“Hace unos años, el capellán del centro penitenciario en el que trabajo, Javi, escribió una carta al Papa Francisco para contarle cosas sobre su trabajo del día a día en la cárcel. Entre otras cosas, le contó que, en una ocasión, un interno le había pedido una confesión y buscando un lugar en el que poder hacerla, un funcionario, de manera arrogante y despreciativa, le había ofrecido el cuarto de las basuras. Curiosamente, según Javi, esa fue la confesión más bonita de su vida y, en medio del olor a podrido, algo se fue misteriosamente desvelando”. Han pasado apenas unas horas desde la muerte de Jorge María Bergoglio, y mientras miles de fieles acuden al Vaticano a despedirle, Alicia P. rememora para Artículo14 el día que conoció al Papa de “todos, todos, todos”.
“La historia de la confesión en el cuarto de las basuras debió de tocar muy profundamente a Francisco, ya que descolgó el teléfono y llamó inmediatamente al capellán: ‘Javi, que no me coges el teléfono, soy el Papa’. El caso es que después de esa primera aproximación, los encuentros entre ambos se fueron sucediendo y también las llamadas y los mensajes escritos a mano por el Papa, que su secretario luego fotografiaba y enviaba por email a Javi, en los que tras leer las cartas del capellán le decía que rezaba por tal o cual interno”, continúa la jurista.

“Esta amistad se fue fraguando a fuego lento, hasta que el Papa propuso a Javi ir a verle a su propia casa con un grupo de internos y familiares de internos a Roma (mención especial para Emma, madre anciana, sufriente y amorosa de varios hijos toxicómanos, alguno ya en el Cielo, que nos acompañó en el viaje). También pude unirme yo como profesional del centro, y estar allí fue uno de los regalos más grandes que me han sucedido en la vida”. Alicia, que además de trabajar en el centro presidiario realiza piezas de cerámica que vende a través de su página, @cuandoellatocaelpiano, decidió llevarle algunos presentes a Francisco, que los acogió cargado de gratitud.
“Así que allá fuimos 22 personas el 22 de mayo de 2024. Es importante aclarar que el viaje fue financiado por cada persona en particular, aprovechando permisos de salida pendientes de disfrute de los internos. Justo en esa época estaba mi madre muy enferma en el hospital (habitación número 22, llamadme supersticiosa). Aun así, decidí ir porque estar con el Papa sabía que me iba a ayudar en esos momentos tan duros en los que su enfermedad ya no tenía solución posible, tal y como me comentaban los médicos por teléfono estando ya en Roma”, continúa.
“Más cerquita”
El viaje no fue fácil, por las particularidades de los viajeros y los numerosos escollos que tuvieron que superar. “Entramos en Santa Marta, la residencia del Papa, donde nos habían preparado las sillas en círculo. Así le esperamos cuando entró con su andador y su sonrisa inmensa. Hasta que cada uno de nosotros no se presentó, Francisco no se sentó. Una vez acomodados, nos dijo: ‘Cierren el círculo, más cerquita’. Y allá estuvimos con él en su casa cerca de dos horas y media”.
“El tiempo con Francisco transcurrió rapidísimo, me sorprendió mucho su capacidad de escucha atenta a cada uno, y su capacidad de ser hondo y frugal a la vez de una manera muy natural. Y también su sentido del humor; sin quitarle importancia a las cosas, era capaz de distender el ambiente con sus chistes. Era como estar en casa de tu abuelo una tarde de merienda; de hecho, nos invitó a merendar un café con pastas”.

Para Alicia P. fue una experiencia transformadora. “Francisco nos dijo que Dios lo perdona todo; que nosotros solo tenemos que estar dispuestos a pedir y a aceptar ese perdón; que, como dice un canto alpino, lo importante en la vida no es no caer, sino no permanecer caído; que solo tenemos derecho a mirar a alguien de arriba abajo para ayudarle a levantarse; y que en la Iglesia caben todos, todos, todos”.
“Nos preguntó qué íbamos a hacer al salir, y dadas las interminables colas que daban la vuelta a la Basílica de San Pedro, nos coló en ella desde un atajo que salía desde su casa. Nos regaló un rosario a cada uno. Justo yo le había comentado que mi madre estaba muy enferma en el hospital, y al despedirnos no se olvidó de darme otro rosario especialmente para ella. Yo creo que ese regalo le salvó la vida, y la mantiene aún con nosotros”, explica esta devota emocionada.
“De todo ese tiempo con el Santo Padre, el detalle que más me conmovió fue un pequeño gesto que tuvo al despedirnos. Dada su discapacidad, no podía levantarse solo, necesitando ayuda de sus ayudantes. Fue en el momento en que nos íbamos, cuando se dirigió a uno de los internos (con años de cárcel a sus espaldas) y le pidió ayuda para levantarse. El interno, sorprendido, le ayudó torpemente porque desconocía cómo se ayuda a alguien así a levantarse. Ese gesto se grabó a fuego en mi corazón: qué manera más bella y delicada de decirle a alguien: ‘Tú no estás condenado a quedarte preso en tus límites y equivocaciones, tu vida se puede cumplir a través de poner en juego unos dones que hasta ahora, por ti mismo, no te habías dado cuenta que poseías'”.
“Levántate y anda, como un Lázaro de nuestros días. Sin lugar a dudas, no hay mayor milagro que un hombre que vive. Gloria Dei vivens homo“.