Opinión

La sabiduría de Maruja Mallo

Maruja Mallo
Ángeles Caso
Actualizado: h
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Recuerdo haberme cruzado alguna vez con Maruja Mallo en el Madrid de finales de los 80. No hacía mucho que había regresado del exilio, y era una anciana animosa a la que podías tropezarte a menudo en lugares como el café del Círculo de Bellas Artes. Ella era la gran Maruja Mallo, pintora de la vanguardia y víctima, cómo no, del franquismo. Yo, una joven historiadora del arte —aunque me dedicara a otras actividades— llena de prejuicios, que la consideraba “tan solo” una artista más del movimiento surrealista. Y el movimiento surrealista, con su tendencia a lo comercial, me interesaba muy poco.

El tiempo, cuando pasa para bien, suele volvernos más humildes y arrancarnos las ideas preconcebidas. He aprendido en estos años que el surrealismo fue mucho más interesante de lo que yo pensaba entonces, aunque algunos de sus representantes terminasen siendo efectivamente creadores de banalidades. Que acogió en su seno a muchas artistas, mujeres que encontraron ahí un espacio visual en el cual pudieron representar sus obsesiones y que, bravías y libérrimas, jamás se dejaron fagocitar por sus compañeros, por mucho que ellos lo intentaran. Los nombres de Remedios Varo, Leonora Carrington, Dora Maar, Claude Cahun, Lee Miller y tantas otras brillan con luz propia en ese universo.

Pero también fui comprendiendo, a medida que se iba investigando sobre Maruja Mallo y se podía contemplar su obra olvidada durante tanto tiempo, que, en realidad, ella nunca fue parte de ese movimiento. Lo observó, estuvo cerca de él en algunos momentos, vivió un tiempo en París relacionándose con aquel círculo, pero su figura artística es mucho más amplia y no cabe bajo una etiqueta única, más allá de la de vanguardista.

Ayer mismo, mientras visitaba la magnífica exposición que el Centro Botín de Santander le dedica estos meses, he vuelto a encontrarme con ella. La muestra recoge varias decenas de obras que cubren toda la experiencia artística de Mallo, desde sus comienzos en los años 20 hasta sus últimas creaciones en los 80, y permiten contemplarla con admiración y emocionarse ante ese desarrollo tan lleno de hallazgos.

Maruja fue una de las personas más relevantes del grupo que luego se ha llamado de una manera extensa la generación del 27, aquellos —y aquellas— poetas, escritores y artistas que con su talento y su energía empujaron a España hacia una inesperada y rápida modernidad. Federico García Lorca, María Zambrano, Rafel Alberti, Victorina Durán, Miguel Hernández, María Teresa León, Luis Buñuel, Piti Bartolozzi, Luis Cernuda, Elena Fortún, tantos jóvenes radicales en lo artístico y entusiastas en lo vital que llenaron de alegría y de creatividad las calles, las aulas, los escenarios y los cafés de los años 20 y parte de los 30.

Los cuadros más vitalistas de Maruja Mallo proceden de esa época. Son los cinco óleos que conforman su serie sobre las verbenas populares y que se exhiben juntos por primera vez en Santander desde su creación. Esas obras extraordinarias son una explosión de alegría, pasión por la vida y sentido del humor. Reflejan los sueños individuales y colectivos de aquella generación de españoles que creyó que podía construir un país mejor, más justo, más culto, más libre, poblado por mujeres que, como las que aparecen en los lienzos de la pintora, corren llenas de felicidad y autoconsciencia.

Las Verbenas son el espejo de la mejor España. Por desdicha, al seguir de manera cronológica la vida de Maruja Mallo en las salas del Centro Botín, no puedes evitar sentir un ataque de melancolía y rabia: ella, que como la mayor parte de sus compañeros apoyó la República y participó en la impresionante tarea de las Misiones Pedagógicas que llevaron el arte y la cultura a pueblos remotos, vivió la siniestra fractura que supuso para todo aquel proyecto el golpe de estado de 1936 y tuvo que irse al exilio, pasando luego casi tres décadas en Latinoamérica y Estados Unidos. Muchas de sus amigas y amigos hicieron lo mismo, librándose así, aunque fuese a costa de la terrible lejanía, de la muerte o de la cárcel o del destino tan triste de las mujeres que se quedaron y tuvieron que silenciar sus voces y tirar sus pinceles a la basura porque el régimen franquista les exigió volver a casa y dedicarse en exclusiva a los maridos e hijos. Callarse y taparse los ojos.

A veces me pregunto si este país ha logrado superar del todo el vacío de talento humano que provocaron la guerra y el franquismo, dejándolo huérfano de quienes tanto tenían que aportar. Pero uno de los cuadros más hermosos de Maruja Mallo, también presente en la exposición, me devuelve la esperanza. Se titula Sorpresa del trigo, y lo realizó en 1936, cuando empezaba a estallar el horror. Una mujer sostiene en la mano izquierda unas semillas. De los dedos de la otra, surgen doradas y frescas las espigas de trigo. El esplendor de la vida imponiéndose siempre, aunque a veces nos cueste divisarlo. Ahora comprendo que aquella anciana que se paseaba por Madrid fue desde joven una mujer sabia, con la que yo no me detuve en su momento por ignorante.