El debate

¿Volverá el nuevo Papa a los zapatos rojos de Prada o seguirá con la austeridad de Francisco?

Una de las decisiones más simbólicas del nuevo pontífice será su futura residencia, que tendrá que decidir entre "humilde" Santa Marta de Bergoglio o volver al "ostentoso" Palacio Apostólico

Antes de comenzar el cónclave, los 133 cardenales que entraron en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo papa tuvieron que jurar, sobre los evangelios, fidelidad a su ministerio y salvaguardar el secreto de lo que ocurra en los próximos días. Uno a uno, fueron posando su mano sobre el libro: una mano que dejaba ver sus anillos episcopales, la mayoría de ellos de oro. Otros, sin embargo, habían optado por joyas más austeras. Otros, ni siquiera lo llevaban.

Lo cierto es que ningún elemento que deba adoptar el nuevo papa requiere opulencia per se. Lo demostró Francisco con distintas decisiones a lo largo de su pontificado, y, ahora, con un nuevo cónclave, la duda sobre qué nuevo rumbo tomará la Iglesia para los próximos años parecerá empezar a resolverse con decisiones simbólicas y prácticas del nuevo pontífice.

Y es que, tras Francisco, cada elección del nuevo papa —desde dónde vivirá hasta cómo se vestirá y comunicará— será observada de cerca. Para empezar, la que parece más llamativa de todas: ¿vivirá el nuevo pontífice en Santa Marta o volverá al Palacio Apostólico? Lo cierto es que la decisión de Bergoglio de vivir “entre la gente” no solo respondía a un gesto de humildad: era una decisión operativa en la que no solo estaba aislado, sino que le permitía tener su propia agenda privada por la tarde, después de todas las visitas protocolarias que tenía lugar por la mañana.

Ahora, el próximo Papa deberá decidir dónde fijar su hogar. Si opta por continuar en Santa Marta, enviará una señal de continuidad en la cercanía y la sencillez pastoral instaurada por Francisco. Sin embargo, volver al Palacio Apostólico no tendría por qué significar un “retroceso” espiritual, ya que podría justificarse por funcionalidad o seguridad. Asimismo, algunos cardenales han debatido si conviene que el nuevo papa regrese a los Palacios Apostólicos, argumentando que más de una década en la Domus Santa Marta implicó un sobrecoste para la Santa Sede, ya que no solo dejaba vacía la que había sido la residencia de los papas desde 1903, sino que inutilizaba gran parte de la segunda planta de la residencia sacerdotal.

Otro símbolo llamativo del papado son los zapatos. Tradicionalmente de cuero rojo, Francisco prefirió seguir utilizando su calzado negro –y, en muchas ocasiones, bastante ajado–. Los sencillos zapatos de Bergoglio fueron vistos como signo de humildad y de cercanía con la gente común, y, a su vez, pone al nuevo papa ante una decisión de si continuar con esa imagen de sencillez o volver a la tradición. Lo mismo ocurrirá con el uso –o no– de la muceta papal, el anillo del pescador –de plata y no de oro en el caso de Francisco– y las vestiduras pontificias.

Pero, si algo dejará claro desde el principio el ‘rumbo’ elegido por el nuevo papa es el nombre que utilice como pontífice. En su caso, Jorge Mario Bergoglio tomó un nombre que nunca había sido usado antes, Francisco, en honor al santo de Asís y en respuesta a la recomendación de otro cardenal en el momento en el que fue elegido: “No te olvides de los pobres”. San Francisco de Asís es el santo de la pobreza y de la naturaleza, y también Francisco ha sido el papa de estas máximas. Más que un nombre, Bergoglio anunció una declaración de intenciones. Pero no fue el único: en 1978, Juan Pablo I combinó dos nombres para honrar los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI –artífices del Concilio Vaticano II–; así como Benedicto XVI eligió su nombre para evocar a Benedicto XV (papa de la paz en la I Guerra Mundial) y a san Benito (patrono de Europa), señalando sus ejes de pontificado: paz, Europa y tradición monástica.

Por eso, ahora, cuando los cardenales elijan al nuevo papa y le pregunten “¿Cómo quieres llamarte?”, la respuesta del elegido hablará al mundo. Un Francisco II hablaría por sí solo, igual que un Juan XXIV o un Benedicto XVII, así como también diría mucho acerca de un giro hacia las posiciones más tradicionales que el nuevo papa se llamase Pío XIII.

Los gestos de Francisco establecieron un precedente de papado humilde, “despojado” y cercano, que muchos en la Iglesia acogieron con agrado como una vuelta al espíritu de Jesús de Nazaret. Mantener esos gestos supondría consolidar ese rumbo: significaría que la Iglesia quiere seguir profundizando la reforma en las formas, para que el envoltorio nunca opaque el mensaje evangélico.

Por otro lado, si el nuevo pontífice decide rescatar algunos símbolos tradicionales (sea por convicción personal, por equilibrio o por consejo de otros), eso tampoco significará automáticamente un retroceso espiritual, pero sí un cambio de estilo que influirá en el camino eclesial.

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