Opinión

Los que se alejan de Omelas

Gaza
Cristina López Barrios
Actualizado: h
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Leo que es el momento de la historia reciente donde hay más conflictos armados, pero que no tenemos esa sensación porque los algoritmos no quieren que nos demos cuenta de ello. Me inquieta la noticia, el post de Instagram, más bien. ¿Será cierto? Tengo que estar más en el mundo, me reprocho, leer más el periódico, los periódicos, escuchar las noticias —no tengo televisión, la aborrezco por traumas diversos—. Efectivamente, tras una búsqueda rápida en internet encuentro la noticia en el diario inglés The Times: el 2024 hubo más conflictos armados que ningún otro año desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. 61 en total, de los cuales 11 se consideran guerras al causar más de 1.000 muertos al año. ¿Qué nos están haciendo los algoritmos? Me pregunto, ¿quién los controla? ¿Qué pretenden con ello? Por un instante, me siento un tanto paranoica, como en aquella película interpretada por Mel Gibson y Julia Roberts donde él veía conspiraciones hasta debajo de la cama —que por cierto luego eran verdaderas—.

Gaza y la tragedia humanitaria que allí se está viviendo es el primero que me viene a la cabeza. Después Ucrania, un conflicto en suelo europeo al que parece que nos hemos acostumbrado. Del resto, poco sé o nada.

Si el fin sigue justificando los medios empleados, medios que pasan por la violencia y  la crueldad, no hemos aprendido gran cosa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y eso que parece que el universo nos está hablando. Solo hace unos días, el pasado 6 de agosto, ha sido noticia el 80 aniversario de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Otro horror donde la mayoría de las víctimas fueron población civil. Si el fin sigue justificando los medios poco nos hemos civilizado desde entonces, si acaso nos hemos vuelto más sofisticados a la hora de justificar la violencia. Parece que hoy la batalla primero se libra en la narrativa, en el branding político, hay que dominar el relato, ahí está el principio del poder. Es ese llamado soft power tan de nuestra época, seduce y emociona, pero que en muchas ocasiones se ejerce junto al hard power que mata.

Esta semana no se me va de la cabeza un relato de la escritora americana Úrsula K. Le Guin, cuya lectura les recomiendo, ahora que también estamos en época de recomendaciones para playa, piscina o noches calurosas. Ella fue una abanderada del género fantástico, lo puso en el lugar que le correspondía en cuanto a calidad literaria se refiere. No se trataba de un género menor, ni mucho menos, de hecho, como alegaba también otro maestro del género, Julio Cortázar, el fantástico es el mejor de ellos para reflejar la realidad, para criticarla, para denunciarla, para preguntarse cómo podría ser mejor o a dónde nos lleva. El relato de Úrsula K. Le Guin en cuestión tiene el título Los que se alejan de Omelas. En él se cuenta que toda la felicidad y la belleza de la ciudad de Omelas, una ciudad sin rey, sin esclavos, sin apenas leyes, depende de la desdicha de un solo ser, un niño que permanece, sucio y hambriento, en una celda. Cuando los ciudadanos crecen y descubren el secreto de la perfección de su ciudad, la mayoría vuelve a su vida, aceptando el pacto. Omelas no podría subsistir como lo hace si se liberase al niño. Otros, incapaces de convivir con esa verdad, la abandonan. Recuerdo el impacto que me produjo este cuento la primera vez que lo leí: la claridad con la que muestra nuestra facilidad para mirar hacia otro lado, la inacción ante el dolor ajeno. A veces leer es el primer paso para burlar el algoritmo. Es empezar a hacerse preguntas. Es empezar a irse.