Varón, joven, antisocial, solitario, incapaz de controlar sus impulsos, con baja autoestima y disfrutón frente a un incendio que él provoca… La crisis de incendios sin precedentes que está sufriendo España este verano, con al menos seis víctimas mortales y la cifra de hectáreas quemadas más alta en décadas, ha motivado un gran interés por el retrato robot del pirómano. ¿Quiénes son realmente estos lobos solitarios que encuentran en el fuego la única vía de escape a sus pensamientos o ansiedades? El psiquiatra y experto en medicina forense José Carlos Fuertes nos ofrece un análisis minucioso.
Antes de nada, puntualiza que una cosa es ser incendiario, “alguien con interés comercial, económico o espurio”, y otra muy diferente es el pirómano, “una persona con un trastorno mental del control de los impulsos”. Quien padece esta patología no sigue la misma lógica que el resto en un acto voluntario: concepción de la idea, deliberación o evaluación de los medios para alcanzarla, decisión de llevarla a cabo y ejecución de la acción. “Un pirómano concibe una idea y la tiene que ejecutar de manera inmediata. Pero, al contario que el incendiario, no obtienen con ello más ganancia que el placer”.
Similar a la drogodependencia
Una vez que tiene el mechero en la mano, enciende la chispa que se convertirá en llamarada. “No considera el riesgo para la vida de otras personas o el daño que puedan causar -explica el psiquiatra-. Tampoco siente culpa o miedo. Al contrario, con el incendio llega para él la calma, pero una calma efímera. El placer que encuentra es similar al del drogodependiente cuando ingiere una sustancia. Implica al sistema dopaminérgico, una red de neuronas en el cerebro que produce, libera y responde a la dopamina. Aunque en ese momento se produzca un estado de relax, volverá a necesitar su droga. En este caso, tarde o temprano volverá a ejecutar el incendio para satisfacer ese impulso que todos los demás consideramos absurdo, irrelevante, carente de sentido y profundamente dañino”.
Son individuos atrapados en ese deseo irrefrenable y compulsivo de contemplar la destrucción que provoca el fuego. “Es alivio, pero a la vez obsesión y condena, pero no lo confundamos con un delincuente común o un incendiario. Su necesidad imperiosa de quemar está motivada únicamente por un deseo de liberación emocional al contemplar las llamas. Insisto en que es una persona con un trastorno del control de los impulsos. No busca un beneficio económico ni le impulsa un ánimo de venganza”.
Patología muy rara en mujeres
A pesar del daño que pueden causar, la población de pirómanos es mínima, en torno al 0,7%, si bien, según advierte el psiquiatra, no hay datos demasiado rigurosos. Ese mínimo porcentaje es mayoritariamente masculino. Es más frecuente en varones adolescentes y adultos jóvenes, donde la cifra sube por encima del 2%. Generalmente, presentan baja autoestima, aislamiento, historial de traumas infantiles y una impulsividad marcada. Aunque puede darse algún caso, es una patología muy rara en mujeres y niños.
“Suele manifestarse en la adolescencia, entre los 12 y 18 años. Los casos diagnosticados en adultos a menudo tienen antecedentes de inicio temprano”, indica Fuertes. El hecho de que la gran mayoría de los pacientes sean hombres, especialmente en la adolescencia, se debe a diferentes factores, aunque tampoco en este sentido existe, según nos dice el doctor, informes muy concluyentes. A nivel neurobiológico, los trastornos de impulsividad están vinculados con una menor regulación en los hombres de algunos neurotransmisores, como la serotonina y la dopamina.

“También la acción de la testosterona, la hormona predominante en ellos, podría determinar una predisposición mayor a la impulsividad, agresividad y algunas conductas adictivas, compulsivas, de riesgo y de falta de control de los impulsos”, añade. El diagnóstico precoz permite una mejor intervención y el tratamiento con terapias psicológicas o fármacos, pero no siempre se ven los resultados.
A pesar de estos datos, Fortes aclara que solo una pequeña fracción de los incendios están relacionados con la piromanía. “Lo que no se puede es psiquiatrizar los incendios. Estamos hablando de un diagnóstico específico que no tiene nada que ver con esa otra parte asociada a intereses económicos, negligencia u otras causas. A menudo quienes prenden fuegos son canallas que quieren destruir algo tan vital como el monte. No son unos desequilibrados mentales, sino sinvergüenzas que lo hacen deliberadamente, con una actitud dolosa y sin escrúpulos”. En cuanto a la posibilidad de que existan pirómanos en el cuerpo de bomberos forestales, se resiste a creerlo. “Podría ser, pero como algo anecdótico”.
Fuertes opina que, por todo ello, un registro nacional de pirómanos o su seguimiento telemático sería un brindis al sol. “Su función preventiva sería nula. Por la propia naturaleza del trastorno, una pulsera telemática para geolocalizar a estas personas no evitaría nada.