidense y ucraniano. Tras una secuencia sin precedentes al comienzo de la reunión, filmada en directo, se retiraron para entablar negociaciones de duración desconocida.
A falta de un alto el fuego, Putin habría propuesto en la cumbre de Alaska que Ucrania entregue todo el Donbás (que el Ejército ruso ya ocupa en gran parte) a cambio de una “congelación” del frente en las regiones de Zaporiyia y Jersón, más al sur.

Mientras Donald Trump humillaba públicamente al jefe de Estado ucraniano en una reunión en Washington en febrero, los europeos han decidido acompañarle esta vez. Su presencia pretendía evitar que Zelenski vuelva a quedar aislado del Gobierno estadounidense y demostrar que Ucrania no negocia sola.
¿Por qué insistió Europa en estar representada? En primer lugar, porque no quiere que se imponga la paz. En las capitales europeas, el principio rector está claro: Moscú y Washington no deben establecer por su cuenta las condiciones para la paz en Ucrania. Lo que está en juego es tanto una cuestión de principios como el futuro del país. Pero más allá de la cuestión ucraniana, los europeos también temen un desafío duradero al derecho internacional. Un compromiso chapucero significaría el regreso a una época en la que se invade al vecino, se le arrebata el territorio y luego se ratifica diplomáticamente. Este principio es tanto más delicado cuanto que el presidente estadounidense relanzó en julio la idea de un intercambio de territorios, sugiriendo a Zelenski la cesión del Donbás como condición para un acuerdo. Para el presidente estadounidense, “no se trata” de que Ucrania recupere Crimea, anexionada en 2014, ni de que se incorpore a la OTAN.

Al estar en la Casa Blanca, Europa también pretende influir en las negociaciones. Al viajar a Washington, la delegación europea también quería preguntar a Donald Trump en qué medida piensa participar en las garantías de seguridad dadas a Ucrania. En particular, los europeos querían reiterar que no es deseable que las cuestiones de seguridad en Europa se negocien sin su participación. Su presencia pretendía evitar la marginación del Viejo Continente, tanto militar como diplomáticamente. Es una forma de decir a Washington: estamos aquí, no nos dejarán de lado. En efecto, si Europa acepta que Rusia dicte sus condiciones en Ucrania, se condena a sí misma a una subordinación estratégica durante las próximas décadas.
Al participar en las negociaciones desde la Casa Blanca, los europeos también quieren recordar su implicación en la guerra de Ucrania. Desde 2022, países como Alemania, Polonia y Francia se han comprometido a aumentos sin precedentes de sus presupuestos de defensa. El esfuerzo colectivo europeo es considerable. Europa también quiere que Kiev obtenga garantías de seguridad más claras. La cuestión de las garantías de seguridad para Kiev también está en el centro de las discusiones que preocupan a los europeos.

Trump había planteado la posibilidad de un mecanismo inspirado en el artículo 5 de la OTAN, según el cual un ataque contra un miembro equivale a un ataque contra todos. No se dieron detalles sobre cómo podría aplicarse esa protección. Si estas promesas no van acompañadas de mecanismos claros, corren el riesgo de ser ilusorias, como rara vez se han cumplido las amenazas de Donald Trump contra Moscú. En particular, la delegación europea teme que Washington se contente con “trucos publicitarios” para justificar un compromiso que ya se está negociando con Moscú.
Esta necesidad de garantías claras también puede explicarse por el doloroso recuerdo del Memorándum de Budapest, firmado en 1994. En aquel momento, Ucrania aceptó renunciar a su arsenal nuclear a cambio de que Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos reconocieran su soberanía. Este acuerdo no impidió a Moscú lanzar su ofensiva menos de veinte años después.

Así pues, la presencia colectiva en Washington tenía como objetivo “obtener detalles precisos” sobre la naturaleza de las garantías americanas y evitar que no fueran más que un escaparate diplomático destinado a garantizar la aceptación de un compromiso desequilibrado. Mientras Europa no pueda hablar directamente con las dos partes, seguirá dependiendo de Estados Unidos, sobre todo para obtener cierta información crucial sobre el acuerdo de paz.
La demostración de fuerza de los europeos en Washington oculta diferencias persistentes entre los Estados miembros. El Reino Unido y Polonia presionan para que se preste más ayuda a Kiev, pero Italia y Hungría se contienen, por temor a una escalada. Hay tensión entre los Estados que quieren contener a Rusia y los que favorecen una forma de acomodación. Mientras persista esta contradicción, la Unión aparecerá como un actor dividido. Estas divisiones explican la necesidad de que los europeos presenten un frente unido a Washington, en un momento en que Rusia y Estados Unidos juegan con su acercamiento. Si Europa quiere ser creíble, debe superar sus contradicciones internas. Además, Europa seguirá estando en una posición débil mientras sea incapaz de intercambiar puntos de vista con Rusia.
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