Por estas fechas, hace nueve años, Patrick Nogueira barruntaba cómo asesinar a sus tíos y sus dos primos pequeños. Planificaba incluso las posibles coartadas, como más tarde descubrió la Guardia Civil. El crimen cometido en Pioz, Guadalajara, es todavía hoy uno de los más cruentos cometidos en las últimas décadas en nuestro país. Víctimas y asesino eran brasileños. A los primeros se les pudo enterrar en Brasil, en el cementerio de João Pessoa, pero el culpable fue finalmente detenido en el aeropuerto de Madrid y juzgado en la Audiencia provincial de Guadalajara. A día de hoy, Patrick es el preso con la mayor condena impuesta en España. Le cayeron tres penas de prisión permanente revisable. Como mínimo, saldrá en 25 años, ya con 50.
Patrick tenía 19 años cuando cometió el cuádruple crimen, el 17 de agosto de 2016. Sus víctimas, cuyos cuerpos sin vida no se localizaron hasta un mes más tarde, metidos en seis bolsas de basura arrinconadas en una esquina del salón familiar, tenían 39, tres y un años. A los adultos, sus tíos Marcos y Janaína, los descuartizó. A sus primos David y María Carolina, no. El forense que realizó la autopsia aún recuerda el impacto que le causó ver los rizos de la niña, tan parecidos a los de su hija de edad similar. El niño aún llevaba puesto el pañal.
“Los niños empezaron a gritar. Fue divertido porque los niños no corrieron. Sólo se quedaron agarrados”. Es la gráfica descripción que hizo el asesino del comportamiento de los menores al ver a su primo mayor -con el que habían convivido y jugado- degollar a su madre. Janaína fregaba los platos en la cocina de casa, donde ese día Patrick se presentó por sorpresa. Nadie lo esperaba. Llevaban semanas sin saber de él, desde que se mudaron al chalet de Pioz, al 594 de la urbanización La Arboleda. A posteriori serviría para dar nombre a la operación policial; ‘Arvoreda’, en portugués. Hasta allí viajó en línea de autobús regular el asesino. Con dos cajas de pizza, a modo de cortesía impostada. En la mochila ocultaba sus auténticas intenciones criminales: guantes, bolsas de basura, cinta de embalar y una tijera de podar. Sin embargo, el arma del crimen, como tal, nunca apareció. Por mucho que los agentes peinaron los alrededores.

Tampoco Patrick reveló qué hizo con ella. Ni ese ni otros detalles del crimen. En realidad, contó poco. Recurrió al olvido y a las lagunas mentales, fruto de una supuesta ira intempestiva con la que buscó esquivar la premeditación. No lo logró. Pese a que guardó silencio al ser detenido y en la reconstrucción en el escenario del crimen, donde escenificó el “no recuerdo” de forma permanente. Aún cuando quedaban señales del crimen incluso en el aire que respiraban. Sólo en el juicio se prestó a simular el momento en que apuñaló a su tía, recurriendo a la traductora como figurante, ante el espanto de la misma y de una sala judicial sobrecogida por la recreación. Entre los presentes, además de estudiantes de derecho y la periodista que firma estas líneas, estaban algunos familiares de las víctimas. De Janaína, su tía política; y de Marcos, su tío carnal. Ambos lo acogieron sin dudarlo cuando Patrick se empeñó en cumplir su sueño de convertirse en una celebridad del fútbol europeo. Sin éxito, por supuesto. La carrera de Derecho, que dejó sin acabar en Brasil, la retomó al entrar en la prisión de Soto del Real. Un clásico.
Todo lo que nunca quiso contar terminó por descubrirse gracias al llamado “chat del horror”. Porque Patrick tuvo un confidente, su mejor amigo Marvin Henriques, de 16 años. La conversación que mantuvo con el asesino fue clave para rellenar los vacíos. No tanto a nivel policial y judicial, pues había pruebas suficientes contra él, como el ADN hallado en las bolsas de basura. Sino para, de alguna manera, poder hilar su secuencia criminal y desmontar esa coartada suya de ira sobrevenida sin control, fuera de sí. Algo que no cuadró con lo que le fue contando a su amigo, por WhatsApp, casi en tiempo real. Marvin lo leyó a más de 6.000 kilómetros de distancia, con el Atlántico de por medio.

En la primera conexión, pues contactaron tres veces durante esas horas de saña criminal, Patrick ya había matado a tres de sus cuatro víctimas. Asesinada su tía y los niños, aguardó impaciente la llegada de su tío: “Comeré después de derribarlo. Lo dejaré desangrándose y me haré un atún con pan. Porque me lo merezco después de este día de retardados”. Esto, Marvin no sólo lo leyó sin inmutarse, sino que además rió a carcajadas: “Jajajajajajaja. Ten cuidado que con el hambre no te desmayes y no puedas acabar con la víctima”, le alertó en lugar de alertar de inmediato a la policía. Nunca lo denunció. Ni a lo largo de la conversación por chat ni después. Ni tan siquiera al recibir ocho fotos del crimen, que a él le pillaron cenando en Brasil. En las ocho muestras del horror, se veía al asesino posando con sus trofeos. En una de ellas, únicamente su torso ensangrentado. Marvin vio, leyó y calló hasta ser demasiado tarde. Terminó detenido y preso, en calidad de cómplice virtual. Aunque la justicia brasileña no halló una figura penal con la que poder encausarle y lo absolvieron. Algo que quienes investigaron el caso en España resultó inconcebible.
Hijo de un conocido político brasileño, Marvin admiraba a Patrick. ”Lo adoraba”, especificaron amigos en común. Un encandilamiento inexplicable al observar el “chat del horror”, pero que incluso ha tenido su derivada después con el joven asesino en prisión. Como ya pasó con Miguel Carcaño (asesino confeso de Marta del Castillo) o José Rabadán, que sesgó la vida de su padre y su hermano con una catana, o el más reciente Daniel Sancho (preso en Tailandia), Patrick también ha recibido cartas de admiradoras estando encarcelado. Todas explicadas por esa extraña parafilia denominada hibristofilia que supone que algunas personas se sientan atraídas por determinados criminales. Aunque más allá, de Nogueira no ha trascendido que tenga pareja entre rejas. La supuesta novia que tenía en Brasil cuando sucedieron los hechos resultó no ser tal. Al menos para él, que hasta se mofó al decirle ella que aguardaría su puesta en libertad.

Los investigadores de la Guardia Civil sí especularon con que pudiera tener una relación romántica, más que sexual, con Marvin. Pero ninguno de los dos implicados lo corroboró. Aunque sí descartó cualquier contacto íntimo con su tía. Que la matase en primer lugar fue una estrategia criminal. Lo que nunca se ha podido confirmar es si su tío y última víctima llegó a ser consciente antes de morir a manos de su sobrino que este había asesinado también a toda su familia. “Viejo, hay sangre por todas partes”, le escribió a Marvin en su penúltima conexión. Casi diez años después, en el chat familiar de los Nogueira, en el que están el resto de tíos, la abuela, y más primos, tácitamente no se habla de la oveja negra. Un monstruo cuya defensa alegó en el juicio que mató porque tenía “el cerebro como un queso gruyere”: agujereado. Hecho que no convenció al jurado. Por unanimidad, lo declararon culpable.