El 4 de mayo de 1998, el Vaticano fue escenario de uno de los episodios más oscuros y desconcertantes de su historia. En el interior de un edificio perteneciente a la Guardia Suiza Pontificia, aparecieron sin vida Alois Estermann, recientemente nombrado comandante del cuerpo; su esposa, la venezolana Gladys Meza Romero; y el cabo Cédric Tornay, uno de los guardias a su mando. Los tres presentaban heridas de bala. En cuestión de horas, la Santa Sede atribuyó los hechos a un “ataque de locura” causado por un desengaño amoroso, protagonizado por Tornay, quien —según la versión oficial— habría asesinado al matrimonio antes de quitarse la vida.
Pero más de 25 años después, el caso sigue levantando sospechas, alimentando teorías y dejando un rastro de preguntas sin respuesta. ¿Fue realmente un crimen pasional? ¿Existía un triángulo amoroso, una historia de celos o algo mucho más profundo e incómodo para el Vaticano?.

La versión oficial flaquea
La abogada italiana Laura Sgrò, reconocida por su trabajo en el caso de Emanuela Orlandi, una joven desaparecida en 1983 dentro del propio Vaticano, ha reavivado el debate con la publicación de su libro Sangue in Vaticano (Sangre en el Vaticano). En él reconstruye una versión completamente distinta a la que dio la Santa Sede, basada en años de investigación y en los testimonios de Muguette Baudat, la madre de Tornay, quien nunca creyó en la versión oficial.
Sgrò denuncia que la investigación estuvo plagada de irregularidades desde el primer momento: no se preservó la escena del crimen, más de veinte personas entraron al lugar sin ninguna protección; las autopsias se realizaron sin transparencia, las pruebas se manipularon y una supuesta carta de despedida atribuida a Tornay fue examinada solo en fotocopia, sin autenticarse nunca el documento original.
Además, nadie indagó a fondo la vida de Estermann ni la de su esposa. ¿Quiénes eran? ¿Con quién se relacionaban? ¿Tenían enemigos? ¿Problemas? La abogada plantea una duda clave: ¿cómo es posible que el comandante de la Guardia Suiza y su pareja, que trabajaba en la embajada de Venezuela ante la Santa Sede, no dejaran ningún rastro personal ni profesional que sirviera para contextualizar los hechos?
El libro también menciona que la investigación fue manejada en exclusiva por las autoridades vaticanas, sin intervención alguna de la justicia italiana, pese a tratarse de un crimen múltiple. “Nunca antes había ocurrido algo así entre los muros del Vaticano. Pero lejos de pedir ayuda, decidieron encerrarse y resolverlo internamente. Y ahí surge la pregunta lógica que se hace la abogada: ¿Qué había que ocultar?”.
La Iglesia siempre mantuvo el silencio
Los rumores que circularon en su momento hablaban de tensiones internas, secretos inconfesables e incluso de una posible doble vida de Estermann, a quien se llegó a vincular con servicios de inteligencia. También se barajó la hipótesis de una relación personal entre los tres fallecidos. Pero ninguna de estas teorías ha sido confirmada, aunque eso sí, el silencio oficial no ha hecho más que alimentar la incertidumbre.
“La familia Tornay solo quiere saber la verdad”, afirma Sgrò. “Mi trabajo es darles herramientas para conseguirla. Aún hay muchas piezas sueltas, documentos desaparecidos, pruebas inconsistentes. La historia que nos contaron nunca cerró”. Han pasado más de dos décadas desde aquella noche en la que tres vidas se apagaron en uno de los lugares más herméticos del mundo. Y sin embargo, todo sigue abierto, avivando la sospecha de que, en el corazón mismo del Vaticano, sigue escondida una verdad incómoda que nadie quiere destapar.