Los medios han sido inundados por un tsunami de suculentos y sulfúricos mensajes que se intercambiaron el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el exministro de Transportes y secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos. En estos, el macho alfa de la Moncloa llama “petardo” a Lambán y le ordena a su mano derecha que, junto a Santos Cerdán, le dé “un toque” a Page para que deje “de tocar los cojones”, y constata, en plena absorción sanchista de la federación socialista andaluza, que Susana Díaz “sí que está jodida”.
Díaz, trianera, hija de fontanero y de ama de casa, bética y excatequista, socialista de Juventudes, reivindicaba el botellón cuando era concejal de Juventud y Empleo en el Ayuntamiento de Sevilla: “Que beba en la calle todo el que quiera hacerlo. Estoy en contra de los guetos”. Diputada en el Congreso, en el Parlamento andaluz, senadora y consejera de Presidencia, sucedió a José Antonio Griñán en el liderazgo del Ejecutivo andaluz. El 2 de diciembre de 2018, ganando las elecciones, puso fin a 36 años de “régimen socialista andaluz”, cuando el popular Juanma Moreno pactó con PP y Vox.
La enemistad de Sánchez con la Felipona –el apodo se lo puso el maestro Raúl del Pozo– se remonta a la noche de los tiempos. En 2014, la andaluza apoyó al madrileño contra Madina, si bien, tal y como declaraba su núcleo cercano, decía que el actual líder del Ejecutivo “no tiene fondo político para ser secretario general” ni “el nivel necesario”. Pidió abiertamente su cabeza en el comité federal del 1 de octubre de 2016, en el que Sánchez dimitió tras constatar que estaba en minoría.
Sin embargo, este tornóse ave fénix y resucitó arrollando en las primarias del 21 de mayo de 2017, con el 50,21% de los votos frente al 39,94% de su principal rival y el 9,85% de Patxi López, ahora portavoz de Gobierno, escudero fiel, quien nos descubrió a Begoña Gómez como “presidenta”.
Sánchez y el cloruro de sodio
La costumbre de maldecir con sal una ciudad destruida ya la practicaban los hititas y los asirios. Se cuenta que, cuando Escipión Emiliano destruyó Cartago en el 146 a.C., cubrió la ciudad púnica de sal para que nada más creciera en ella. Sánchez ha sido menos explícito, de cara a la galería, que el militar romano, pero, desde que manda, y cómo manda, tanto en España como en su partido, no ha hecho otra cosa que cubrir con montañas de cloruro de sodio a la expresidenta andaluza, que desarrolla su ostracismo en el Senado y vierte sus opiniones como tertuliana en algunos programas de televisión. Opiniones de un socialismo que no es de este mundo –del de Ferraz, quiere decirse–.
Los periodistas Juanma Lamet y Esteban Urreiztieta han revelado en El Mundo –enhorabuena, compañeros– que, el 23 de agosto, Sánchez le pidió al omnipotente Ábalos que le dijera a la entonces vicesecretaria general, Adriana Lastra, que no aupara la candidatura de Felipe Sicilia a las primeras del PSOE en Andalucía.
El exnovio de Yésica le reenvió un mensaje de un socialista andaluz en el que señalaba que “Andalucía está por el cambio” y que había que amortizar a Díaz “por la propia supervivencia del partido”. Poco después, Sánchez la evita y la deriva a Ábalos. El 6 de noviembre, Ábalos le cuenta que el susanista Juan Cornejo le dijo a Cerdán “que somos unos hijos de puta”. Cuando Juan Espadas arrasa en las primarias andaluzas, el presidente manda la citada guinda, del calibre 22: “La otra, Susana, sí que está jodida”.
Y jodida sigue, la mujer, tal y como ha contado este lunes en Onda Cero: “Para mí ha sido muy doloroso y yo creo que todo el mundo sabe que mi lealtad al PSOE es inquebrantable, pero eso no impide que pueda manifestar libremente mi posición y las cosas en las que creo”. A Díaz, que pudo ser la mujer más poderosa del Ejecutivo patrio, le temblaba la voz y le asomaban las lágrimas recordando, humana, que sufrió “muchísimo en esa época porque fueron tres años muy duros, muy duros”: “Volver a revivir aquello basado además solo en la discrepancia en un modelo de partido es muy doloroso”. Los acólitos de Sánchez, tanto políticos como mediáticos, no paran de quitarle hierro al asunto. Normal, de algo tienen que vivir.