“Eso no me gusta”: qué hacer si tu hijo rechaza ciertos alimentos

Ni imponer ni negociar. Hay maneras más efectivas de sentar las bases de una buena relación con la comida. El drama, por el contrario, puede ser la antesala de un trastorno de alimentación

Hasta que no termines el plato, no te levantas de la mesa”. ¿Cuántas veces escuchamos esta frase de niños y cuántas la usamos ahora con nuestros hijos, a pesar de que juramos que nunca la repetiríamos? Es una de esas cosas que se almacenan en la memoria y salen automáticas al enfrentarnos a una situación similar. Pero seamos sinceros, ¿quién no ha detestado o detesta un alimento? ¿O todos fuimos niños modélicos que nos tomábamos las acelgas sin rechistar?

En los hogares de los setenta, por ejemplo, el motivo habitual de disputa a la hora de comer eran los filetes de hígado, “¡Otra vez veneno! ¡No, por favor!”, gimoteábamos al punto de la náusea. De nuevo, otra retahíla de esas frases hechas que han terminado moldeándonos como madres: “Piensa en los niños que no tienen qué comer” o “Te lo comes y punto”. ¿Resultado? Quien esto escribe hoy no toma ni hígado ni ninguna otra carne. Y, por cierto, no andábamos mal encaminados: este alimento dejó de ser habitual en la alimentación infantil por el riesgo de toxicidad.

Es difícil encontrar ese sensato equilibrio entre la necesidad de garantizar una dieta equilibrada, el capricho del niño o la paciencia para que desde pequeños vayan descubriendo sabores y tomándole el gusto a esas comidas que, de una forma natural o aprendida, despiertan cierto rechazo. Belén Rubio, dietista de la clínica de nutrición Alimmenta, de Barcelona, nos echa una mano.

Nos aclara, antes de nada, que algunos alimentos que rechazamos casi de una manera innata, como las acelgas o espinacas, no deberían consumirse, según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, antes del año, por su alto contenido en nitratos y oxalatos. De 1 a 3 años, máximo una vez a la semana y en cantidades pequeñas. A partir de ahí, recomienda no insistir con alimentos que no gustan. “En su lugar, se puede aprovechar y ofrecer otros alimentos. Tenemos la suerte de vivir en un país con una gran variedad de verduras, frutas y otros alimentos”.

¿Eso significa no volver a ofrecer el alimento que ha rechazado? “Para nada -responde Rubio-. Se puede ir ofreciendo cada cierto tiempo en pequeñas cantidades, cortado en trocitos pequeños, integrado en una crema de verduras o cocinado de diferentes maneras: en crudo, cocido al dente para que esté crujiente…”. En ningún caso, según nos aconseja, deberíamos servir el mismo alimento de la misma manera una y otra vez, hasta que se lo coma sin ganas o incluso a la fuerza.

Sobre todo, nada de dramas. “Es importante que los pequeños perciban el momento de la comida como un momento agradable, en familia, un momento que les apetezca, en el que prueban alimentos diferentes y también otros que ya conocen y de los que disfrutan. Tiene que ser un momento relajado”, explica.

Pero llega la edad de la negociación, esa en la que, más que pactar, unos y otros tratan de ponerse entre la espada y la pared recurriendo al chantaje, una conducta nada aconsejable si lo que queremos es un desarrollo emocional sano y una buena relación con la comida. En lugar de negociar ofreciendo algo “a cambio de”, Rubio recomienda dejar al niño que participe en la preparación del menú y en la compra de los alimentos. “Se le puede explicar que es importante comer verduras en todas las comidas y cenas, pero que hay muchísimas y puede ver cuáles le apetecen”.

Quizá zanahoria en rodajas, cuscús de brócoli, una crema de calabacín con trocitos de pan tostado o una ensalada con tomate y queso. Existen formas muy apetitosas de introducir la verdura y hacerles partícipes es la mejor estrategia. “Es verdad -advierte Rubio- que hace falta un poquito de tiempo y organización, pero comportará muchos beneficios: disfrutarán más de la comida, irán entendiendo las elecciones y aprenderán a preparar menús equilibrados, al tiempo que se sentirán valorados”.

Siguiendo su consejo, descartamos, pues, la palabra “negociar”, puesto que no hará más que perpetuar ese alimento que no le gusta como algo malo que solo se comerá “a cambio de”. Para evitar el rechazo, la dietista ve más interesante ofrecer los alimentos nuevos en una pequeña cantidad, como una pequeña tapa, junto a otros alimentos que ya sabes que le gustan. “Si ves que lo rechaza, es mejor no insistir y no habrá demasiado problema porque habrá poquita cantidad. Si le gusta, otro día puedes servir un poquito más. Si lo rechaza, puedes probar otro día, en una o dos semanas, nuevamente sin servir mucha cantidad”.

Pero no olvidemos que hay niños que, ya desde pequeños, son muy cabezotas. ¿Cómo actuar si lo sigue rechazando? “Es mejor no darle importancia e ir probando cada cierto tiempo, sirviendo poquita cantidad y como comentaba, usando diferentes presentaciones y tipos de textura y cocción”.

Sobre todo, hay que ir con cautela. Nuestra falta de flexibilidad puede ser, según nos confirma la experta, la antesala de una relación conflictiva con la comida que acabe derivando en un trastorno de alimentación. “La comida no debe ser ni premio, ni castigo. Por prevenir posibles trastornos, pero también porque esos niños recuerden los momentos alrededor de la mesa como momentos distendidos, buenos momentos en familia”.

Los niños, igual que los adultos, regulan de manera natural su sensación de hambre y saciedad. “Hay que darles unos horarios regulares y los alimentos que hemos preparado, pero sin negociar y sin obligar a comer de más, a acabarse el plato o a comer un alimento con un sabor que su paladar aún no disfruta. Si convertimos el momento de comer, de manera sistemática, en un momento de tensión, ese niño o niña, en el futuro, tendrá más números de comer emocionalmente, por estrés o ansiedad. Como madres o padres tenemos la obligación de sembrar una buena relación con la comida”.

Rubio nos recuerda que comemos de tres veces a cinco veces al día. Esos tres o cinco momentos diarios se pueden convertir en un momento relajado y de disfrute o todo lo contrario. “Si arrastras manías porque te obligaron a comer muchos alimentos, te verás más condicionado y con menos opciones para elegir. Y si arrastras una mala relación, directamente puede que entres en el bucle de castigarte no comiendo y en otros momentos hacer atracones de comida sin ningún control”.

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