Opinión

La “timba geopolítica” ya servida en Anchorage: Europa llega tarde y el Derecho Internacional se queda fuera

UCrania
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Después del encuentro celebrado el viernes en Anchorage (Alaska) entre Donald Trump y Vladimir Putin, este lunes ha sido el turno de Volodimir Zelenski. A esta cita también han asistido el presidente de Finlandia, Alexander Stubb; el presidente de Francia, Emmanuel Macron; el canciller de Alemania, Friedrich Merz; la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni; el primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; y el secretario general de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), Mark Rutte. Todos ellos interrumpieron sus vacaciones de verano y se desplazaron a Washington con premura para participar en una reunión trascendental en la que se ha debatido –aunque eso sea quizá mucho decir– sobre el futuro de Ucrania.

Para comprender el alcance de la cita de este lunes, conviene subrayar algunas conclusiones esenciales que se desprenden del encuentro anterior en Alaska a fin de observar con claridad hasta qué punto uno es consecuencia del otro. Pues bien, aunque prima facie la cumbre Trump-Putin resultó infructuosa –ya que no se alcanzó acuerdo alguno que pusiera fin a la contienda bélica desatada entre Rusia y Ucrania en febrero del año 2022–, pueden extraerse ideas/observaciones interesantes que han marcado el rumbo de la reunión de esta semana. En primer lugar, es preciso subrayar que Putin, un personaje marginado y denostado tras la invasión orquestada en territorio ucraniano, ha vuelto a situarse en el centro del escenario internacional tras la breve entrevista mantenida con Trump hace apenas unos días. En definitiva, su estatus deteriorado durante más de tres años, marcado por un profundo aislamiento diplomático, ha sido restaurado de un plumazo. El mero hecho de haber sido recibido por el presidente estadounidense en calidad de interlocutor válido y, por lo tanto, en términos de igual a igual, proyecta una imagen de normalización que rompe con el cerco político que buena parte de occidente había tratado de imponer desde el 2022.

Las exigencias de Putin para el alto al fuego

En segundo lugar, con el transcurso de los días, la información sobre lo discutido por Trump y Putin fue filtrándose –aunque fuera a cuentagotas– hasta el punto de concluir que su conversación no fue tan superficial ni tan irrelevante como pudo haberse pensado en un primer momento. Así pues, al poco tiempo, Washington sostenía que aún existía margen de maniobra para acercar posiciones entre las partes beligerantes. Concretamente, el dirigente estadounidense afirmaba que la paz era posible y que ésta dependía únicamente de Zelenski. Asimismo, subrayaba que tanto la devolución de Crimea como la adhesión de Ucrania a la OTAN estaban fuera de la mesa de negociación. Asimismo, Moscú planteaba la posibilidad de acordar un alto al fuego en el caso de que Ucrania accediera a entregar la región del Donbás. Un enclave, por cierto, reclamado desde hace más de una década.

Trump
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, posan en Anchorage, Alaska
Efe

Así pues, en este delicado contexto en el que las exigencias rusas estaban ya claramente delimitadas y se percibía un respaldo inequívoco por parte de Estados Unidos a favor de todas ellas, tuvo lugar el encuentro entre los líderes europeos y Trump. A la luz de lo expuesto, no sorprende en exceso advertir que los primeros cancelaran sus planes y acudieran con urgencia a la cita prevista en la Casa Blanca. El propósito principal era contrarrestar los planteamientos de Moscú y, al mismo tiempo, moderar la postura favorable de Washington hacia una de las partes del conflicto. Sin embargo, la “timba” ya había comenzado sin Zelenski y sin los dirigentes europeos. Todos ellos llegaron a una mesa de negociación en la que las cartas ya estaban echadas. Por tanto, el quid de la cuestión del lunes consistía en escoger la combinación de “naipes” menos perjudicial para Zelenski y, por extensión, para Europa.

El Donbás como moneda de cambio

¿Cuál puede ser la jugada menos mala teniendo en cuenta que Rusia aspira a controlar la totalidad del Donbás como única condición posible para que Putin ponga fin a la guerra? ¿Qué puede hacer Ucrania al respecto teniendo en cuenta que en el citado enclave hay una población de 200.000 personas que siguen bajo el control de Kiev? ¿Cómo negociar esta espinosa cuestión ante la constitución ucraniana que impide ceder territorios sin que medie el correspondiente referéndum? Parece difícil hallar una solución a semejante “embrollo”. Sin embargo, lo ocurrido en los últimos días sugiere que la clave para poner fin a la guerra podría consistir en ofrecer a Ucrania unas garantías de seguridad que la protejan de futuras invasiones. Esta idea –que parece ganar terreno– replicaría la lógica del artículo 5 del Tratado de la OTAN, el cual establece que un ataque contra cualquier miembro se considera un ataque contra todos. Trump está conforme con este planteamiento, a pesar de haber criticado a su predecesor por gastar miles de millones en defender a Ucrania. El secretario general de la OTAN también ha respaldado esta posible vía de solución. Y el propio Zelenski ha manifestado su disposición a reunirse con Putin y, quizás, aceptar este enfoque. Quién sabe. En todo caso, todo apunta a que se producirá un encuentro entre ambos líderes en un plazo relativamente corto que, muy posiblemente, cuente con la presencia de Trump.

Casa Blanca
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se reúne con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, en el Despacho Oval
Efe

Ante esta coyuntura, resulta penoso advertir de qué manera el Derecho Internacional está siendo pisoteado. Se está dejando de lado al artículo 2.4 de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas, el cual prohíbe a los Estados recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza en detrimento de la integridad territorial o la independencia política de cualquier país. Esta idea queda confirmada en la Resolución 2625 (XXV) de la Asamblea General de la ONU de 1970. En una línea muy similar, debe traerse a colación la Resolución 3314 (XXIX) de 1974 en la medida en que define la agresión como el uso de la fuerza armada por un Estado contra la soberanía, integridad territorial o independencia política de otro Estado. Esta definición refuerza la protección de la integridad territorial frente al uso ilegítimo de la fuerza. Consecuentemente, se están articulando negociaciones que ignoran premisas fundamentales del Derecho Internacional al promover una cesión territorial en el contexto de un conflicto armado y –lo que es más grave– en beneficio de una de las partes beligerantes. La normativa internacional no sólo prohíbe este tipo de acuerdos, sino que impone la resolución pacífica de las controversias y la protección de los derechos humanos de todas las personas y pueblos. Lo que está sucediendo, por tanto, es una inversión preocupante del orden jurídico internacional: se negocia en contra del Derecho Internacional, en lugar de a partir de él.

Un peligroso precedente

Aún hay más. La comunidad internacional observa con estupefacción que lo debatido por Trump y Putin hace unos días va en camino de convertirse en la hoja de ruta a seguir en relación con uno de los conflictos bélicos más relevantes del siglo XXI. Ambos líderes, representantes de dos grandes potencias, parecen decididos a moldear a su antojo y conveniencia el destino de Ucrania. El bilateralismo está desbancando al multilateralismo, con todos los riesgos que ello implica: la marginación del Derecho Internacional, la exclusión de actores clave como la propia Ucrania –que es la otra parte del conflicto– o Europa. Sin duda, estamos ante un escenario alarmante que amenaza con sentar un peligroso precedente en la resolución de conflictos futuros.