El primer gran incendio forestal del año en Cataluña ha dejado una estampa trágica en la provincia de Lleida. Dos personas han perdido la vida y más de 6.500 hectáreas se han visto afectadas por las llamas, en un fuego sin precedentes en la comarca de la Segarra. Las condiciones meteorológicas extremas y la fuerza del incendio han llevado a los expertos a catalogarlo como un fuego de sexta generación, un fenómeno caracterizado por su velocidad, dificultad de extinción y capacidad para alterar el entorno atmosférico.
El incendio se declaró este martes en dos focos distintos: el primero a las 14:30 h en el término de Sanaüja, y el segundo unas horas más tarde en Torrefeta i Florejacs. Desde el inicio, el avance fue explosivo. Las rachas de viento, que superaron los 100 kilómetros por hora, y las altísimas temperaturas provocaron un rápido crecimiento del frente de llamas, que obligó a activar confinamientos en más de una docena de núcleos habitados. Se calcula que incluso unas 20.000 personas estuvieron confinadas durante varias horas.

Dos víctimas mortales atrapadas en el fuego
La tragedia golpeó especialmente en el pequeño núcleo de Coscó, donde dos trabajadores de una granja perdieron la vida. Uno de ellos, afectado por el humo, llamó a su jefe para pedir ayuda. Ambos intentaron escapar en un vehículo, pero se vieron obligados a abandonarlo al quedar atascado. A unos 150 metros del coche, los servicios de emergencia encontraron sus cuerpos sin vida bajo unas rocas, lo que hace pensar que intentaron refugiarse de las llamas en el terreno.
El hallazgo tuvo lugar al anochecer, durante las tareas de control del perímetro por parte de los Bombers de la Generalitat, que confirmaron poco después la estabilización del incendio en Torrefeta, el más destructivo. El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, se desplazó este miércoles a la zona y mostró su “consternación” por lo ocurrido, expresando sus condolencias a las familias de las víctimas.
Daños materiales y evacuaciones
Además de las pérdidas humanas, el fuego ha causado importantes daños materiales. Se han calcinado varias construcciones rurales: una masía y dos cobertizos en Renan, una granja porcina en Cabanabona, otra explotación en Granollers y una edificación más en Vilamajor. Se trata de una zona eminentemente agrícola, por lo que también se han visto afectados cultivos, terrenos de pasto y caminos rurales.
La extensión del incendio llevó a declarar tres zonas de confinamiento, que afectaron a una superficie total superior a las 25.000 hectáreas. Algunos de los municipios afectados fueron Agramunt, Guissona, Oliola, Vilalta, Plandogau y Vilamajor, así como numerosas casas diseminadas. Aunque la mayoría de estos confinamientos se levantaron una vez que el fuego fue estabilizado, las autoridades siguen pidiendo prudencia y que se eviten desplazamientos innecesarios en las zonas afectadas.
Un incendio con comportamiento extremo
Los bomberos definieron el incendio como un claro ejemplo de fuego de sexta generación: su velocidad de propagación llegó a picos de 28 km/h, una cifra muy poco habitual en Europa. Además, el propio incendio generó condiciones atmosféricas propias: los vientos locales impulsados por el calor alcanzaron los 120 km/h y se formó un pirocúmulo —una gigantesca nube de humo, cenizas y gases— de más de 14.000 metros de altitud, un fenómeno altamente peligroso y poco común en España.
Estos incendios de sexta generación, como el de Lleida, son un fenómeno cada vez más frecuente en un contexto de emergencia climática. Se caracterizan por ser extremadamente rápidos, imposibles de controlar en sus primeras horas, y por modificar incluso la meteorología local. Los expertos advierten de que el aumento de temperaturas, la sequía prolongada y la acumulación de combustible vegetal hacen que incendios como este puedan repetirse más a menudo durante los próximos veranos.