Le llaman Hello Kitty. El alias, tomado de un tatuaje infantil en su piel, contrasta con la violencia de su historia. María Elena, 50 años, cumple condena por tres homicidios. Pero para entender cómo una niña marcada por abusos se convirtió en asesina, hay que retroceder al origen: un hogar que nunca fue refugio.
A los diez años denunció que su hermano mayor la abusaba. Nadie la creyó. “Vivía abusos constantes en mi casa…y mi madre no me creyó”, confesó décadas después en un podcast. Esa noche huyó sin mirar atrás.
Cinco hombres la violaron, la golpearon y la dejaron encerrada
La calle fue su maestra. A los 11 años terminó en un hogar social, donde un hombre de 31 años se convirtió en su pareja. A los 13 se quedó embarazada. El bebé nació prematuro y murió a los pocos meses.
La tragedia se volvió rutina en la vida de Maria Elena: el padre de su pareja la violó. Y de nuevo terminó en la calle, donde se inició en la prostitución.
María Elena se reinventó a golpe de necesidad: entrenadora de perros, auxiliar veterinaria, enfermera improvisada. “Trabajé de todo un poco para salir adelante, pero no pude abandonar la prostitución, los trabajos eran precarios” recuerda.
Una noche un cliente la llevó a una casa. No era un servicio habitual: era una trampa. Cinco hombres la violaron, la golpearon y la dejaron encerrada, sin agua ni comida. En medio de la pesadilla lanzó una advertencia helada: “Si me dejáis viva, os mato”.
Sobrevivió y logró escapar. Pero cuando acudió a la policía, su palabra no valió nada. Era trabajadora sexual y nadie movió un dedo. Fue entonces cuando decidió hacer justicia por su cuenta.

Contactó al periodista Jorge Garralda, quien la ayudó a rastrear la casa donde todo sucedió. Era un punto de trata de personas. Vigiló la vivienda día y noche, hasta que un día reconoció a uno de sus agresores. Llamó a la puerta. Y cuando el hombre le abrió, Maria Elena le clavó un puñal.
El círculo de venganza no terminó ahí. Tiempo después reconoció a otros dos de sus violadores por sus tatuajes, cuando la contactaron para nuevos servicios. También los asesinó a cuchilladas. Más tarde lo admitiría sin rastro de remordimiento: “Me sentí muy bien ¡Hasta suspiré!”.
Un investigador del caso lo resumió así: “Lo perturbador no era la sangre en las escenas de los crímenes, sino la calma con la que lo había hecho todo. Como si llevara años ensayando”.
Para muchos, Hello Kitty es un monstruo. Para otros, una víctima empujada al límite. Un trabajador social lo expresó con amarga claridad: “Si la hubieran protegido de niña, hoy la historia sería otra”.
Hoy, entre los muros grises del penal de Santa Martha, en Ciudad de México, María Elena asegura haber cambiado: “Soy más consciente y sé lo que está bien y lo que está mal”. Pero sus palabras se pierden entre ecos de una promesa cumplida: la de matar a quienes la dejaron viva.